20110130


El Más acá del más allá de Raúl Aceves
Por Gabriel Gómez López

Mi amigo Raúl Aceves me ha encomendado una tarea que me enaltece: la presentación de su primer libro de narrativa. Inquieto, multifacético, en constante ascenso Raúl es, entre otras cosas: antropólogo, indigenista, ecologista, investigador literario, ensayista, antólogo, creador de diccionarios, gran poeta y aforista, aventurero del mundo de las letras, pero sobre todo un ser profundamente humano, singular personaje de nuestra mitología local.
Ahora bien, antes de leer el libro me enfrenté al desconcertante título “El más acá del más allá”, preguntándome si era una más de sus genialidades lúdicas o que, tras del título, ocultaba algo, considero que una de las condiciones elementales del poeta es su capacidad de ocultarse bajo el manto de las palabras, entonces tal vez podría comenzar desde el más allá hasta el más acá.
En fin, apenas abro el libro me topo de bruces con el prólogo, ¡escrito por el mismo!, lo cual lo hace más sospechoso del delito de ocultamiento ya que Raúl Aceves explica al lector los textos de Raúl Aceves, cierro el libro y me pregunto: ¿entonces qué voy a decir yo si él ya lo ha dicho todo? Siguiendo el hilo de la sospecha me brinco el prólogo y voy al primer texto, precisamente el que da origen al título y me encuentro que el narrador es un cadáver y esto alimenta mi inquietud dada mi tesis de que el poeta es un muerto-vivo, leo con atención algo que semeja una poética: “hacía rato desde que el muerto y yo no éramos la misma persona. Recuperar la conciencia de mí mismo después de aquel abismal oscurecimiento de mi mente como haber despertado de un mal sueño. Eso había sido mi muerte: un mal sueño”. Refiriendo además que, en ese sueño el narrador recordó toda su vida como proyectada en una pantalla de cine…, entonces la voz de la intuición me ordenó: si vas a leer su vida empieza por el final, o como dijo, genialmente, un político en la reciente campaña que nos torturó, “hazlo al revés”. Y así lo hice, de acuerdo con mi inveterada costumbre de ir contra la corriente comencé por leer el último de los textos, así a lo que Raúl llama “el postre” yo lo tomé como “botana.”
En este “Diccionario Personal” Raúl se encuentra como pez en el agua en el territorio de las definiciones: humorísticas, profundas, poéticas, sintéticos, sorprendentes por su frescura y brevedad, por el sutil erotismo, microhaikús, skandas germánicos, Raúl se regodea con los juegos de lenguaje.
AUTISTA, AVIÓN, ANÓNIMO, ANTIPSIQUIÁTRAS, AUTOINMÓVIL, ÁRBOLES, BICICLETA, BONSAI, CARACOL (MANDELSHTAM), CARICIA, CEREBRO, CERRO, CREPÚSCULO, DECADENCIA, DEMOCRACIA, DESOLADO DISCURSO, DROGADICTO, ERRATA, ESCRIBIR, FLOR, LENGUA, EXTRAÑAMIENTO, LOCO, LUZBEL, MATRIA (FOX), OSCURIDAD, PAPEL PASANTE, SIRENAS.
Tras la botana seguimos con los platillos del primer tiempo.
“Un cuento latinoamericano” es un texto diseñado como un reto a los eruditos, conocedores y, en especial, a los literodantes (literatos pedantes) se trata de reconocer a los autores a través de los títulos de sus libros, creo que la editorial ofrece una buena recompensa al primero que lo logre. En el desfilan en agradable compañía escritores célebres como Borges, Cortázar, García Márquez, Fuentes, Rulfo; junto con los de culto Lezama Lima, Guimaraes Rosa, Macedonio Fernández, José Revueltas; los menos conocidos como Rafael Muñoz, Graciliano Ramos, Otero Silva y otros menos menos conocidos que no voy a mencionar porque no los conozco.
A continuación una breve incursión en un microbestiario, donde encontramos dos espléndidas especies, los palabrones (de boca monstruosamente grande y oídos minúsculos) y los escuchones (de inmensos oídos y bocas chiquitas) que nos remiten a los cronopios y famas de Cortázar; unos tienen la lengua desatada y su arma es el sonido, las palabras furiosas, y requieren de un auditorio aunque sea para escuchar su propia voz, aunque no sepan exactamente lo que dicen, los más peligrosos son los del sexo femenino y aman las reuniones sociales, los mítines, las grandes concentraciones; los otros sobreviven gracias a su habilidad para evadir a los anteriores, aman la soledad pero tienen una enorme debilidad: les gusta el chisme.
