20120531

Praderas silenciosas de Álvaro Luquín, palabras de Carlos Vicente Castro


Un acorde más, blanca locura

Praderas silenciosas se conforma por cuatro secciones precedidas de un epígrafe. La primera sección funciona a manera de prefacio, adentrándonos en el espacio en que discurrirá el libro. Carece de título, o bien, lo toma prestado del título general. Las otras tres son: “Sombras”, “Sólo la luz, el silencio” y “Comportamiento (actual) de especies extrañas”.
En cuanto al epígrafe, dado a entender por su tipografía más pequeña y en itálicas, por su posición que antecede al resto de los poemas, es uno de los elementos clave para descubrir la orientación de la lectura, da la pauta principal al sentido que atravesará al libro de poemas en su conjunto.
Dice:
Un acorde más al cascabel
-ángel de tus días-
Y otra luz vendrá a encerrar tu memoria.
Un acorde más
blanca locura.

Son varios los elementos semánticos eje que se presentan en primera instancia. En este poema, mediante una anáfora o repetición de palabras en versos diferentes el sujeto lírico apostrofa a la blanca locura, personificándola así y dotándola de una posesión preciada: la memoria, su memoria. La locura entonces es ajena al sujeto enunciativo, puede verse a la distancia, actúa por cuenta propia, le ha sido marcado un límite.
Esta advertencia enfila los versos y los que siguen en el libro en una tensión implícita entre la sintaxis y la semántica. La amenaza contra la locura estará presente a lo largo del libro.
El referente simbólico de los cascabeles podría remitirnos al hecho de que las serpientes de cascabel agitan su cola para advertir de su presencia, del mismo modo que en la Edad Media (por hablar de la edad antigua) los leprosos se anunciaban con cascabeles y vestidos apropiados para no ser confundidos (blanca locura), para que los sanos tomaran distancia de su enfermedad y evitaran contagiarse.
Pero para encerrar la memoria (de la locura) antes debe estar abierta como una herida, considerarse desde un presente que la recuerda, una línea temporal a partir de la cual se tejan el pasado y el futuro. Es la memoria de la blanca locura la que se hará presente, su tiempo vivido, en los términos, quiero suponer, en que lo comprende Ramón Xirau, como consciencia del estar.
Es así que el epígrafe, la brújula que guiará el recorrido por Praderas silenciosas, establece una tensión dramática que marcará su desarrollo compositivo.
**
En el primer poema, la memoria recuerda. Todavía el sujeto lírico no aparece en primera persona, su individualidad. Es la memoria –y no la locura en sí, sino la memoria de la locura- a quien ahora se personifica, la que observa al sujeto a la distancia.
Un oxímoron, la violenta calma, esta mezcla de palabras antónimas (adjetivo y sustantivo) que al mezclarse inauguran una significación nueva mediante la paradoja, alude a la tensión entre la clara sintaxis de los versos y el carácter ambiguo del tema abordado: la locura, el desfase de la razón.
La locura comúnmente se define como la rebelión contra las pautas normales de comportamiento, contra la razón o el juicio, se entiende como una pérdida del equilibrio mental. De ahí que llame la atención el tono equilibrado que la sintaxis versal conservará en contraste con sus referentes temáticos.
No se trata de la alegre locura que elogiara Erasmo de Rotherdam, inventiva e ingeniosa, sino un padecimiento definido por dualidades a las que habría que extirpar, dualidades que aparecerán más tarde con sus cualidades antitéticas.
La memoria es la que recuerda, en tiempo presente, y además se la enuncia desde la tercera persona, subrayando el hecho de que es ajena a los acontecimientos, a “la roja espuma de la herida”, una herida que otorga presencia real a un cuerpo puesto que es la invasión de sus límites.
Es la memoria el eje compositivo del discurso poético, y su espacio el hospital, como si se tratara a la vez de un espacio mental. Los laberintos del hospital son también los de la mente.
**
Otro aparente oxímoron se hace presente en el segundo poema, donde se alude a una Jerusalén hospitalaria. Históricamente, hoy Jerusalén no es nada hospitalaria, pero no sería descabellado deducir una alusión a la utópica Jerusalén, la Ciudad de Dios imaginada por San Agustín, alcanzable mediante el sacrificio personal. La cruz de salas podría referirse a la crucifixión de Jesús que es a la vez la de cada uno, de cada mártir.
Las referencias cristianas permearán los versos de Álvaro Luquín, pero no para referir a su significado ortodoxo sino para demostrar su inutilidad, su incapacidad de unir dos aspectos cada vez más contrarios: el cuerpo y el alma, lo real y lo divino, una relación que se ha quebrado. El procedimiento inverso cobra vida: en el ángelus del cuerpo, el del sujeto lírico, el ángelus, que es una oración en honor al misterio de la encarnación, el cuerpo arde.
La enunciación de los hechos en tercera persona continúa en tres poemas donde predomina esa sensación de extrañamiento ante las circunstancias, de ajenidad, hasta que es irrumpida por la primera persona del singular, una singularidad donde la voz, propiedad del cuerpo, su efecto, es mencionada solo para mostrar su incapacidad expresiva, la voz que a fin de cuentas es una de las manifestaciones de la individualidad:

