20111017

Nubes que pasan


Nubes que pasan

Óscar Tagle


Un poeta no escribe cuentos, no es ninguna máxima. Un poeta escribe. Los cuentos aparecen en su escritura, en su ritmo y en su pausa, que es aliento, respiración. Si algo se percibe al empezar a leer, por cualquier punto, desde cualquier ángulo, este conjunto de relatos de Ernesto Flores, es la serenidad, entre palabras, frases, líneas, pero sobre todo cortes. Esto es, la forma como un manojo de quietudes, los silencios bien distribuidos del oído que se escucha a sí mismo.

Lo primero que provocan es la sensación de madurez en el tejido verbal, la tensión, la seguridad que va fluyendo entre imágenes que pasan como nubes o recuerdos y componen cada pieza. Eso se percibe entre las historias contadas.

A la forma de estos seis cuentos que contiene el libro, no tengo duda, se llega por contagio, por gusto, una forma de inercia en que se lleva al lector siempre por un cauce seguro, apuntalado por sensaciones-secuencia provocadas, subrayo, por las imágenes que son nubes que son recuerdos, y que por lo visto, pasan para irse quedando en los ojos del que lee.

La narrativa del poeta habría que decir. El pulso del narrador, su poética. Escribir un cuento desde la voz del poema. Dice el narrador del cuento Dignidad:

Creo que mi madre me observaba desde la botica. Busco distracción. El calor es cada vez más insoportable. Me desacostumbré a este clima. Nomás faltan los diablos con su cucharón. El pueblo se encuentra enclavado entre la concavidad del cerro y el río caudaloso. Ni una ráfaga. El viento está muerto. Fumigaron con flit; los mosquiteros estaban rotos. Nadie duerme la siesta, porque esto es un horno. La nube de zancudos chilla sus violines cerca de nuestras orejas.

Es quizá la memoria del autor como mancha que se esparce en distintas tonalidades, despliega un dejo de vivencias, o marca una visión, nube en un pincelazo; dice más adelante el narrador del mismo cuento:

Hace ya quince años. Vine al pueblo para recoger un acta del registro. Estoy en el cerro. Lejana, veo la botica que fue la nuestra. Hoy es de mi cuñada. Permanezco acuclillado y sueño. Avanza la mañana. Desde la altura ya no recuerdo a nadie. Intento imaginar viejos rostros. Es inútil. Diminutos los portales. Pesadas, suenan las horas. Estoy solo. Todo calla, está inmóvil. Mi madre, ante mis ojos termina por desintegrarse.

Y el yo lector no hace sino imaginar al autor mirándose. El panorama de la vida en un cortísimo metraje.

Un plano desde el que se ve un cúmulo de niños, un juego de canicas, una cuerda para saltar, la competencia entre los sexos, el pique, los códigos de la infancia, su lenguaje, el amor a cualquier vista pero desde el balcón, que da nombre al relato, y con macetas. La primera muerte se olvida menos que el primer amor. Parece recordárnoslo el niño Ernesto Flores, o es que el noviazgo entre el primer amor y la primera muerte son inolvidables.

Memoria que pasa como nubes, lugares, las experiencias más arraigadas. Las nubes van tomando como los recuerdos diferentes formas, las hay veloces, otras pasan lentas, otras se quedan en el instante memorioso.

Qué puede ser la fidelidad sino una lealtad entendida a modo, a conveniencia de las pasiones encendidas por el fuego. Un cuento en fuga, un hombre hasta probado y todo. Se aquerencia uno, se entiende, hasta que una prieta curvilínea, bajita, con los guardafangos bajos, gruesos muslos y casadera se atraviesa en el camino. Los celos salen a escena y la inocencia deja al relato oliendo a pólvora.

Un hombre que se contempla desde el espejo, los ojos de la noche, una mirada a las arrugas que les salen a los niños con el tiempo. La rivalidad en amores es la que conduce la curiosidad y que se va revelando en el trayecto del relato. Escritura y contemplación, los sueños como nubes que estremecen al autor, al personaje. El espejo es el que finalmente, estremecido, contempla.

El poeta es un fingidor, dice Fernando Pessoa. En los diferentes hechos escritos en Nubes que pasan el poeta es un narrador. Ambos en estos cuentos comparten la intensidad, la precisión en la manera de contar y el efecto que causan; el resultado es una visión con diferentes ritmos, los suyos intencionales y provocados; no se trata de flashbacks insertados en las historias, sino de escenas que se ven, al leerse, como un cortometraje con las palabras justas. Nubes, al fin, que pasan, pero quedan en al memoria del lector. Ese efecto y un irremediable aroma a nanches.

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