Submarinos de papel
Yolanda Ramírez Míchel (coordinadora)
El más bobo del planeta
Patricia Sanmigue
Julio prefiere quedarse en casa, jugar en su computadora o mirar el televisor. No le gusta salir como a otros chicos. Disfruta más la tranquilidad que encuentra en su departamento, donde habitan él, su mamá y las plantas.
Sin embargo esta calma se vio interrumpida una tarde, cuando se mudaron los nuevos vecinos.
A partir de ese día, Julio se convirtió en espía. Su primera tarea fue estar al pendiente de cada movimiento de la mudanza. A escondidas, pudo ver a los cargadores con los muebles, las cajas grandes y chicas, e incluso un piano.
Personas iban y venían. Todo parecía normal hasta que, a lo lejos observó que alguien subía, lentamente, las escaleras. Calculó qué tendría su misma edad. La siguió con la mirada. Se fijó en cada detalle. Ya no le importaron más el resto de las cosas.
Le gustó la blusa colorida que mostraba sus hombros. También le llamaron la atención sus pequeñas manos y siguió el movimiento de su cabello. Pero fue el rostro de esa menuda extraña lo que a Julio impactó.
Su mundo se paralizó, el único sonido que le retumbaba en la cabeza era el palpitar de su corazón.
¡No comprendía por qué esos ojos enormes y oscuros podían hacer que su corazón latiera así!
Le confundía estar, sin motivo alguno, sonriendo detrás de la puerta.
"Se sentía el más bobo del planeta"
En un principio, Julio decidió rechazar ese desconocido entusiasmo que le provocaba llegar pronto a casa y tener la posibilidad de mirar, al menos un momento, a su vecina.
Pero, a pesar de lo incomprensible que esto le resultaba, se transforma en un viejo malhumorado si al terminar el día no había logrado, si quiera una vez, advertirla a lo lejos. Por ello, tratando de conciliarse con esas sensaciones, decidió tomar en serio la misión de vigilarla.
Día a día fue recabando información acerca de ella. Sabía perfectamente a qué hora regresaba de la escuela, qué días tenía deportes y qué otros debía usar el uniforme de falda. Desde su ventana, se entretenía cómo saltaba la cuerda o andaba en bicicleta.
La escuchaba cantar en el pasillo, y era el único que la acompañaba, a distancia, cuando le tocaba practicar sus clases de piano. Su tiempo lo dedicaba, casi en su totalidad, a ella, ya que incluso por las noches, sin excepción alguna, su último pensamiento iba dirigido al departamento de enfrente.
"No podía dejar de sentirse el más bobo del planeta"
Y es que se le hacía verdaderamente estúpido su reciente comportamiento, el cual no podía evitar, pero tampoco podía cambiar. En tres ocasiones intentó acercarse, romper el silencio y comenzar una conversación.
Apenas se aproximaba a unos metros de ella y un hormigueo le subía por el cuerpo, sentía calor y, como si tuviera un maleficio, ningún sonido salía de su garganta.
¡Su desesperación era entonces mayúscula !
Podía procesar las palabras en su cerebro, incluso se hallaban grabadas en su memoria luego de haberlas ensayado miles de veces frente al espejo, pero cuando debía pronunciarlas: ni un solo sonido se le escuchaba. Estaba mudo.
"De verdad no podía dejar de sentirse el más bobo del planeta."
Incluso, una noche hubo una fiesta en el departamento de enfrente y Julio fue invitado. Parecía la ocasión perfecta para terminar con obsesiva persecución. Durante toda la tarde planeó a cada detalle la manera en que tendría al fin contacto con la desconocida.
Invirtió sus ahorros en una loción y goma para el cabello, las cuales usaría por primera vez. Limpió y boleó sus zapatos que tenía perdidos en un rincón del armario. Cepilló sus dientes sin renegarle a su madre, y por último compró un chocolate envuelto en regalo.
Todo parecía perfecto. ¿Qué prodría fallar? Ahí en medio del pasillo a unos pasos de distancia de la alegría, Julio una vez más se paralizó. Apenas a unos centímetros de entrar, quedó nuevamente inmovilizado.
Nunca imaginó que ella podía lucir más hermosa y que otra vez todo a su alrededor se detendría mientras su corazón alcanzaba un mayor número de palpitaciones por segundo.
Sentía como el chocolate se le derretía en las manos. Su cuerpo no le respondió, de nuevo no emitía ruido alguno. Su única opción fue correr, baje de carrera las escaleras y huir.
" sintiéndose el más bobo del planeta."
De malas y harto de su situación , Julio decidió terminar con tanta locura. Optó por reiniciar sus antiguas actividad, concentrarse en sus programas televisivos preferidos y juegos cibernéticos. Dejaría las cosas al tiempo.
Y así fue, pasaron días y semanas sin que Julio tratara de ser una vez más un espía, por el contrario evitaba a toda costa los encuentros. Lo que menos deseaba era volver a sentirse bestialmente torpe.
Pero una tarde, al estar a punto de salir se topó con ella en el pasillo. Fue inevitable que ambos se descubrieran en sus miradas.
-Hola- saludó ella.
No hubo respuesta, sólo silencio.
La vecina sonrió y continuó su camino. Él estaba una vez más a punto de maldecirme cuando miró que ella llevaba consigo una maleta. Hasta ese momento, Julio no había experimentado el verdadero miedo. Su mente se aceleró y sintió desesperación. Pensó lo peor, seguramente se marchaba, y lo más terrible:
¡Nunca más podría verla, no siquiera a la distancia!
Ante esta posibilidad, se lanzó tras ella. De un salto bajó hasta la salida del edificio, sus ojos y razón se nublaban, una vez no comprendía qué lo impulsaba a salir contenta urgencia, pero su único anhelo era encontrarla. Le parecía interminable el camino a la calle. Pedía a Dios que él se equivocara.
Y ahí estaba ella, sobre la banqueta, cuidando la maleta. Parecía aguardar a alguien, parecía estar esperándolo... ¿a él?
-Hola - una vez más ella saludó.
-Hooola - ¡al fin!
-Soy Gloria - dijo y tendió su mano.
Julio dibujó entonces su más larga y animada sonrisa.
Gloria no se marchó, sólo regaló alguna ropa en la vieja valija. Y Julio comprendió entonces cuando en realidad se es...
"El más bobo del planeta."
Los cuentos que aparecen en este libro son el producto del taller de Literatura Infantil y Juvenil ''Viaje a la semilla'' que coordina la maestra Yolanda Ramírez Míchel en las instalaciones del Fondo de Cultura Económica en Guadalajara a partir de septiembre del 2008.A decir de la coordinadora, cada uno de los cuentos ha sido una aventura, y ha dejado a su paso un camino de olas. ''Un camino de alegres chapoteos en las profundidades de la conciencia. Cada uno de estos submarinos de papel son viajes al espíritu de los autores, son horas de atención a la clase de navegación , y mucha humildad y persistencia para que no se les escapara la sustancia poética''.
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