LEJANÍA
Por Vincent Vega
Primera parte
Nos habíamos conocido en Bayreuth, una pequeña ciudad al sur de Alemania famosa por su festival anual de ópera wagneriana. Sólo por aquellas fechas, y quizá también por el Volkfest y la fiesta de la cerveza celebrada por la Brauerei Meissel`s Weisse, la ciudad cobraba cierto ambiente de vitalidad, ya que la mayor parte del año los habitantes vivían en una tranquilidad que me intranquilizaba. Yo venía de una ciudad donde el alboroto en las calles era de lo más común.
Éramos estudiantes de intercambio en la Universität Bayeruth, y hablábamos un mal alemán que hacía que nuestro grupo de amigos se redujera a todos los estudiantes de intercambio que había en la Uni, los llamados ERASMUS. Nuestras vidas discurrían, en aquella casi perfecta ciudad, en mañanas de Deutschekurs, un par de Fächer, cafetería, y en tardes de Mensa y más cafetería. Por las noches había muchas reuniones con los estudiantes de intercambio de otras WG`s en las cuales siempre había cerveza y vino para beber. Fue en una de estas reuniones cuando nos conocimos Vee y yo, sin embargo ya nos habíamos visto anteriormente un par de veces en el salón de idioma sin nunca haber cruzado palabra alguna.
Vee era muy atractiva y por eso llamaba la atención en seguida. Una blancura parecida a la nevada invernal teñía su piel. Su pelo era negro, como la noche que arropaba la nevada, y sus ojos eran grandes, como las del búho guardián de aquellas noches frias. Aunque me había gustado desde el principio, nuestra relación comenzó como una amistad muy profunda. De alguna manera, a pesar de nuestro alemán pausado y pobre de vocabulario, siempre nos entendíamos muy bien, cada sentido de las palabras nunca quedaba en duda, jugábamos y bromeábamos mucho en clase, casi nunca escuchábamos a la maestra. Saliendo siempre del curso, íbamos a la Mensa a tomar café, o chocolate caliente, sin embargo nunca despreciábamos una buena rebanadita de pastel o algún otro bocadillo. A veces también tomábamos camino directo a la Markplatz a comer un helado y a ver los negocios que la rodeaban.
Finalmente, cuando caminábamos cerca por la que alguna vez fue la casa de Wagner, después de muchas noches de reuniones con amigos, de cervezas, de vino, de cafés y chocolates calientes en la Mensa y de idas a la Markplatz, le declare a Vee lo que sentía por ella. Una pseudo iluminadora lámpara aluzaba aquella, por pura casualidad, romántica escena. Noche helada, al lado de la casa de Wagner y la de Franz Liszt, un Hofgarten nocturno a nuestras espaldas, lámpara a medio aluzar, y una bella ragazza adornaban aquel cuadro al que mi vulgaridad y brutalidad lo hacían parecer surrealista. Unas pocas palabras bastaron para tomar su delicado cuerpo en mis toscas manos y pegarle un beso que reforzaba aquel sentido romántico que se daba en esos precisos momentos.
Desde entonces, Vee y yo siempre tuvimos una bonita relación como pareja, éramos amigos y novios a la vez. Muchas veces, sino es que la mayoría, me llegue a quedar en su casa días enteros. Sólo me despedía para ir a mis pocas clases que tenía y después regresaba para la comida. Platicábamos mucho y de todo, nuestro alemán permitía discusiones filosóficas y bromas de las más tontas. Siempre la quería convencer de las bondades del comunismo, y ella, muy al contrario, me hablaba de las ventajas del sagrado liberalismo económico. Al final, sin embargo, siempre terminábamos nuestras discusiones en la cama y quedándonos en ella por muchas horas, solo acariciándonos y observándonos cómo si fuéramos dos seres extraños pero fantásticos. Ella me despertaba en especial una fascinación hipnotizante. Así pasamos ocho meses de amantes cortazarianos.
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