20150715

Caudales, reseña de Alejandra Díaz

Entre Caudales

 Abrir la tempestad y la calma

Alejandra Díaz

Si nos adentramos por curiosidad en Caudales de Francisco Pamplona, una corriente de marea nos atrapa y nos lleva hasta sus profundidades. Abrir Caudales hace innecesario dividir el mar para atravesarlo en seco como lo hicieron los israelitas guiados por Moisés, además, en este caso no caben ni la angustia ni la prisa por darse a la huida. Se trata más bien de sumergirse en su intensidad lírica y en la atemporalidad de sus ensoñaciones. Nos vienen ecos de palabras y paisajes perdidos, un mundo que mira el poeta desde aquellos sitios suyos, lugares del entendimiento “en los que no existe tregua en la fatiga” (Pamplona, p. 24). Así como Claude Debussy pintó el diálogo entre el viento y el mar con música en La mer, Pamplona dibuja un océano de mundos perdidos, los de sus vivencias y sus lecturas. La composición del libro es un contrapunto entre la calma y la tempestad, desde lo más hondo hasta las tormentas más espectaculares en la superficie de su ser.
En la poesía lírica griega, el poeta es sensible a la música de la naturaleza, a la danza de las ninfas y con mayor consideración a la voz de la Musa, es oyente antes de dar alumbramiento a sus palabras, inspiradas tantas veces en la presencia del océano, fundamental para el hombre de la Grecia y la Roma antiguas. La cosmogonía y la lírica clásicas quedan manifiestas por Pamplona entre las páginas del libro. Del caos al cosmos, del mito al logos, y de vuelta... tales alusiones son latentes, sólo en un momento se explicita:

Junto a mí   escucho la voz que me sigue desde ese mundo perdido: “cerca de lo lejos” dice el poeta y una voz atronadora corrige: “distante de lo próximo” 
[…]
Junto a mí   el que habla me conmina, exige una respuesta   “El logos se derrumba” dice el filósofo y una voz sosegada corrige: “apenas viene a ser” (Pamplona, p. 29)

Los influjos de la literatura griega lucen entre líneas, una de las imágenes que dan título a la segunda parte del libro: "la cresta de la ola" la hallamos en el lírico de Teos, Anacreonte (siglo VI a. C.): “en la ola cana me sumerjo, ebrio de amor” (p. 93). En tiempos antiguos, el poeta obtenía el entusiasmo por medio de un trago de agua de la fuente de las Musas (Otto, p. 31), Pamplona, como Anacreonte, ebrio de amor muestra su ars bibendi en el epílogo de Caudales, “En la cantina”, donde se lee: “El segundo sorbo viene con una sonrisa, no puede ser otra cosa más que el recuerdo tuyo desbordado a mis labios.” (p. 101). Y así vienen y van las olas, que llegan hasta las estrellas con la furia del viento, como en el Libro primero de la Eneida de Virgilio: Mientras así se lamenta la tempestad [...] unos quedan suspendidos sobre la cresta de una ola, a otros el mar, abriéndose, les deja ver el fondo entre el oleaje; la arena y el mar se mezclan enfurecidos” (p. 43).
En tiempos más recientes, la simplificación y fragmentación del lenguaje en el texting parecen haber callado a la Musa, no sólo para los amantes del ruido sino para las nuevas generaciones de “poetas”. Si pensamos en el origen del habla, en el ir de la vocalización animal al lenguaje humano, podemos imaginar al homo pictor, productor no exclusivo de pinturas rupestres sobre la caza, sino también aquellas representaciones de todo lo que le rebasa: las amenazas a su supervivencia, la incertidumbre, lo que hay más allá de su horizonte y su experiencia. Se trata de una proyección de escenarios peligrosos que se construyen a través de su imaginación, la metáfora como guía de la curiosidad teórica en su estado primigenio (Vid. Blumenberg, pp. 11-41). Son la angustia y el miedo sensaciones capaces de paralizar al hombre y de hacerle surgir un ritmo interior que se esfuerza por ser resuelto en palabras. Tal y como lo expresó Paul Valéry a propósito de Cementerio marino: “esta intención, que me obsesionó durante cierto tiempo, inicialmente no fue más que una figura rítmica vacía, o llena de sílabas vanas” (Paul Valéry, Varieté, 3, p. 63. Apud. Walter F. Otto, p. 84).

Al soplo de tus narices retroceden las aguas,
las olas se paran como murallas;
los torbellinos cuajan en medio del mar.
(Éxodo, 15:8)

Del homo faber al pretendido homo sapiens se han desarrollado formas cada vez más complejas de superar a la amenazante naturaleza, se han construido barreras contra ella; el caso más espectacular, hasta ahora, es el del proyecto de un gran muro en Japón para detener tsunamis; no hay garantía absoluta de su eficacia, pero lo que sí hay es una gran fe en la tecnología. Se hiere al paisaje, se interviene el horizonte sensible para no tenerlo enfrente nunca más. Pero en este mundo de sociedad informacional y hombres que piensan en detener al océano con una muralla, quedan unos cuantos poetas como Francisco Pamplona que se refugian en imágenes pasadas, que se escapan a mundos perdidos y que se aventuran a escucharlos. El erudito del mundo griego Walter F. Otto ha sentenciado que “sólo cuando hayamos comprendido la lengua como música podremos aproximarnos a la pregunta acerca de qué ha significado esta clase especial de música.” (Otto, p. 70).

