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20140101

MARASÚ



Un libro de Ramón Muñiz Sosa.

Ramón muñiz nació el 30 de mayo de 1948 en Santa Cruz, municipio de Pihuamo, Jalisco. Estudió la carrera de Ciencias de la comunicación en el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente (ITESO). Ha dedicado su vida a la docencia. Durante treinta años, laboró en el Instituto de Ciencias, colegio de Jesuitas en Guadalajara. 

Ganó el primer premio en el concurso organizado por el Seminario de Montezuma, Nuevo México, Estados Unidos, con el cuento "La culebra de agua" en 1970. Logró el segundo premio en el concurso Juan Rulfo con el cuento "Las calles de mi pueblo" en 1986. Cuando este certamen fue nacional (1997), obtuvo mención honorífica con los cuentos "Parece que está difunta" y "Siembra de Temporal".

20111017

Nubes que pasan


Nubes que pasan

Óscar Tagle


Un poeta no escribe cuentos, no es ninguna máxima. Un poeta escribe. Los cuentos aparecen en su escritura, en su ritmo y en su pausa, que es aliento, respiración. Si algo se percibe al empezar a leer, por cualquier punto, desde cualquier ángulo, este conjunto de relatos de Ernesto Flores, es la serenidad, entre palabras, frases, líneas, pero sobre todo cortes. Esto es, la forma como un manojo de quietudes, los silencios bien distribuidos del oído que se escucha a sí mismo.

Lo primero que provocan es la sensación de madurez en el tejido verbal, la tensión, la seguridad que va fluyendo entre imágenes que pasan como nubes o recuerdos y componen cada pieza. Eso se percibe entre las historias contadas.

A la forma de estos seis cuentos que contiene el libro, no tengo duda, se llega por contagio, por gusto, una forma de inercia en que se lleva al lector siempre por un cauce seguro, apuntalado por sensaciones-secuencia provocadas, subrayo, por las imágenes que son nubes que son recuerdos, y que por lo visto, pasan para irse quedando en los ojos del que lee.

La narrativa del poeta habría que decir. El pulso del narrador, su poética. Escribir un cuento desde la voz del poema. Dice el narrador del cuento Dignidad:

Creo que mi madre me observaba desde la botica. Busco distracción. El calor es cada vez más insoportable. Me desacostumbré a este clima. Nomás faltan los diablos con su cucharón. El pueblo se encuentra enclavado entre la concavidad del cerro y el río caudaloso. Ni una ráfaga. El viento está muerto. Fumigaron con flit; los mosquiteros estaban rotos. Nadie duerme la siesta, porque esto es un horno. La nube de zancudos chilla sus violines cerca de nuestras orejas.

Es quizá la memoria del autor como mancha que se esparce en distintas tonalidades, despliega un dejo de vivencias, o marca una visión, nube en un pincelazo; dice más adelante el narrador del mismo cuento:

Hace ya quince años. Vine al pueblo para recoger un acta del registro. Estoy en el cerro. Lejana, veo la botica que fue la nuestra. Hoy es de mi cuñada. Permanezco acuclillado y sueño. Avanza la mañana. Desde la altura ya no recuerdo a nadie. Intento imaginar viejos rostros. Es inútil. Diminutos los portales. Pesadas, suenan las horas. Estoy solo. Todo calla, está inmóvil. Mi madre, ante mis ojos termina por desintegrarse.

Y el yo lector no hace sino imaginar al autor mirándose. El panorama de la vida en un cortísimo metraje.

Un plano desde el que se ve un cúmulo de niños, un juego de canicas, una cuerda para saltar, la competencia entre los sexos, el pique, los códigos de la infancia, su lenguaje, el amor a cualquier vista pero desde el balcón, que da nombre al relato, y con macetas. La primera muerte se olvida menos que el primer amor. Parece recordárnoslo el niño Ernesto Flores, o es que el noviazgo entre el primer amor y la primera muerte son inolvidables.

Memoria que pasa como nubes, lugares, las experiencias más arraigadas. Las nubes van tomando como los recuerdos diferentes formas, las hay veloces, otras pasan lentas, otras se quedan en el instante memorioso.