Por nubes enfermas la noche resbala
arrastra el aroma a la región
donde calla mi voz.

La interrogación que le sigue boceta a un individuo que se mira a sí mismo:

¿Por qué permanezco ahí
en la frialdad
con lágrimas de la realidad borrosa?

Este cuestionamiento que se hace el sujeto lírico termina por materializarlo. Por fin es una presencia él mismo. Si su voz antes callaba ahora su razón enardecida expresa furia. Como en el caso de Babel, “Al cielo llegan inconclusas / repeticiones de lenguas”. Una furia que al final es congelada, una furia que, como la violenta calma, está latente.
Nombrar a la locura es al fin exorcisarla, del mismo modo que en términos médicos la fiebre manifiesta la lucha librada por los anticuerpos contra la enfermedad. De ahí que los siguientes versos que finalizan la primera sección aludan a una ambivalencia, a una bifurcación de la percepción:

Ardo
¿claridad de mi locura o confusión de los espejos?

Desde que la enunciación se realiza por la primera persona del singular, no se abandonará del todo en esta y las subsiguientes secciones.
Otra cualidad de la enunciación es que se sitúa en el momento presente. Es decir, la memoria recuerda, revive los hechos, los vuelve a vivir como si estuvieran pasando en ese preciso instante.
Con esta pregunta final en la sección, se logra que una sensación de aparente narrativa.
De ahí que la siguiente sección, “Sombras”, refiera más bien a un pasado, como si se tratara de un movimiento retrospectivo, el pasado recorrido hasta llegar a este momento de fiebre.
**
En lo sucesivo, la primera persona del singular domina casi por completo la enunciación en la sección “Sombras”, conjugada en tiempo presente. La claridad de la escritura se hace más patente. Podríamos deducir que la claridad de la locura es mayor a la distancia. Ya que se habla de conjugación de tiempos, habría que señalar uno de los aspectos temporales de los poemas: el ritmo.
Si en la primera sección la variedad métrica es su signo, en “Sombras” las recurrencias sonoras son frecuentes. Podríamos afirmar que el ritmo del poema es a la vez el tiempo interno del poeta o de su yo lírico. Mientras los poemas se enunciaban en tercera persona, imperaba la variedad de ritmos, pero en cuanto la expresión parte de la primera persona abundan los versos de nueve, once y siete sílabas.
De hecho, un verso de nueve sílabas suele hacer dupla con uno de once o de siete. La acentuación varía, por lo que los endecasílabos podrían ser heroicos, melódicos o sáficos, una propiedad métrica que impide la monotonía (que en otro espacio podría ser también un recurso).
La métrica en cierto modo simboliza, representa, la respiración. Es así que la uniformidad, o la tendencia a la uniformidad respiratoria, a la regularidad métrica, sobre todo en cuanto a los endecasílabos, equivale a un pensamiento más reflexivo. La intranquilidad, la angustia, la desesperación conllevan una respiración entrecortada.
Composicionalmente no se representa a la locura, sino que se le alude desde la claridad reflejada en una sintaxis correcta de sonoridades recurrentes.
Ejemplos:

p. 15

Se arrastran sombras por mi pecho
y alejan las luciérnagas dudosas.

p. 17

Muere el pájaro que anida en mi cuerpo
la infección fermenta mi sangre
y aparece una vejez prematura.

