20100304

Zonambulantes

Lejanía

Segunda parte

El día que tuvimos que despedimos fue muy triste. Lloramos mucho, recuerdo aún el tren alejarse lentamente, pero acelerando más y más hasta perderla de vista. Todavía ese mismo día tuve la oportunidad de llamarle por teléfono; y aquello se inundo nuevamente de llanto, no habían pasado ni ocho horas, cuando de nuevo estábamos diciéndonos cuanto nos extrañábamos y lo difícil que era toda aquella situación. Este modus vivendi duro algunas semanas más, cada llamada era un llanto imparable, y muchas veces teníamos que cortar mejor la conversación porque hablar y llorar a la vez resultaba muy complicado para los dos, aún más hilar pensamiento alguno. El día que nos despedimos nos hicimos una promesa, la cual consistía en volver a vernos y seguir con nuestra relación el transcurso de tiempo que estaríamos separados. Nada cambiaría, sólo no podríamos abrazarnos más, ni besarnos, cosas así... Nos amábamos tanto, que no permitiríamos que la lejanía nos despertara de aquel sueño vivido en Bayreuth, de aquellos wundebare Monate meines Lebens.
Una comunicación constante no rompería ese lazo que nos unía a pesar de todo un océano que nos separaba. Vee era mi vida y eso lo sabía muy bien. Es por eso que los primeros días de la separación fueron los más difíciles y los más angustiosos. Nos hablábamos cada día por teléfono, pero las horas nunca eran las suficientes para hablar de cualquier cosa, aún así me tranquilizaba el oír su voz del otro lado del auricular, ya que la lejanía se volvía una cercanía. Saber que su voz se escuchaba con la misma sonoridad que alguien que vivía a tres cuadras de mi hogar, me daba la ilusión de preguntarle si nos podíamos encontrar en Loreto, ella vivía a sólo dos estaciones del metro de ahí, y yo solo tendría que tomar un bus que pasaba por una colonia llamada del mismo nombre. Quizá no era la distancia lo que importaba, sino que hubiese lugares llamados de la misma manera, qué diferencia había de aquel nombre Loreto del de la colonia cerca de mi casa, para mí eran el mismo nombre, y por lo tanto el mismo lugar, y por eso me ilusionaba, por eso lloraba…
Sin embargo, escuchar su voz nunca era suficiente, quería verla también. Por eso decidimos comunicarnos por internet. Ya era posible tener una conversación con una persona y poderla ver a través de una cámara. Desde entonces Vee y yo pasábamos más tiempo charlando por el la computadora que con nuestros amigos. Nuestras conversaciones siempre terminaban en querer besar el aparato, a lo que súbitamente algún instinto nos dictaba el no hacerlo. Así pasaron muchos meses, y seguíamos igual o más de enamorados. Yo no quería perder a Vee y por eso tenía mucho miedo. Siempre procurábamos hacer todo de la manera más libre y fácil para los dos. Casi nunca peleábamos y siempre nos decíamos cuanto nos queríamos. Cada día esperaba a que la tarde y la noche desaparecieran para poderme conectar de nuevo y vernos un día más, y saber que aún estábamos juntos. Los días no me sabían ya a nada.
Extrañamente la comunicación desde la lejanía reforzaba nuestra relación. Vee se fue convirtiendo, o quizá ya lo era por aquellos días en Bayreuth, en un idilio para mí. La amaba más desde la lejanía. El gusto por conectarme al aparato y saber algo de ella se fue convirtiendo en una necesidad. Pero mientras la lejanía acrecentaba nuestro amor, mi miedo por perderla fue también creciendo. Yo estaba seguro que ella era el pedazo faltante de mi alma, mi otra mitad, mi destino. Finalmente nos habíamos encontrado de nuevo, pero ahora no la volvería a perder.
Nuestra promesa iba muy bien, sólo faltaba volvernos a encontrar. Para esto decidimos que haríamos un encuentro casual, algo así como un juego al azar. No queríamos vernos sabiendo dónde, cuándo y el número del vuelo en el que llegaría a su ciudad. Es por eso que para lograr esto le dije que yo llegaría un día de aquellos, que no le avisaría, y que para hacer esto más emocionante, tendría que dejar siempre las llaves de su apartamento debajo del tapete de la entrada, así podría yo recogerlas y entrar a su casa y sorprenderla, o por si no estaba, me encontraría ahí en su apartamento cuando regresara.
Finalmente decidí viajar a su ciudad. No le avise ni le comente nada los días previos a mi viaje, ni yo mismo sabía si lo haría, simplemente me decidí a viajar ese día para volverla a ver. Nuestro juego del encuentro casual seguía, pues, su marcha. Yo estaba seguro de que Vee dejaba siempre las llaves debajo del tapete de la puerta de entrada. Yo ya conocía su ciudad y la dirección donde ella vivía, por eso no tuve dificultades en encontrar su apartamento. Y así seguía nuestro juego.

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