Tú descubres al mar como una ñiña
y piensas en la eternidad
 (Pamplona, p.13)

En lo que respecta a la atemporalidad de las ensoñaciones en Caudales, no podríamos dejar de referirnos a Octavio Paz, el ineludible (si no por su originalidad, por haber dicho todo con la agudeza y la claridad que le fueron propias): “la poesía parece escapar a la ley de gravedad de la historia porque su palabra nunca es enteramente histórica” (Paz, p. 193). Las palabras del poeta son históricas porque pertenecen a un momento del habla, que es su contexto, pero a la vez su poesía es un comienzo absoluto, una creación. El poeta puede pasearse por el tiempo, “transmutarlo sin abstraerlo” (Paz, p. 191), puede hacer proyecciones y memorias sin leyes físicas, está plantado frente a un horizonte sensible, pero no necesariamente real, creado por sí mismo; el “Horizonte”, según Gadamer, evoca la experiencia viva que todos conocemos. La mirada está dirigida hacia el infinito de la lejanía, y este infinito retrocede ante nosotros con cada esfuerzo, por grande que sea, y con cada paso, por grande que sea, se abren siempre otros nuevos horizontes. El mundo es en este sentido para nosotros un espacio sin límites en medio del cual estamos y buscamos nuestra propia orientación. (Gadamer, p. 118). Para el poeta, los límites del horizonte son alimentados y delimitados por sus propios temores:

            En la playa veo una mujer que camina sola
            Hacia un pequeño acantilado
                                                  La imagino hermosa
            No lo sabré pues tengo que alejarme
            (no sé por qué pero tengo que alejarme)
            Lo hago indiferente y pienso y pienso
            En descansar y en alejarme

            Una arritmia súbita quiere acabar con mi corazón
            Y (pienso tropezando) con mi vida
            Respiro agitado     Respiro queriendo absorber
la vida que me queda (eso pienso tropezando)
(Pamplona, p. 45)

Francisco Pamplona escribe “contra toda la fuerza de las olas”, el poeta es sensible al dolor humano y al de la misma naturaleza, ¿quién puede sentir vértigo por el amor y la muerte sino él?:

Vuelvo la mirada y el horizonte desprende bruma gris
delante de los resplandores del ocaso
Regreso a pie por dentro de mí mirando afuera
Me distraigo en detalles fútiles:
                                                Mujeres que no tendré
                        Manzanas y vinos que me amargan
Calles que no andaré:
            Filosofía  ciencia    revolución
                                                Todo importa y nada importa
[…]
            Que todo cambie       que surja sin cesar la vida
saldar cuentas    viajar   arrojar todo por la borda
Sentir el mar   el vaho cálido del mar en mí desnudo

Sentir las aguas del río que limpian todo dos veces
                                                            morir ahora
Es preciso desembocar en los deseos        es preciso

                                                quiero morir ahora
(Pamplona, p. 57-58)

Y si es el poeta sensible a la compasión, ¿cómo ha de aliviarse de los horrores del mundo? ¿Escribiéndolos? En Un amigo reflexiona sobre la compasión (escrito después de leer La tumba de las luciérnagas de Akiyuki Nosaka), se lee la voz de quien ha detenido su sensibilidad frente a un mundo apocalíptico:

            No pienso en los inocentes que no deben morir
            porque son inocentes:
            Que sufran y encuentren
            que la vida es implacable
            (Pamplona, p. 28)

 Porque todos los cantos vienen del dolor de ser terrenal, de la experiencia del dolor que es vivir, dolor que se disimula hasta en la más pura alegría, ¿habría que seguir rechazando sistemáticamente lo real por absurdo?, filosofía, ciencia, revolución, desencanto...

Sólo un ángel desencantado
podría hablar de lo que ocurre en mi pecho
[…]
El ángel podría mentir y aún
hablar de la verdad
que observa en mí cuando camino
cuando a solas pienso en los veranos
que me arrasan
que asesinan mi sustancia:
desmesurada herida que me escinde
(Pamplona, p. 24)

Ráfagas de bombas como un aguacero de verano (Vid. Nosaka, passim), el Cuarteto para el fin de los tiempos de Messiaen, la angustia primitiva del hombre, la sensación de amenaza que lo ha llevado a poner nombre a las cosas para aliviarse de su extrañamiento y finalmente dar forma a historias para entender el mundo y explicarlo. Una música, emanada desde el abismo, llega a la superficie en el estallido de un géiser, que se abre hasta dar paso a una gran ola, que destruye el muro hecho por los humanos: es la Palabra que consigue al fin su alumbramiento al ser escrita por el poeta, aún sensible a la resonancia de la natura, es el poeta frente al infatigable mar.


Bibliografía

     Anacreonte. Poemas y fragmentos (Introducción y notas de Mauricio López Noriega). México: Textofilia Editores, 2009.

     Blumenberg, Hans. Trabajo sobre el mito. Barcelona: Paidós, 2003.
Gadamer, Hans-Georg. "La diversidad de las lenguas y la comprensión del mundo" en       Koselleck, Reinhardt; Hans Georg Gadamer. Historia y hermenéutica. Barcelona: Paidós, 1997.
     Otto, Walter F. Las Musas. Madrid: Ediciones Siruela, 2005.
     Nosaka, Akiyuki. La tumba de las luciérnagas y Las algas americanas. Barcelona: El acantilado, 1999.
     Paz, Octavio. El arco y la lira, en el tomo "La casa de la presencia" de las obras completras. México: FCE, pp. 15-297.
     Pamplona, Francisco. Caudales. Guadalajara: La Zonámbula Editorial, 2015.
     Virgilio. La Eneida. Barcelona: Editorial Bruguera, 1968.

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