9 de noviembre, 2016
Ex Convento del Carmen
Jorge Orendáin
1
De Raúl puedo decir
que es un amigo con quien se puede inventar el mar desde el residuo de una
cerveza o desde los ojos de una mujer que habite esta ciudad u otra que no nos
pertenezca. De él, les podría hablar de su afición al futbol, a los toros, al
ciclismo, al beisbol, a la música, a la lucha libre y de las largas pláticas
que sobre el Atlas sostenía con su padre, ese otro niño de edad innumerable.
También les podría platicar de cómo son sus
talleres de poesía, de cómo ha impulsado desinteresadamente a muchos jóvenes a
la escritura; de cómo es cuando ríe, llora, se enoja o descubre una palabra
nueva, o de cómo platica con sus hijos, esposa, hermanos y alumnos; o también
de sus libros que habitan en su casa, o de todos los lápices miniatura que
siguen con él, siempre a punto de escribir alguna palabra.
Pero hoy me toca decir que Raúl tiene una casa
donde habitan dos camas para un tiempo, un techo por si viene muy recio la
lluvia y una puerta donde amanece, se hace tarde, llega la noche, y se miran
las cosas del mundo por una rendija. Por esa puerta, nos invita a entrar o
salir del mundo porque “algún día ya no tendremos puertas/ y seremos como el aire
y el sol/ abiertos a todas las miradas/ a todas las sabidurías/ a todos los
ofrecimientos”.
En la casa poética de Raúl siempre se mira un
colibrí que “vuela para quedarse quieto” y llega del futuro “a volar sobre el
es y el qué será”. También hay una ventana que recibe como puede los
amaneceres. Desde ahí, Raúl observa la luz y el viento que entran dibujando un
mundo. En esta casa, él abre la puerta y camina por la ciudad en lluvia y nos
invita a beber la luz con raíz en tierra, para echarnos a “caminar como un
río”; y nos advierte que este río en realidad nunca se va, porque permanece en
la memoria de todo aquel que moje su mirada en sus aguas.
En ese andar por las calles, Raúl encuentra a
un niño de edad innumerable que le lanza una canica por el suelo y los pájaros
le regresan todo el tiempo. Raúl toma la canica y la mete en una bolsa donde
“cabe ese rayo a favor de la lluvia”.
La poesía de Raúl habita en un barrio donde
hubo un volantín que dio vueltas por el mundo en caballos de madera, tortugas,
aviones, sapos y luciérnagas, pero que hoy está varado en un rincón de la
noche.
Desde su poesía, un pez le habló alguna vez
del hombre “cosas largas, anchas y tremendas”; le dijo que “la amargura le
viene de no ser mar, ni río, ni lluvia/ y de ser hombre como cualquier cosa
cualquiera”.
En el camino nos va diciendo que “las ballenas
hacen posible el mar” y que “la lluvia ama del río lo que tiene de agua”. A
veces, Raúl saca de la manga un poema, “lo mete en la otra y desaparece”.
En sus palabras, Raúl nos habla de su padre,
del abuelo, de su madre, del músico, de sus hermanas, de sus hijos, de su
esposa y de gente querida.
Al abrir cualquiera de sus libros, nos vamos a
encontrar con un cielo apalabrado de azul, de transparencia, de múltiples voces
y, sobre todo, de poesía.
Raúl escribe porque fue niño y aprendió a
escribir en cuadernos y en las cosas. Él sigue siendo ese niño que sabe que las
palabras que plasma en sus cuadernos o carpetas son una puerta amplia para
habitar múltiples cielos. Nunca ha olvidado 4 de los elementos fundamentales
que debe tener un buen poema: belleza, precisión, hondura, resonancia.
En gran parte de los poemarios de Bañuelos, es
frecuente encontrar los temas de la puerta y el cielo. No es momento de
profundizar en esto; pero sí decir que la propuesta poética de Raúl, desde su
inicios, puerta y cielo son palabras constantes. Por ejemplo, en 1983 uno de
sus libros se intituló Puertas de la
mañana. No en vano, hace no mucho tiempo, Raúl le dijo a Gustavo García de
la revista Proceso que “Los poemas
son una casa entre el cielo unívoco y la tierra dividida”.
2
En un decir que no se
puede decir en un dos por tres, y que nada tiene que ver con la prisa, te
decimos gracias por todas las palabras y su poesía, por todo el tiempo en
diversos espacios, por los lunes, los viernes, los sábados.
Gracias por tu casa y su ventana abierta y la
gran familia que siempre nos ha recibido (madre Tere y padre Pablo que ahora
habitan otras dimensiones; hermanos, sobrinos, Vero hija, Pablito hijo, Anabel
esposa).
También gracias por la compañía en estadios,
cantinas, viajes, por alentar nuestros primeros libros, las primeras revistas,
las primeras lecturas en público, las primeras entrevistas en los medios de
comunicación.
Son muchos decires que no caben en este decir,
son muchas botellas de buen vino (bueno, casi siempre), muchos periquetes,
muchos gritos en los partidos del Atlas, muchas novias que se fueron (bueno, a
mí).
Gracias por tu entusiasmo y trabajo en la
Fundación de la Red Nacional Autónoma de Talleres Literarios y por las
ediciones que has apoyado, como Trashumancia,
Arlequín, El Viaje, El Hoyo, Armario,
Juglares y Alarifes, Luvina, Incluso, Péñola, Ea!, El Itinerante y La
Zonámbula, entre muchas otras.
Sin duda, somos muchos quienes te damos las
gracias por creer en nuestra pasión por la poesía, es decir, por la vida. Este
sencillo homenaje es una muestra del tanto cariño y respeto que te tenemos, no
sólo en Guadalajara, sino en varias ciudades del país. Y también quiero
extender estas palabras para felicitarte por tu gran labor como estudiante,
investigador, antitallerista y profesor de la Universidad de Guadalajara,
institución que aún te debe mucho, y de la cual recientemente te has jubilado.
Te extendemos un abrazo y los mejores deseos Por el chingo de cosas que nos quedan
por vivir en esta Casa de sí que has
construido.
Muchas gracias.