Ana Zambrano
Viento habitable de Raúl Caballero García (1952) es una antología que consta de treinta y tres poemas (algunos anteriormente agrupados en El agua inmóvil), perteneciente a la colección Pausa poética de Editorial La Zonámbula.
En la lectura de este libro se respiran varias de las estancias que conforman el movimiento natural del hombre. Por una parte, encontramos al personaje en el espacio del cual ha irrumpido al tiempo y la vida. Se hacen recorridos que van desde la ciudad del Sol hasta las calles de un San Juan que transportan al sujeto poético hacia las profundidades de Santa Tere, donde habrá de contemplar el nacimiento de un amanecer tan único como igual a todos los ya ocurridos.
A partir de lo anterior, habita en este viento de palabras la sensación vibrante de un cuerpo peregrino. El poeta escapa de sus límites citadinos y profana espacios sospechados o no, de sorpresa y aviso. La sustancia de quien se mueve regala añoranza, cansancio y también desahogo. Se trata de quien procura el cambio, lo vive y después trata de ponerle fin al regresar sobre sus pasos, teniendo como primer instinto de hacer, en nombre de la memoria de las tierras pasadas, una ansiedad que responde exclusivamente al frío de la soledad.
Ésta misma línea sigue la presencia femenina como ser causal de pasiones que motivan la afectación del hombre. Se describe aquí el llamado del deseo, la petición de poseer, la palabra que incita, el ritual que convence y logra el momento donde piel y alma se alcanzan y alzan hacia la suspensión de lo finito. En la poesía de Raúl Caballero se borda a la mujer que se ama y se tiene para, posteriormente, dejar expuesto el cuerpo y pensamiento de quien la ha perdido y vive su ausencia.
Vale la pena exponer tal realidad con sus dos vertientes. Por una parte, está la mujer lejana que duele y lastima la profundidad de lo sensible, acentuando la disforia de quien por ella es afectado. Hablamos de un lamento, un anhelo irrefutable de algo que se ha disipado. Es melancolía, agonía desesperada. Además de esto, se encuentra la ausencia que fortalece y revienta el amor, la distancia que es dolor y reclamo. Amor y muerte. Deseo que abre grietas y detiene la razón más no la cordura: “Sin casi todos pero sobretodo sin ti”, dice el poeta en un canto dirigido al ser amado, de inteligencia y distracción, de manos que recuerdan, de cuerpo que responde, de alma ofrecida y corazón cuya sangre es derramada. Ella, la que se tuvo pero ya no más… Ella, la mujer de Nunca.
En el óleo pincelado por Raúl Caballero García dentro de Viento habitable se establece, finalmente, la sentencia de que “nuestra tristeza siempre ondeará por el mundo”. Afirma que al llegar la entrega se deseará la ruptura, que al tener lo noble se buscará el caos, aquello que corroe porque perturba. Amar para terminar con el deseo y después seguir amando, seguir buscando, aquí o en cualquier otra parte, hasta que se deje de vivir, sin importar nada más, como causa fundamental del hombre y la vida, cuya dualidad siempre estará atravesada por una discontinuidad que establece la existencia y su movimiento.
Si se trata de un lugar, de una mujer, una ambición o un anhelo, el sujeto poético seguirá buscando, seguirá encontrando y seguirá perdiendo. Lo relevante de estos poemas reside en el recorrido realizado por el hombre, el cual le permite conocer todas sus facetas, jugar todas sus cartas. Ésta es, quizá, la mayor gracia de Raúl Caballero: exponer al hombre como poeta, o lo que es más, exponer al hombre dentro del poeta.