Autor: Rubén Gil
En la poesía de Rubén Gil parece haber lugar para una sola cosa: la fugacidad. Todo en estas páginas, más que ocurrir, se desvanece. Y al percibir ese desvanecimiento comprendemos que algo ha sucedido, y cuando volvemos atrás para releer el escueto puñado de palabras que hay en cada poema no acertamos a esclarecer de dónde han sido arrancadas, en dónde aterrizan a fin de cuentas o hasta qué alturas lograrán volar antes de dispersarse definitivamente.
Por momentos creemos entender, pasado el primer desconcierto, que una experiencia de placer humilde y elemental nos está siendo comunicada: "escucha el césped / la tarde ríe". En otros momentos acaso intuyamos, en cambio, la formulación de un enigma oracular: "el aire copia relámpagos / dicta la sentencia". En todo caso, la sensación que ha de predominar es la perplejidad, el pasmo, el estimulante (aunque neutro) aporein griego, punto cero de toda imaginación, signo inicial de toda pregunta, comienzo de toda caminata: "el doblez como selva".
De los poemas de Alma Verde sospecharemos tal vez que una extrema decantación los ha conducido hasta su forma última, incluso al precio de vaciarlos de significación. O pensaremos que son, por el contrario, enunciados ingenuos, alegres y espontáneos, irresponsables ante la presunta obligación de transmitir algún mensaje. Sea como sea, no podremos leerlos como renglones inofensivos o absurdos, porque nos habrán enseñado -sin que nos percatemos- que no hay pliegue sin misterio, ni en las palabras ni en el mundo.
Por momentos creemos entender, pasado el primer desconcierto, que una experiencia de placer humilde y elemental nos está siendo comunicada: "escucha el césped / la tarde ríe". En otros momentos acaso intuyamos, en cambio, la formulación de un enigma oracular: "el aire copia relámpagos / dicta la sentencia". En todo caso, la sensación que ha de predominar es la perplejidad, el pasmo, el estimulante (aunque neutro) aporein griego, punto cero de toda imaginación, signo inicial de toda pregunta, comienzo de toda caminata: "el doblez como selva".
De los poemas de Alma Verde sospecharemos tal vez que una extrema decantación los ha conducido hasta su forma última, incluso al precio de vaciarlos de significación. O pensaremos que son, por el contrario, enunciados ingenuos, alegres y espontáneos, irresponsables ante la presunta obligación de transmitir algún mensaje. Sea como sea, no podremos leerlos como renglones inofensivos o absurdos, porque nos habrán enseñado -sin que nos percatemos- que no hay pliegue sin misterio, ni en las palabras ni en el mundo.
Luis Vicente de Aguinaga
NOTA
Presentación de Alma verde de Rubén Gil
El viernes 21 de Junio de 20013, editorial la Zonámbula llevó a cabo la presentación de libro Alma verde del autor Rubén Gil. Una vez más, gracias al espacio que nos brinda Cecilia González en la librería del Fondo de Cultura económica.
Se contó con la presentación de Raúl Aceves, Daniel Kent y en voz de Karla Salazar la representación de Laura Solórzano quien por motivos de salud no pudo asistir.
Al final del evento, no hubo venta de libros, ya que el autor decidió regalarlos.
Aquí les compartimos los textos que realizaron los presentadores acerca del libro "Alma verde".
Por Daniel Kent
Alma verde: Alma natural. El alma expresándose en la naturaleza vegetal. La naturaleza vegetal dentro de la naturaleza humana reflejándose en el espejo del estanque. Donde el ojo derecho mira en su reflejo a su ojo derecho y el izquierdo a su contraparte correspondiente. Viaje de Narciso al trascender el umbral de la propia imagen para ir al encuentro del árbol verde que lleva dentro.
Expresar el alma verde; es decir la conciencia de la naturaleza afín y natural en todos nosotros, eso es lo que aprendí al leer los poemas “fugaces” de Rubén Gil como los nombra tan atinadamente Luis Vicente de Aguinaga. Intenté no ilustrarlos, sino describirlos con imágenes y más bien expresarlos tratando de no perder la relación de la imagen en sí con la sensación que se deriva de su lectura.
Creo que la mejor guía para introducirnos en el sentir de éstos poemas, la tenemos al leer primero lo que en la contraportada nos dice Luis Vicente y luego ya terminada la lectura de los poemas volver a la primera, porque de ésa manera podremos percibir un instante más de la fugacidad que les define.
Que los disfruten.
Por Raúl Aceves
Dedicado "a ella" (siempre hay una "ella" detrás de los poemas), este breve libro de 52 poemínimos, que suman 90 versos, acompañados de 11 dibujos a tinta de Daniel Kent (quien también ilustra la portada)...
