20120527

Nos miramos las distancias, texto de Fanny Enrigue


Mirarnos las distancias
Fanny Enrigue

“La huella del escritor —dice Foucault— está sólo en la singularidad de su ausencia; a él le corresponde el papel de muerto en el juego de la escritura”. Ese juego en que el autor (aquí autora) se vuelve un gesto, la mueca de su propia fuga; aunque al transitar por esa ausencia, que son letras, conozcamos la última sentencia antes del simulacro: Disculpa la bala perdida, / pero es así: / no es cosa mía.
Y no es. Aquí la paradoja, el quebranto, otra Verónica que nace en el texto sólo para representarse extinta y señalarse como la ausente, la que quisiera ser el niño en el ataúd esperando que cierren la tapa. Verónica, que como Edipo vació las cuencas de sus ojos, se despojó de la piel, de su individualidad para adoptar esa otra forma, esa otra vida, que es el texto poético, y mirarnos la distancia: no se trata de no mentir, eso puede ser sólo una herramienta. Verónica sin carne sin hueso que grita desde el féretro: ¡No hay nada qué saber, en verdad, nada…!. Pero en la impostura de la otra Verónica, de la no-Verónica, siempre se vuelve tentador pisar el hoyo.
Se torna tentador, para nosotros lectores, persiguiendo al espectro, habitar esa ausencia, caminar sobre espuma de lodo, andar tras el fantasma que no es ya Verónica sino su cuerpo yerto, revólver en mano, todavía humeante. Porque toda lectura es riesgo, precipicio, porque la fuerza de gravedad no lleva a un fondo, a tierra firme, sino a una interminable caída vasta de unicolor.
Y la autora, en su “jugar a faltarse” nos abre las páginas advirtiendo que nada de esto importa / porque mañana seré otro. Lo dice la sonrisa, su mueca esfumada, que es trampa, astucia, ofrenda, puesta en escena del lector sobre las tablas, sobre las palabras del fingidor que sólo en un esfuerzo absurdo identificamos con Verónica. No sirve señalarla, el juego se pone en marcha, sin temblar en el fin de cada frase, falseando –nosotros también- la emoción, mientras ocultamos y suponemos que nadie sabe lo que pasa.
Vértigo, en el preciso instante en que reconstruimos las simulaciones: la de la autora, desaparecida, pero jalando el gatillo en nuestra sien a cada verso. La de nosotros, lectores, ocupando su sitio en esa estela, llenos de ilusiones prostitutas, sin una meretriz que sepa decir con certidumbre el costo de la fornicación. Vértigo en que al ocupar el sitio de la ausente somos nosotros mismos víctimas y verdugos, a través –qué sutil, qué magnífica enfermedad- de un poemario que es un arma. No debe ser tan ligero irse así al infierno.
No debe ser tan leve; nada hay más serio que jugar a que un día todos matamos a los padres, como con júbilo, desando no darnos cuenta, y jugando nos preguntamos ¿será el hecho de no haber pedido nada y haber recibido a vasos llenos tanta mierda y tanto gozo; enseñándonos a vivirlo, a disfrutarlo sin entenderlo? Nada más serio que el juego de ser Sofía y soñar, como ella cuando más joven, con volverse una loca. Nada más serio que desear, frente a la cajetilla, nunca haber jugado demasiado en serio y continuar llorando, como en la infancia, sin saber los porqués.
El juego del arte, como los mejores juegos, es sacrílego, profana tumbas, incendia ciudades quemando toda regla para instaurar las propias; señala, con el dedo de un muerto, con el dedo de un ausente, múltiples fronteras, puentes, barrancos, temblores, nidos. Señala con la certidumbre con que  punza un dolor tan añejo como si no fuera propio. No es mentira la ficción, es ficción. Imposible decirlo a quien niega la realidad de la irrealidad; imposible a quien se niega a acariciar la estabilidad y luego decide voltear el rostro, sabiendo lo fallido de encontrar el rostro real.
“El tener lugar del poema –escribe Agamben- está en el gesto en el cual el autor  y el lector se ponen en juego en el texto, y a la vez infinitamente se retraen”. Parálisis y comienzo. Nos miramos las distancias sólo cuando ocupamos el sitio del ausente y en simulación, lectores, instalamos a nuestros fantasmas en esas letras, en ese filo, hacemos la promesa de ir a buscar los restos en esta obra, restos que no son el ataúd sino tus, mis, nuestras historias. Siempre con mucha ansiedad, algo de esperanza en la lectura de este poemario nos preguntamos: ¿Qué pasaría si tuviéramos acceso a todas las ventanas? Qué pasaría si al abrir esta obra, tuviéramos la condición para convertirnos en lo que alcanzamos a leer.

 



No hay comentarios:

http://todoennoticia.com.mx/occidente-municipios-jalisco/cerda-martha-mientras-agonizas-la-zonambula-2020/