20160717

Una mujer, un libro, de Rossana Camarena


Este objeto es un baúl o un ojo observador o un reloj detenido. Es un baúl, o es un secreto o un libro. Es un libro. Un libro cobijado por la Zonámbula, editorial que no tiene empacho en querer a sus autores, en cuidar sus ediciones como si fueran piedras preciosas y no libros, pero también. Con sus portadas llamativas, y sus páginas celestes porque son un pedacito de cielo. Jorge Orendáin, el capitán de este barco de páginas, es padrino doble. En este pedacito de cielo, en este huequito de letras, apostó a cada página del libro; a veces, agujero hacia adentro; otras, una ventana hacia un paisaje distinto. Y a veces es un pozo profundo –como un baúl sin fondo, mejor dicho- porque quien escribe nos lleva a escuchar su voz reflexiva que parece un espejo delgado para hundir solo los pies pero traga como un cenote cristalino. Pensemos en estos fenómenos al sur de México que comienzan de manera subterránea y luego se abren paso hacia fuera, a veces con un domo enorme, y más maduros, a cielo abierto.

Investigué un poco porque me llamó la atención que mi subconsciente relacionara esto con aquello, cenotes que se formaron durante las épocas de bajada del nivel del mar durante los pulsos glaciares del Pleistoceno, con las honduras del ojo de Rossana. Sí, relacionar los cenotes –que son ensanchamientos de complejas redes fluviales subterráneas- con las redes verbales de Rossana. En los cenotes puede coexistir el agua marina con agua más dulce que penetra por el fondo del sistema freático. De manera que hay cenotes en los que a partir de determinada profundidad el agua pasa de dulce a salada, incluso a muchos kilómetros de la costa. Esta superficie de contacto entre el agua dulce y marina recibe el nombre de haloclina, y provoca efectos visuales maravillosos. Estos efectos visuales podrían ser cada uno de los textos contenidos en este libro, y las redes fluviales el pensamiento de la autora, junto con los sabores salados o dulces según el paladar de quien los deguste.

Leemos historias o instantes en la vida ordinaria convirtiéndose en algo extraordinario.
Como estos ríos profundos que nadie ve y de pronto emergen, cuando la cúpula se cae, cuando maduran los cenotes y salen a la luz. Sus textos desfilan ante nosotros, como un catálogo de instantes cristalinos que devoran el infinito.

Esa es Rossana Camarena. Siempre. Cristalina, profunda, con insondables corrientes reflexivas que de pronto aparecen ante nosotros. Sin contar su sonrisa y su amor a lo cotidiano: las plantas, los muros de su casa, el ventanal, los hijos, el hombre, la mujer, la taza como un cenote, o como un ojo. Finalmente un cenote también nos mira, y la taza. Miramos y nos miran. La mirada.

Mirar es alejarse. Cuando podríamos pensar que mirar es conectarse con lo mirado, para ella es conectar los dos ojos que miran ángulos distintos. Observa el acto de observar y se asombra. Encuentra el no nombre. Se encuentra con el silencio, como un portero. Todo a la inversa porque todo cambia y "al derecho parece tan obvio", dice. Entonces somos matemáticas: porque el diámetro cabe 3.14 veces en la circunferencia del círculo. Su pensamiento siempre dando vueltas en el diámetro, en lo posible y lo imposible, en lo imaginable. Cada taza vista desde arriba, ¿es un círculo?

La inversión de su juego, en sentido contrario, desde el espejo, desde detrás de la pantalla, como ella misma dice, nos coloca a nosotros a su vez de cabeza, arriba, con el izquierdo donde el derecho, mirando desde la nuca. "Esta ceguera lo ilumina todo", dice.

Entonces, tenemos una taza de café, o una copa, o un Palíndromo (porque siendo ella quien es, rodeada de quienes ella se rodea, no podía ser en otro lugar, como un cenote todavía en gruta, fresco y cálido), tenemos –decía- un café, una cerveza, una copa; tenemos un café, una pijama, un amanecer con reflexiones como "Acostumbra regalarte entera, con fecha de caducidad y así no guardarse para luego" o "No porque el corazón se acelere es indicio amoroso, el miedo produce el mismo efecto" e inmediatamente después la observación con lupa o microscopio o a profundidad: lavar un plato es lavar la culpa, por ejemplo.

Muchas páginas acontecen en la cocina: “Remolino en mi cama. Horas sin dormir. Enciendo la luz. Camino hacia la cocina. Tomo una pluma y contemplo las hojas. Escucho la respiración del farol en la esquina, el corazón llamando. El grifo llora. Esta noche su llanto se derrama dentro del tímpano {…}”. Pero no le suceden a la ama de casa, a la esposa o madre, le suceden a la mujer que busca un refugio para la escritura, para la lectura del mundo. Entonces encuentra ese espacio en el que suceden los encuentros, con los amigos, con la familia, con la comida y el placer, con ella misma. La cocina es el lugar donde tomamos el alimento, y ella toma ahí el impulso de la escritura.

Es un baúl o un ojo observador o un reloj detenido, había dicho antes. O un cenote. Pero no tenemos que irnos hasta el sur. También puede ser abrir las puertas de los estantes de la cocina y encontrar lo mismo una lata de duraznos en conserva que un recipiente de frutas secas, o algún clip olvidado o las llaves que no sabemos están en aquél cajón de abajo. O su ojo viendo todo eso, profundísimo, mientras piensa en las palabras. ¿Las páginas piensan en las palabras? ¿Se encuentran ellas mismas y se escuchan cuando nosotras las hacemos vibran cuando las leemos? Si es así, podríamos pensar que Rossana es palabras que resuenan cuando la leemos. Es un libro. Una mujer un libro.

Pero una casa, con sus traspatios. Aunque en la primera parte hay un discurso que toca los temas cotidianos, mundanos, de cada día, con reflexiones sobre la vida y la escritura, sin embargo, en el segundo apartado refuerza este diálogo ahora con el otro. Como una mujer, un libro. Una mujer, una casa; una mujer, un libro. Encontramos los dos hilos que la zurcen a la vida: la casa, con sus placeres y sus dolores, sus profundidades (hacia el pozo o hacia el cielo); la mujer, con su libro, con el lenguaje, con el silencio, con el infinito. Dos hilos delgadísimos, casi sin fronteras, que la hacen, la conforman: El adentro, con la escritura, y el afuera, con el otro. Hay que leerla, en los dos sentidos. Y celebrarla. Rossana Camarena, un libro.


Karla Sandomingo
Palíndromo, julio, 2016

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