Qué puede ser la fidelidad sino una lealtad entendida a modo, a conveniencia de las pasiones encendidas por el fuego. Un cuento en fuga, un hombre hasta probado y todo. Se aquerencia uno, se entiende, hasta que una prieta curvilínea, bajita, con los guardafangos bajos, gruesos muslos y casadera se atraviesa en el camino. Los celos salen a escena y la inocencia deja al relato oliendo a pólvora.

Un hombre que se contempla desde el espejo, los ojos de la noche, una mirada a las arrugas que les salen a los niños con el tiempo. La rivalidad en amores es la que conduce la curiosidad y que se va revelando en el trayecto del relato. Escritura y contemplación, los sueños como nubes que estremecen al autor, al personaje. El espejo es el que finalmente, estremecido, contempla.

El poeta es un fingidor, dice Fernando Pessoa. En los diferentes hechos escritos en Nubes que pasan el poeta es un narrador. Ambos en estos cuentos comparten la intensidad, la precisión en la manera de contar y el efecto que causan; el resultado es una visión con diferentes ritmos, los suyos intencionales y provocados; no se trata de flashbacks insertados en las historias, sino de escenas que se ven, al leerse, como un cortometraje con las palabras justas. Nubes, al fin, que pasan, pero quedan en al memoria del lector. Ese efecto y un irremediable aroma a nanches.

20101223

La oportunidad y otros relatos

Por Andres Amezcua

En esta serie de relatos de Marco Aurelio Larios el eje central es la ciudad de Guadalajara. Ella es el testigo único que observa inmutable cada uno de los acontecimientos que suceden a los personajes. Ellos se mueven escurridizos por sus parques, sus plazas comerciales, sus mercados; sin darse nunca cuenta de su vigilancia. Creen engañar y se engañan al final ellos mismos. Son cuentos impregnados de un atisbo de sensualidad, sexo y traiciones. Y sin embargo, más allá de esto, lo que al lector más le atraerá es ese constante personaje llamado Guadalajara, la perla de occidente.

A lo largo de la lectura, es inevitable no imaginarse a cada uno de estos seres anónimos por el parque Revolución, por el Agua Azul, por plaza México, por el mercado Corona. Sólo por esto, sin dejar de considerar su prosa, los relatos de Marco Aurelio Larios resultan ya placenteros. La identificación es uno de los efectos que logra toda buena literatura y es ahí donde más acierta nuestro autor. No basta un buen uso formal y poético de las palabras, sino que es necesaria siempre una historia que haga que el lector se sienta plenamente identificado con ella. Y es en este sentido, donde nuestra Guadalajara se erige como la ciudad más bella del mundo en donde se pueda vivir. ¿Y por qué no creer esto? La fama y la belleza de las ciudades se basan también en que ellas han sido muchas veces el leit motiv de la literatura universal. Es tal la identificación que perderemos la conciencia de la ficción y llegaremos a un punto donde no sabemos si tales hechos son reales o meramente ocurrencias del autor. Él mismo juega con este efecto, y al final, por si alguna duda nos queda, nos deja unas direcciones de correos electrónicos para contactarnos con los protagonistas de cada una de las historias. ¿Realidad o ficción? Nosotros tendremos la última palabra.

Marco Aurelio Larios (Guadalajara México, 1959) es Doctor en Filosofía por la Universidad de Viena, Austria. Como académico actualmente es profesor investigador en el Departamento de Estudios Literarios e imparte cátedra en la carrera de Letras Hispánicas de la Universidad de Guadalajara. Ha impartido cursos de literatura en la Universidad de Viena, Austria; en la Universidad de Rennes, Francia; y en la Universidad de Zagreb, Croacia. Como escritor obtuvo el Premio Nacional para Primera Novela Juan Rulfo 1998, otorgado por el Instituto Nacional de Bellas Artes y el gobierno de Tlaxcala con El cangrejo de Beethoven (Fondo de Cultura Económica, 2002). Autor de los libros La música y otras razones para contar(Editorial de la Universidad de Guadalajara, 1994) Erato. Ars amatoria en Guadalajara (Arlequín, 1998) y La oportunidad y otros relatos (La Zonámbula, 2007). Y es Académico de lo Ficticio.

