Por Eunice García
Juan despertaba con una idea en la cabeza: pescar.
Había visto uno de esos programas de cultura extraordinarias-y ajenas- alegres niños apoderarse de animalillos rojos utilizando finísimas redes de papel. Prodigio.
Juan salía por las mañanas cargado de papel a un estanque -medianamente olvidado- cercano al lugar donde habita. Suponiendo que se trataba de un asunto oriental, Juan intentó con un hermoso pliego de papel de china. Con los dedos teñidos de azul regresa a casa: sin pez.
Intentó con un periódico, hojas parroquiales, propaganda protestante y más. Incluso desojó uno de sus más preciados libros de texto gratuito. Nada: ausencia de peces, enojo.
Peces Rojos, Matisse |
En el fondo del estanque los peces dormitan.
Una tarde cualquiera Juan regresa vacío a casa. Ahí en la mesita –y rodeada de macetas- la felicidad comprada: cuatro peces rojos burbujean contentos en casa.
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