Ya no siento plumas ni espinas
tan sólo escucho por la noche

p. 22

un ángel invita a los cuervos
al filo de la ventana amarilla.

p. 23

Cuando mis oraciones aparecen
llego a la boca del trastorno.

Y es que cuando aparecen versos eneasílabos frecuentemente se acompañan o son precedidos o seguidos por endecasílabos o heptasílabos.
Es así que el ritmo reafirma mediante un efecto fónico y semántico la tensión antes mencionada. La paradoja es hablar de la confusión de los espejos, de las sombras, con la claridad sonora de los versos.
Las sombras continúan, se hacen presentes con todo y sus elementos antagónicos (después de todo sin luz no hay sombras): la paternidad opuesta a la maternidad; el calor, el ardor, la fiebre, opuestos al frío; la luz, la tarde, el sol, el día, la incandescencia, a la sombra y la noche; lo divino, siempre insuficiente, a lo corpóreo. Pero sus relaciones no son obvias puesto que es difícil definir los términos contradictorios cuando se unen para formular nuevos significados. La unión de elementos opuestos subvierte el significado.
Esta recurrencia métrica, aunque no desaparece, ya no es tan evidente en la tercera sección, “Sólo la luz, el silencio”. Abundan los versos largos y encabalgados. El poema con el que inicia apostrofa a una segunda persona que bien puede ser un desdoblamiento del sujeto lírico:

¿Cuándo fue la última vez
que derramaste luz sobre los ángeles?

Recuerdo que descansabas en los prados
silenciosos, y te cubrías con hojas
de árboles recientes.

Pero te has ido a otra patria en otros sueños.

Pareciera que hubo aquí un nuevo salto en el tiempo, ahora hacia el que sigue al internamiento en el hospital. Como el que regresa a “un cuarto / en desorden y olvidado”, un cuarto que es a su vez un espejo psíquico.
Por primera vez se utiliza el tiempo futuro. Es decir, las acciones en esta sección, están proyectadas hacia delante. El futuro ya forma parte del presente, no solo el pasado.
No se trata ya de una realidad borrosa, desdibujada. Ahora un vacío la habita. Hay soledad y olor a muerte. El vacío provoca la mirada hacia fuera del sujeto lírico. Surgen otros personajes: la niña María desnucada y su hijo muerto.
El último poema de la sección se expresa también en futuro, aunque éste sea la muerte, la aparición de las respuestas y la desaparición, una muerte que puede ser también redención, ser otro.
**
La última sección, “Comportamiento (actual) de especies extrañas”, sobresale porque mientras los anteriores poemas carecían de título, de manera que podían ser confundidos entre sí o leídos como uno solo, a no ser por su separación espacial y en secciones, aquí los títulos individualizan a cada poema, que es también una especie extraña.
Ahora se ha llegado a algunas conclusiones: “las plegarias que son lágrimas / no humedecen a los ángeles”, “el error era pensar que encontraba / la mañana entre los muros de los ángeles”, “Tal vez llegué a una región equivocada”.
El futuro ha desaparecido. Ahora hay un presente continuo que de vez en vez enjuicia al pasado.
Al ser otro, un extraño respecto al que se era, al que murió, el sujeto lírico nombra, hace existir a otro, a otros que son él mismo. Ha pasado la fiebre. Incluso la variedad de metros –puesto que la combinación recurrente de eneasílabos, endecasílabos y heptasílabos ya no es tan evidente- la pluralidad de ritmos versales sustenta aún más la diferencia respecto a los versos anteriores, la individualidad aunque camine con pasos fantasmagóricos. Los nuevos seres remiten acaso inconscientemente al cuadro de Goya “Los sueños de la razón engendran monstruos”. Especies extrañas. Insania.