20100305

Reseña


Por Andrés Amezcua

A través de esta serie de cuentos y narraciones cortas que rozan la prosa poética en su máxima expresión, el autor nos lleva por laberintos construidos de palabras que nos pierden de vista el final del camino ya trazado, cuando de pronto ¡plaz! nos estrellamos con el duro concreto que significa la realidad y la condición humana de unos personajes inmiscuidos en unos sueños imperfectos.
Si la vida es concebida como un sueño, la concepción oculta ya en sí una idealización de la vida misma, la visión de la vida se vuelve meramente positiva, es así como el sufrimiento y la violencia que en la realidad abundan no alcanzan el ámbito onírico, cuando queremos escapar de la realidad cotidiana de nuestro acontecer en el tiempo inmediatamente acudimos a los sueños porque ellos implican una idealización de nuestro ser en la realidad. Es en este sentido en que podríamos entender los sueños como perfectos, ya que nos liberan de la cadenas que regulan nuestra existencia en el tiempo y nos vuelven seres meramente potenciales; en el sueño podemos ser lo que queramos ser, en ellos existe una armonía de nuestro existir, tal que la vida se torna un sueño cuando va perfecta, es cuando el deseo se cumple sin mayor obstáculo, cuando los sueños son perfectos y la vida se vuelve un sueño.
Sin embargo, nuestro autor nos va descubriendo lo crudo de la realidad palabra tras palabra, cuento tras cuento, la vida no es un sueño para todos, y si lo fuera sería un sueño imperfecto, una vil pesadilla para los que sufren la violencia de la circunstancia que les tocó vivir, los constates abusos sexuales que sufre un niño en su infancia por parte de un sacerdote y su posterior venganza en la edad adulta (Serpientes y escaleras) nos muestra una concepción cruda de la realidad que nada tiene que ver con la visión positiva de la vida. Y, sin embargo, no es ahí donde mantiene la fuerza de la narrativa el autor, sino que el hilo dramático es tensado en gran parte por la prosa poética de la que nos deleita este escritor. Sus caminos son insospechados, en un punto se vuelven difíciles de comprender, pero al final se ve una luz que, llegados al punto, nos golpea el rostro como los rayos de un sol veraniego; o como el jab de un boxeador en plena efervescencia de la pelea, nos aturden sus finales porque devela el plan preconcebido de aquella lírica excelsa, véase lo bien logrado de este efecto en Unos ojos, un veneno que da cuenta de las intenciones asesinas de un niño, o la bien lograda Aurora boreal que trata la violación de una infante, por nombrar algunas.
La narrativa de Ascencio plasma narraciones que dejan un amargo sabor de boca por su crudeza, pero que a su vez nos dota de un gozo estético por su prosa poética siempre bien llevada y lograda: Tentado a mover los sueños, Un tenue reflejo, Espuma, la desgarradora pero ingeniosa Estado perfecto, en la cual contrapone y alterna los puntos de vista de los personajes; Fuegos artificiales, Lo que cabe en un parpadeo, Tornasol y muchas otras historias que componen este libro son una muestra de la brillante capacidad literaria de Roberto Ascencio.

20100215

Senda Narrativa

Si no tardas mucho, te espero toda la vida 
Jorge Castellanos

Valentino es atacado por la mafia, víctima de una confusión a la que la prensa tratará de sacar provecho. Indignado, pretenderá hacerse justicia por medio de una manifestación que él mismo encabece. No sólo tendrá que sortear los obstáculos propios de quienes se enfrentan a un sistema sucio, sin la ayuda de una sociedad en esencia apática hacia los problemas del prójimo, sino que deberá sobrevivir y reencontrarse para que el odio recientemente acumulado no lo lleve al abismo. La clave para que esto no suceda podría ser Andreína, una estudiante que ha dejado un confortable pasado para buscar un ambiente más autentico en el que ella pueda desenvolverse con integridad.