“La grieta” es un cuento de horror que se refiere a una falla más enorme que la de San Andrés, una amenaza latente e interior que nos persigue de manera implacable y acabará con el tiempo, el espacio, y la misma Nada, un homenaje a Macedonio Fernández.
En un segundo tiempo nos encontramos con tres relatos en los que se recrea ésta ciudad que algún día fue bella.
“La luz que dejaron prendida” me recuerda a un poema que alguna vez leí entre los legajos de un concurs o de poesía en Aguascalientes y que terminaba con una frase lapidaria. “Y cuando el último de nosotros se haya ido, ¿quién apagará la luz? Aquí la luz recorre la ciudad, a través del rayito de luz nos vamos adentrando hasta San Juan de Dios y los pasajes subterráneos hasta desembocar en la plaza de las sombrillas (que por cierto no sé si aún existe)
El segundo relato relacionado con la ciudad es una carta al tío Augusto, en él el narrador hace un recuento de su infancia y allí encuentra viejas máquinas de escribir, gigantescas bolas hechas con envolturas de papel aluminio, fierros de todas las especies, papeles llenos de polvo y teñidos de nostalgia…, nos presenta a la naciente colonia Chapalita, y se introduce en el mágico castillo que su tío construyó en la esquina de Tepeyac y las Rosas, un laberinto onírico con una cocina tan chica que casi no cabía en sí misma, un elevador que nadie usaba, un piano que nadie sabía tocar, un perico que decía leperadas, una alfombra de piel de venado perseguida por otra de piel de tigre, el tío tocando el violín a la manera del Tobi de la pequeña Lulú. El sitio donde el narrador hizo sus prácticas de alpinismo doméstico que le condujeron al alpinista domesticado de la edad adulta; y luego la decadencia de la colonia, la metamorfosis que transformó el castillo de sus sueños en: peluquería, lavandería, librería, nevería, copias al instante, etc., “Fuiste como un barco que navegó sobre la tierra más reseca, un barco que naufragó en el fondo de los sueños”, y nos remite al primer cuento del libro al decirnos “Quizá lo inútil en este mundo, sea lo útil en el otro, Quizá hacía más falta que alguien pusiera un poco de extravagancia en el más allá, quizá.”
Sigue el documento titulado Expedición arqueológica al Valle de Atemajac. Memorias del LI Congreso de Americanistas. Que, a pesar del engañoso título, está dedicada al tal rebaño autollamado sagrado por la plebe. En este manuscrito Raúl se recrea literalmente con la extraña tribu de los tapatíos, que se nombran como tales ante la dificultad de pronunciar el gentilicio de Guadalajara. Se analizan en el documento los pocos restos de la ciudad que han sobrevivido, tratando de encontrar la razón de la cultura kitsch que floreció en el fin del segundo milenio y dio origen a monumentos tan lamentables como los Arcos del Milenio, una de las maravillas del mundo antiguo. Aquí está el recuento de una insólita civilización que dio origen, entre otras cosas, a las tortas ahogadas, el pollo a la Valentina, a los alcatraces invertidos, mediante las pocas huellas que han quedado los arqueólogos del espíritu intentan reconstruirla, utilizando viejos códices del fondo de cultura, elementos esotéricos e imaginación en dosis homeopáticas, tratando de inventar la razón de ser de algunos sitios indudablemente sagrados, como la Plaza del Sol donde debieron realizarse rituales solsticiales, o la pirámide de concreto y cristal conocida como Jayat donde se hacía evidente la influencia de las tribus yankis. Se habla de una gran feria anual que congregaba a los principales tlacuilos del mundo literario y del malvado dios Pemextli causante de una catástrofe que dejó una gran cicatriz en la memoria.
Como entretiempo se nos ofrece un relato machista, jose alfredojimenista en el que encuentro la reminiscencia de un goberignorante que, durante la ceremonia del grito de Independencia, imploraba, ¿ontá la campana, ontá la campana? El texto termina con una alentadora frase (recuerden que estoy haciendo una lectura inversa) y nos dice: La fiesta apenas comienza.
En efecto continuamos con los platillos fuertes del menú: los tres últimos cuentos.