20120527

Nos miramos las distancias, texto de Fanny Enrigue


Mirarnos las distancias
Fanny Enrigue

“La huella del escritor —dice Foucault— está sólo en la singularidad de su ausencia; a él le corresponde el papel de muerto en el juego de la escritura”. Ese juego en que el autor (aquí autora) se vuelve un gesto, la mueca de su propia fuga; aunque al transitar por esa ausencia, que son letras, conozcamos la última sentencia antes del simulacro: Disculpa la bala perdida, / pero es así: / no es cosa mía.
Y no es. Aquí la paradoja, el quebranto, otra Verónica que nace en el texto sólo para representarse extinta y señalarse como la ausente, la que quisiera ser el niño en el ataúd esperando que cierren la tapa. Verónica, que como Edipo vació las cuencas de sus ojos, se despojó de la piel, de su individualidad para adoptar esa otra forma, esa otra vida, que es el texto poético, y mirarnos la distancia: no se trata de no mentir, eso puede ser sólo una herramienta. Verónica sin carne sin hueso que grita desde el féretro: ¡No hay nada qué saber, en verdad, nada…!. Pero en la impostura de la otra Verónica, de la no-Verónica, siempre se vuelve tentador pisar el hoyo.
Se torna tentador, para nosotros lectores, persiguiendo al espectro, habitar esa ausencia, caminar sobre espuma de lodo, andar tras el fantasma que no es ya Verónica sino su cuerpo yerto, revólver en mano, todavía humeante. Porque toda lectura es riesgo, precipicio, porque la fuerza de gravedad no lleva a un fondo, a tierra firme, sino a una interminable caída vasta de unicolor.
Y la autora, en su “jugar a faltarse” nos abre las páginas advirtiendo que nada de esto importa / porque mañana seré otro. Lo dice la sonrisa, su mueca esfumada, que es trampa, astucia, ofrenda, puesta en escena del lector sobre las tablas, sobre las palabras del fingidor que sólo en un esfuerzo absurdo identificamos con Verónica. No sirve señalarla, el juego se pone en marcha, sin temblar en el fin de cada frase, falseando –nosotros también- la emoción, mientras ocultamos y suponemos que nadie sabe lo que pasa.
Vértigo, en el preciso instante en que reconstruimos las simulaciones: la de la autora, desaparecida, pero jalando el gatillo en nuestra sien a cada verso. La de nosotros, lectores, ocupando su sitio en esa estela, llenos de ilusiones prostitutas, sin una meretriz que sepa decir con certidumbre el costo de la fornicación. Vértigo en que al ocupar el sitio de la ausente somos nosotros mismos víctimas y verdugos, a través –qué sutil, qué magnífica enfermedad- de un poemario que es un arma. No debe ser tan ligero irse así al infierno.
No debe ser tan leve; nada hay más serio que jugar a que un día todos matamos a los padres, como con júbilo, desando no darnos cuenta, y jugando nos preguntamos ¿será el hecho de no haber pedido nada y haber recibido a vasos llenos tanta mierda y tanto gozo; enseñándonos a vivirlo, a disfrutarlo sin entenderlo? Nada más serio que el juego de ser Sofía y soñar, como ella cuando más joven, con volverse una loca. Nada más serio que desear, frente a la cajetilla, nunca haber jugado demasiado en serio y continuar llorando, como en la infancia, sin saber los porqués.
El juego del arte, como los mejores juegos, es sacrílego, profana tumbas, incendia ciudades quemando toda regla para instaurar las propias; señala, con el dedo de un muerto, con el dedo de un ausente, múltiples fronteras, puentes, barrancos, temblores, nidos. Señala con la certidumbre con que  punza un dolor tan añejo como si no fuera propio. No es mentira la ficción, es ficción. Imposible decirlo a quien niega la realidad de la irrealidad; imposible a quien se niega a acariciar la estabilidad y luego decide voltear el rostro, sabiendo lo fallido de encontrar el rostro real.
“El tener lugar del poema –escribe Agamben- está en el gesto en el cual el autor  y el lector se ponen en juego en el texto, y a la vez infinitamente se retraen”. Parálisis y comienzo. Nos miramos las distancias sólo cuando ocupamos el sitio del ausente y en simulación, lectores, instalamos a nuestros fantasmas en esas letras, en ese filo, hacemos la promesa de ir a buscar los restos en esta obra, restos que no son el ataúd sino tus, mis, nuestras historias. Siempre con mucha ansiedad, algo de esperanza en la lectura de este poemario nos preguntamos: ¿Qué pasaría si tuviéramos acceso a todas las ventanas? Qué pasaría si al abrir esta obra, tuviéramos la condición para convertirnos en lo que alcanzamos a leer.

 



http://todoennoticia.com.mx/occidente-municipios-jalisco/cerda-martha-mientras-agonizas-la-zonambula-2020/