Es una colección de paisajes concentrados, como apuntes coloridos y frutales, un tanto enigmáticos y elípticos, como si hubieran sido extraídos al azar, de un diálogo cifrado en un lenguaje secreto
A veces transparentes y sensoriales con la complicada sencillez de sus parientes orientales, los haikús, rodeados de espacio blanco y vacío; a veces como relámpagos aislados o fulgurantes iluminaciones, a semejanza de los koanes zen
Las palabras van emergiendo a la superficie como puntas del iceberg rubengiliano, en un mar de profundidad desconocida, lleno de abismos, algas y sargazos que pintan su alma de verde.
Admirador de e.e. Cummings, ese extraordinario y extravagante poeta norteamericano, Rubén Gil emula su dislocada sintaxis poética y utiliza símbolos naturales (lunas, cascadas, aves, viento, estrellas, frutas...), para fabricarnos un universo en miniatura, un microcosmos que al mismo tiempo nos invita y nos desafía
Rubén Gil calla más de lo que dice; a nosotros corresponde oír más de lo que escribe.
Por Laura Solórzano
Al terminar la lectura del poemario Alma Verde, quedé un tanto sorprendida por su efecto en mí, sentía cada verso dicho como con un altavoz y sentía el eco de esta cadena de oraciones pasar suavemente por la conciencia. Después de reflexionar, llegué a la conclusión de que mi asombro era debido tanto al contenido como a la forma en que ese contenido se despliega.
En poesía, el espacio en blanco juega un papel esencial en la construcción del poema, ya que se trata de la voz del silencio, o lo que es lo mismo: las pausas del autor al momento de escribir los versos, y las pausas que hará el lector más adelante, al momento de leerlos.
Cada poeta tiene una distinta relación con el espacio en blanco, es decir con el silencio, así como hay quien lo llena, hay quien lo vacía, y este hecho se transforma en propuesta estética, y estilo.
En Alma Verde de Rubén Gil, se observa este juego entre el lenguaje y el silencio, y parece que aunque en cada página gana en masa el silencio, el lenguaje triunfa sin embargo al condensarse al máximo y al resplandecer gracias a la brevedad y a su relación particular con los versos.
Resplandecen los poemas de Gil, como una algarabía de imágenes que conforman una continua cadena de fragmentos, en un vínculo que en momentos se rompe para volver a formarse…
Parece que estos versos quisieran construir un paisaje en movimiento, un paso móvil por una escenografía veloz y elevada. Como si Gil estuviera tomando con agilidad notas del cosmos, apuntando estas visiones minúsculas y mayúsculas de la naturaleza que lo rodea. En efecto las anotaciones poéticas de Gil son breves pero álgidas, rápidas pero certeras, tenues pero visibles. Nos regala esta poesía sus observaciones, apuntes, disposiciones, deseos, sencillez y hondura.
En cuanto a la voz poética, me pareció escuchar un yo que habla hacia un tú, un nosotros que habla a todos, y una voz omnipresente o la tercera persona gramatical. Con esta multiplicidad de voces, Gil gana libertad para expresarse y desplazarse desde cualquier lugar y hacia donde él quiera, sin ninguna restricción con respecto al Yo poético.
Escuchamos “el agua es mi alimento” “el doblez como selva” “el metal se ablanda con tu tacto” “cómo crujen las estrellas” y “luna, mira esta avena” “lenguaje del árbol las hojas”…y quedan en nosotros resonando al dar vuelta a cada página, estas líneas recortadas, sin puntuación, colocadas discretamente en el blanco del papel, y así, atravesados por este hilo o este flujo, sentimos un parpadeo de visiones iluminadas con el lenguaje.
¿Y cómo ocurre este fenómeno de luz intermitente que nos descoloca y seduce? Es gracias a la combinación de versos y silencio que la voz se escucha con mayor fuerza, y escuchamos a través de esta poesía de Gil, la voz de la naturaleza llevada por el viento de las páginas que pasan dejando un rastro de tinta y de belleza.
~la ene se desviste
sólo queda la ortografía~
Se contó con la presentación de Raúl Aceves, Daniel Kent y en voz de Karla Salazar la representación de Laura Solórzano quien por motivos de salud no pudo asistir.
Al final del evento, no hubo venta de libros, ya que el autor decidió regalarlos.
Aquí les compartimos los textos que realizaron los presentadores acerca del libro "Alma verde".
Por Daniel Kent
Alma verde: Alma natural. El alma expresándose en la naturaleza vegetal. La naturaleza vegetal dentro de la naturaleza humana reflejándose en el espejo del estanque. Donde el ojo derecho mira en su reflejo a su ojo derecho y el izquierdo a su contraparte correspondiente. Viaje de Narciso al trascender el umbral de la propia imagen para ir al encuentro del árbol verde que lleva dentro.