Jorge Castellanos (1983). De nacionalidad mexicana-costarricense. Desde muy joven radica en la ciudad de Guadalajara. Estudio la carrera de Comunicaciones y después viajó a España en donde estudió Guión en el Observatorio de Cine de Barcelona. También asistió a los talleres literarios de la Escuela de Escritores de México (SOGEM)


20080312

Jacinta-Senda Narrativa


Jacinta
Por Laura Solórzano

Terminé la lectura de Jacinta pensado cómo definir el texto de Yolanda Ramírez, cómo referirme a él, cómo llamarle de algún modo. Un cuento de hadas? Un poema narrativo? Una historia para niños, un relato poético, un poema en prosa, un manifiesto femenino-mitológico? Se trata de un híbrido? un texto en el filo de dos géneros, un arcaísmo plenamente moderno? Pensar en él como poema o pensar en él como un cuento? Un poema dentro de un cuento de hadas que trata un asunto actual o viejo, pero vigente?
Aún cuando comprendo que darle al texto una definición o un nombre no importa, no deja de tener su interés el hecho de que fuera esta primera dificultad una forma de definición del mismo. Jacinta se mueve en varios terrenos, ocurre en el lenguaje y ocurre en la imaginación, ocurre entre las voces del narrador, y los personajes, entre el diálogo y el monólogo, así como sucede también en una algarabía de metáforas e imágenes colocadas con una libertad que sorprende e inquieta. Un cuento de hadas inquietante, intenso, sorprendente, que va de un lugar a otro, de un símbolo al otro. El espacio y el tiempo sin embargo, son los ejes que finalmente construyen esta ficción y dibujan el destino de Jacinta.
Jacinta es una mujer atrapada por un ogro, luego atrapada por la maternidad y finalmente por el silencio. La imposibilidad de huir o cambiar el destino es el tema del cuento, es el drama que empieza a formularse a partir del inicio de la vida conyugal y las voces que participan en el relato, la voz del narrador y la voz de Jacinta van tejiendo un mosaico, una colección de fragmentos emocionantes y coloridos por donde transita su vida.
Jacinta se desarrolla a partir del cuento de hadas, hecho que plantea una especie de sencillez sólo momentánea porque el texto se vuelve a cada instante más complejo. El lenguaje camina con abrumadora potencia para contar la historia de Jacinta: las percepciones de la infancia, los seres de la mitología, el ambiente del castillo y las voces que se meten al texto para seguir construyendo el tapiz de esta realidad evocada, equivocada, sujeta y dolorosamente brillante que inunda cada página.
El silencio para Jacinta es lo más difícil, ha sido arrinconada en el silencio, castigada en la soledad de la imposibilidad de la palabra como contacto amoroso. El drama de Jacinta crece, en la medida en que su voz va perdiendo la posibilidad de ser, y de lograr un vínculo.
Dice Jacinta: “construir un camino, un puente, un túnel, una avenida de palabras. Si sólo pudiera hablar sin que fuera sometida su voz….”
Me vienen a la memoria otros personajes femeninos en la literatura que han sido prisioneras de esta circunstancia doméstica y materna que las obliga a callar y asumir su realidad sin poder transformarla. Desde madame Bovary hasta Ana Karenina, las mujeres a merced de un matrimonio infeliz, a merced de su rol social, quedan imposibilitadas de dar a su pulsión vital ninguna salida. Sin embargo, recordando estas novelas, en ellas, la maternidad no restituye el amor, los hijos de Ana Karenina y de madame Bovary pasan desapercibidos, o casi son inexistentes (quizá porque estos personajes surgen de la pluma de dos hombres, dos escritores). En el caso de Jacinta, no es así. El vínculo con los hijos sí logra darle a Jacinta la experiencia del amor, pero no logra sin embargo salvarla del silencio. No hay otra vida y el muro del desamor e incomprensión del otro, se traduce en una cárcel invisible y penosa.
Es en esta cárcel donde la escritura resulta y ha resultado tiempo atrás, una vía de liberación, un escape, una fuga de la realidad opresiva, un vuelo hacia el exterior, de encuentro con la imaginación y, finalmente de encuentro con el interior del ser humano que muestra su luz y toda su oscuridad.
Como el arte en general, la escritura ha salvado a muchos. En el caso de las mujeres la escritura les ha devuelto su voz perdida. La salvación a través de la palabra que expresa no sólo la esencia de esta pérdida, sino algunas veces las causas y las circunstancias de este mutismo. El encierro se vuelve menos real si la voz puede salir, sí puede exponer su razón, y arrojar su veneno. Por eso Jacinta escribe, por eso pasa por esta experiencia reconfortada y plena.
Encontramos en este relato, una prosa que funciona con los recursos poéticos puestos al servicio de la narración. Un ejemplo de riqueza lingüística en conjunto con un relato que nos va sembrando en la silla de la lectura paso a paso, y observamos como el personaje se va hundiendo, se va muriendo en la desesperanza ante la grisura de su vida. El final es congruente con el de un poema y dejando en suspenso mi interpretación, creo que resulta de una fantástica ambigüedad y coherencia.
Jacinta no es un cuento feliz, pero sí es uno cuya felicidad está en la literatura y sus poderes de reencuentro con los eventos profundamente humanos que nos tocan a todos.



