20100305

Reseña


Por Andrés Amezcua

A través de esta serie de cuentos y narraciones cortas que rozan la prosa poética en su máxima expresión, el autor nos lleva por laberintos construidos de palabras que nos pierden de vista el final del camino ya trazado, cuando de pronto ¡plaz! nos estrellamos con el duro concreto que significa la realidad y la condición humana de unos personajes inmiscuidos en unos sueños imperfectos.
Si la vida es concebida como un sueño, la concepción oculta ya en sí una idealización de la vida misma, la visión de la vida se vuelve meramente positiva, es así como el sufrimiento y la violencia que en la realidad abundan no alcanzan el ámbito onírico, cuando queremos escapar de la realidad cotidiana de nuestro acontecer en el tiempo inmediatamente acudimos a los sueños porque ellos implican una idealización de nuestro ser en la realidad. Es en este sentido en que podríamos entender los sueños como perfectos, ya que nos liberan de la cadenas que regulan nuestra existencia en el tiempo y nos vuelven seres meramente potenciales; en el sueño podemos ser lo que queramos ser, en ellos existe una armonía de nuestro existir, tal que la vida se torna un sueño cuando va perfecta, es cuando el deseo se cumple sin mayor obstáculo, cuando los sueños son perfectos y la vida se vuelve un sueño.
Sin embargo, nuestro autor nos va descubriendo lo crudo de la realidad palabra tras palabra, cuento tras cuento, la vida no es un sueño para todos, y si lo fuera sería un sueño imperfecto, una vil pesadilla para los que sufren la violencia de la circunstancia que les tocó vivir, los constates abusos sexuales que sufre un niño en su infancia por parte de un sacerdote y su posterior venganza en la edad adulta (Serpientes y escaleras) nos muestra una concepción cruda de la realidad que nada tiene que ver con la visión positiva de la vida. Y, sin embargo, no es ahí donde mantiene la fuerza de la narrativa el autor, sino que el hilo dramático es tensado en gran parte por la prosa poética de la que nos deleita este escritor. Sus caminos son insospechados, en un punto se vuelven difíciles de comprender, pero al final se ve una luz que, llegados al punto, nos golpea el rostro como los rayos de un sol veraniego; o como el jab de un boxeador en plena efervescencia de la pelea, nos aturden sus finales porque devela el plan preconcebido de aquella lírica excelsa, véase lo bien logrado de este efecto en Unos ojos, un veneno que da cuenta de las intenciones asesinas de un niño, o la bien lograda Aurora boreal que trata la violación de una infante, por nombrar algunas.
La narrativa de Ascencio plasma narraciones que dejan un amargo sabor de boca por su crudeza, pero que a su vez nos dota de un gozo estético por su prosa poética siempre bien llevada y lograda: Tentado a mover los sueños, Un tenue reflejo, Espuma, la desgarradora pero ingeniosa Estado perfecto, en la cual contrapone y alterna los puntos de vista de los personajes; Fuegos artificiales, Lo que cabe en un parpadeo, Tornasol y muchas otras historias que componen este libro son una muestra de la brillante capacidad literaria de Roberto Ascencio.

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