Expresar el alma verde; es decir la conciencia de la naturaleza afín y natural en todos nosotros, eso es lo que aprendí al leer los poemas “fugaces” de Rubén Gil como los nombra tan atinadamente Luis Vicente de Aguinaga. Intenté no ilustrarlos, sino describirlos con imágenes y más bien expresarlos tratando de no perder la relación de la imagen en sí con la sensación que se deriva de su lectura.
Creo que la mejor guía para introducirnos en el sentir de éstos poemas, la tenemos al leer primero lo que en la contraportada nos dice Luis Vicente y luego ya terminada la lectura de los poemas volver a la primera, porque de ésa manera podremos percibir un instante más de la fugacidad que les define.
Que los disfruten.
Por Raúl Aceves
Dedicado "a ella" (siempre hay una "ella" detrás de los poemas), este breve libro de 52 poemínimos, que suman 90 versos, acompañados de 11 dibujos a tinta de Daniel Kent (quien también ilustra la portada)...
Es una colección de paisajes concentrados, como apuntes coloridos y frutales, un tanto enigmáticos y elípticos, como si hubieran sido extraídos al azar, de un diálogo cifrado en un lenguaje secreto
A veces transparentes y sensoriales con la complicada sencillez de sus parientes orientales, los haikús, rodeados de espacio blanco y vacío; a veces como relámpagos aislados o fulgurantes iluminaciones, a semejanza de los koanes zen
Las palabras van emergiendo a la superficie como puntas del iceberg rubengiliano, en un mar de profundidad desconocida, lleno de abismos, algas y sargazos que pintan su alma de verde.
Admirador de e.e. Cummings, ese extraordinario y extravagante poeta norteamericano, Rubén Gil emula su dislocada sintaxis poética y utiliza símbolos naturales (lunas, cascadas, aves, viento, estrellas, frutas...), para fabricarnos un universo en miniatura, un microcosmos que al mismo tiempo nos invita y nos desafía
Rubén Gil calla más de lo que dice; a nosotros corresponde oír más de lo que escribe.
Por Laura Solórzano
Al terminar la lectura del poemario Alma Verde, quedé un tanto sorprendida por su efecto en mí, sentía cada verso dicho como con un altavoz y sentía el eco de esta cadena de oraciones pasar suavemente por la conciencia. Después de reflexionar, llegué a la conclusión de que mi asombro era debido tanto al contenido como a la forma en que ese contenido se despliega.
En poesía, el espacio en blanco juega un papel esencial en la construcción del poema, ya que se trata de la voz del silencio, o lo que es lo mismo: las pausas del autor al momento de escribir los versos, y las pausas que hará el lector más adelante, al momento de leerlos.
Cada poeta tiene una distinta relación con el espacio en blanco, es decir con el silencio, así como hay quien lo llena, hay quien lo vacía, y este hecho se transforma en propuesta estética, y estilo.
En Alma Verde de Rubén Gil, se observa este juego entre el lenguaje y el silencio, y parece que aunque en cada página gana en masa el silencio, el lenguaje triunfa sin embargo al condensarse al máximo y al resplandecer gracias a la brevedad y a su relación particular con los versos.
Resplandecen los poemas de Gil, como una algarabía de imágenes que conforman una continua cadena de fragmentos, en un vínculo que en momentos se rompe para volver a formarse…
Parece que estos versos quisieran construir un paisaje en movimiento, un paso móvil por una escenografía veloz y elevada. Como si Gil estuviera tomando con agilidad notas del cosmos, apuntando estas visiones minúsculas y mayúsculas de la naturaleza que lo rodea. En efecto las anotaciones poéticas de Gil son breves pero álgidas, rápidas pero certeras, tenues pero visibles. Nos regala esta poesía sus observaciones, apuntes, disposiciones, deseos, sencillez y hondura.
En cuanto a la voz poética, me pareció escuchar un yo que habla hacia un tú, un nosotros que habla a todos, y una voz omnipresente o la tercera persona gramatical. Con esta multiplicidad de voces, Gil gana libertad para expresarse y desplazarse desde cualquier lugar y hacia donde él quiera, sin ninguna restricción con respecto al Yo poético.
Escuchamos “el agua es mi alimento” “el doblez como selva” “el metal se ablanda con tu tacto” “cómo crujen las estrellas” y “luna, mira esta avena” “lenguaje del árbol las hojas”…y quedan en nosotros resonando al dar vuelta a cada página, estas líneas recortadas, sin puntuación, colocadas discretamente en el blanco del papel, y así, atravesados por este hilo o este flujo, sentimos un parpadeo de visiones iluminadas con el lenguaje.
¿Y cómo ocurre este fenómeno de luz intermitente que nos descoloca y seduce? Es gracias a la combinación de versos y silencio que la voz se escucha con mayor fuerza, y escuchamos a través de esta poesía de Gil, la voz de la naturaleza llevada por el viento de las páginas que pasan dejando un rastro de tinta y de belleza.
~la ene se desviste
sólo queda la ortografía~
Alma verde-Rubén Gil.