Jacinta en su decir

FCE, 9 de octubre, 2008

Por Jorge Orendáin

Dice Yolanda en sus decires que me conoció un día que leí poemas en el Paseo Chapultepec junto con Raúl Bañuelos. Yo no recuerdo haberla visto ese día entre el público, aunque ella asegura que iba con su hija Yolanda, y que un pulpo poético les había encantado. Y creo que hasta la fecha.
Un poco después —quizá medio año o un año— Yolanda apareció en mi taller de poesía en la SOGEM. Al finalizar esa primera clase, dije: “Vaya, al menos tendré una alumna que ha leído mucho, y que se ve interesada en la poesía y que habla, habla y habla”. Pero jamás volvió al taller. Pero no volvió para seguir estando en el estar. Al poco tiempo, quizá un mes, me escribió un correo para ver si podía ayudarle a corregir un libro —o mejor dicho, un proyecto de libro—. Ella me citó en la librería Gandhi. Después de la plática preliminar de buenas costumbres entre uno que se dice maestro y otra que se dice ex alumna de un día y escritora de un libro para niños, ella sacó un montón de hojas impresas con todos los colores que se puedan imaginar, y con tachaduras cada centímetro cuadrado. Lo primero que dije fue: “Caray, dónde me he metido. Mejor le voy a decir que tengo mucho trabajo y que saldré de la ciudad en pocos días”. Pero en eso llegó el querido Sebastián, su hijo y ahora uno de mis mejores amigos, y me mostró varios de sus robots que dibuja desde muy chico. Ahora yo ya no tenía escapatoria. Después Yolanda me regaló su libro El gran niño, y tanto ella como Sebastián me pusieron una bonita dedicatoria. No había duda, me habían secuestrado. Entonces, me llevé a casa ese montón de hojas —ahora llamado costal de huesos— y me puse a trabajar en sus textos. En ese tiempo, La Zonámbula no existía.
A la semana siguiente nos reunimos otra vez y le di mi opinión respecto a la estructura, personajes, diálogos y título; y también una lista modesta de algunos autores que consideré en ese momento se acercaban a su, hasta entonces, proyecto de libro. Confieso que la idea de salir corriendo de la primera cita, no hubiera sido la correcta. Aposté, sin conocer casi nada de la obra literaria de esta mujer, que Jacinta podía —y debía— crecer y madurar más, y que necesitaba un poco de tiempo, de lecturas y de otros ojos menos atarugados que los míos.
Pasaron más meses y nos hicimos buenos amigos a raíz de que la invité a las reuniones con mis amigos cada miércoles. Desde entonces a la fecha —hace más de dos años— han pasado muchas cosas en el camino. De las que puedo hablar, por obvias razones, es del surgimiento de la editorial La Zonámbula, que hasta la fecha llevamos 12 títulos, Entonces, después de haber leído y releído Jacinta desde muchas facetas: editor, maestro por un día, poeta, y otros etcéteras que ahora no digo, consideré que teníamos que publicarlo. Ya se imaginarán la cara de alegría que puso esta querida niña cuando le di la noticia. Esto, si mal no recuerdo, fue en febrero de este año. Jacinta llegó a la casa de Yolanda el 27 de agosto, un día que ella estaba muy triste.
En fin, Yoli. Te agradezco por estar cerca. Muchas gracias por dedicarme el libro; por confiar en La Zonámbula; por permitirme ser amigo de tus hijos Pedro, Yolandita y el rey Sebi. De seguro vendrán más libros, conferencias, cursos y buenos momentos. Soñar es la mejor manera de estar despiertos. Eso nos ha unido hasta la fecha. En La Zonámbula así creemos, y sé que lo mismo piensas.
Gracias a todos ustedes por acompañarnos este día.
Buenas noches.



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