“Mi historia con Euterpe”, una extraña historia de amor entre Nicodemus, un merolico y una masa amorfa que pudiera ser Euterpe y que, víctima de una depresión rabelesiana, procedió a capitalizar los abundantes recursos mamíferos, siempre renovables, de sus enormes pechos. Narra la historia de los hijos de la extraña pareja, y el desdichado final de Nicodemus al comprobar que el hombre es muy parecido a los huevos estrellados y que una calle calcinante puede ser utilizada como sartén.
“El gran silencio” es una bella metáfora que juega con la Voz y el Gran Silencio; una búsqueda interior para encontrar la palabra como un árbol frondoso lleno de frutos, pájaros y sirenas irresistibles. Una voz que habrá que cultivar a la manera de Voltaire que recomendaba cultivar nuestro huerto. Calificaría a Raúl como un místilúdico que incluso en los momentos de mayor seriedad no puede evitar el burlarse un poco de sí mismo, pero que si leemos atentos sabemos se dirige a la palabra que no hablamos, la que habla en nosotros y que, a veces, trasladamos al decir.
Y arribamos al espléndido final que es el principio, “El Más acá del más allá”. Narrado por un cadáver que escucha los sonidos de los vivos, los rezos y plegarias, chistes y sorbitos de café con los que se despiden de él, luego ingresa en el sueño, en ese territorio intermedio entre el hombre y lo divino hasta que alguien toca su hombro y despierta, ¿lo hace?, nos preguntamos los lectores, ¿o vive en ese estado de suspensión temporal de la vida donde se engendra la poesía?, en fin, quien lo llama es Bartolomé, que a la manera de Hermes, el conductor de las almas al matadero, lo conduce por un camino que es un resumen de todos los caminos que ha caminado, las imágenes van brotando de su interior. Raúl se recrea con las enumeraciones del paraíso al que ha arribado: un lugar parecido a todos los lugares, con una playa tropical llena de bailarinas hawianas donde reparten cocos con ginebra y hay casas sin ventanas y ventanas sin casas, puertas que se abrían y puertas que se cerraban, torres como telescopios asomados a la distancia, escaleras eléctricas perdidas en las nubes, inmensos campos de trigo que ondeaba al viento, aludes de nieve sobre dunas desérticas, una mesa donde no se comía pero se apilaban libros escritos para poder entender otros libros. Escuelas para ser maestro y escuelas para ser alumno, escuelas para ser… “Todo estaba adentro, todo brotando de mi interior, Eso era lo que me maravillaba”. Nadie sufría, pero todos lloraban de gozo, todos estábamos enfermos de amor a la intemperie, por eso es inevitable que encontrara a la Dama sin gracias, la Mujer eterna, niña, anciana, novia, amiga, recién casada, la Dama de la muerte con quien hace el amor cien veces en cien diferentes cuerpos, el gozo llevado a la perfección. A su alrededor se esparcía toda una comunidad multicolor: negros con blanco, amarillos con rojo, verdes con morado.
Pero el hombre se cansa, cuanto más un cadáver, resultó que el paraíso era aburrido, todos los libros estaban escritos y leídos, ya nadie deseaba escribir nada más… Y, en ese momento de mi lectura encuentro el guiño de Raúl, que parece dirigido a este hipotético lector que soy yo y me dice: RESULTABA MÁS DIVERTIDO COMENZAR POR EL FINAL, PARA ASÍ ADIVINAR EL PRINCIPIO. ... EN EFECTO, LOS HOMBRES SOSPECHABAN QUE HABÍA UN DETRÁS, PERO VIVÍAN EN EL MÁS ACÁ DEL MÁS ALLÁ, EN EL ETERNO PRESENTE DEL AHORA, justamente donde nos encontramos, desde la perspectiva del poeta que tras ascender a las raíces del gran sauce sube hasta el séptimo piso, llega a la ventana y es testigo del milagro del mundo de todos los días: la calle gris, las banquetas llenas de hojarasca, los autos estacionados en segunda fila, y… nosotros, sus lectores.
Y ahora me doy cuenta de que toda la bonhomía de Raúl, su calidez y humanidad se deben a un accidente fortuito y terrible: es un poeta, un hombre que ha regresado del más allá y que, aquí, en el más acá, lleva en su frente el sello de quienes han sido tocados por la muerte y nos dice, con toda la sabiduría de su experiencia, que no tengamos miedo porque todo no es sino un juego, una ilusión… enhorabuena Raúl por este recién nacido hijo tuyo, ahora sé por qué escogiste un pediatra para recibirlo. Muchas gracias.

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