Libro: CALEIDOSCOPIO
Autores: Escuela de escritores SOGEM Guadalajara.
¡Adiós arrugas!
Mirtha Campillo
Marcela está preocupada, acaba de cumplir cincuenta años, es dermatóloga y la apariencia de su piel, de la cual siempre ha estado orgullosa, es de suma importancia. Su cutis había lucido toda su vida tan terso como penca de sábila, pero ve con horror cómo las patas de gallo, el rictus y las arrugas en la frente, a pesar del botox, están más y más pronunciadas. “¡Santo cielo!”, piensa, “¿En qué momento sucedió esto?¡Tengo piel de lagarto!”
Ante su clientela, compuesta por mujeres, entre los 40 y 60 años, no puede darse el lujo de verse arrugada. “¿Qué dirán?”. Tiene que dar el ejemplo. Desesperada ha decidido visitar a una compañera de la universidad, quien se dedica a la investigación para un laboratorio líder en el ramo de la cosmetología facial. Tal vez, ella le pueda recomendar algún nuevo tratamiento.
Carmen la recibe encantada de volver a verla después de tantos años. Marcela observa con envidia la suavidad perfecta del rostro de su colega y sin más preámbulo le confiesa su problema y le pregunta por el secreto. Carmen cierra la puerta de la oficina, y bajando la voz le confía que el laboratorio está en fase experimental con un compuesto que aún no ha salido al mercado, el cual es obtenido de unas hierbas recién descubiertas en la cima del Himalaya. Ella ha participado en algunas de las pruebas y su cara es muestra de los resultados que en un corto tiempo se pueden esperar. Compadeciéndose de la angustia de su amiga, le pregunta a Marcela si le interesaría ayudarla como conejillo de indias. Marcela está tan desesperada que, agradecida y gustosa, acepta.
Carmen se dirige a un pequeño refrigerador , extrae un frasco que contiene una crema de color gris perla y suave aroma, y un gotero con una sustancia aceitosa e inodora. Le indica aplicarse sólo una pequeña cantidad sobre las líneas de expresión durante un corto tiempo y verá resultados inmediatos. Por el difícil acceso a conseguir la materia prima, las cremas, una vez patentadas, se venderán a un alto precio. Le pide su absoluta discreción. Marcela, feliz, jura por su vida no divulgar el secreto.
Llega a su casa, se dirige al baño, extrae de su bolsa ambos frascos y el instructivo. Se tienen que usar combinados. Las raciones son mínimas y la forma de aplicarlas, después de desmaquillarse y con la cara lavada, es con la pequeña espátula que Carmen le proporcionó. Tendrá que esparcirlas a las áreas cercanas a las líneas de expresión que desee borrar. En tan sólo veinticuatro horas empezará a ver resultados asombrosos.
Entre emocionada y escéptica, Marcela procede a seguir las instrucciones, pero es tal su desesperación por verse bien de inmediato, que decide aumentar las porciones y colocarlas por toda la cara y cuello. Se mete a la cama soñando que la crema va a hacer maravillas durante la noche. A las tres de la mañana se levanta al baño y lo primero que hace es verse en el espejo. ¡El compuesto está surtiendo efecto! A la mañana siguiente nota que las arrugas han desvanecido aún más. Canturrea mientras se baña pensando que el cutis le va a quedar tan terso como decía su mamá: como nalga de princesa. Se viste y se va al consultorio con una sonrisa de crema dental. Recibe a sus pacientes alegre como mariposa volando de flor en flor. Conforme pasa el día, Rebeca, su enfermera, la observa con preocupación y se anima decirle: “doctora, la noto rara ¡como si la cara se le estuviera borrando!”. Marcela corre al espejo a verse y queda tan fría como un pez muerto. Efectivamente, casi no queda nada de su cara; solo los ojos, fosas nasales, dientes, pelo y las orejas es lo único que le queda visible. Con un grito de terror estalla en llanto y con pánico corre hacia el teléfono. Por fin la telefonista la conecta con Carmen a quien, entre sollozos y con voz trémula, le describe su situación. Su amiga cuestiona con rapidez si siguió las instrucciones al pie de la letra. Marcela confiesa que aumentó considerablemente la dosis, y le pregunta que en cuanto tiempo se pasará el efecto. Carmen, lúgubremente le anuncia con pena: nunca se han hecho pruebas con porciones mayores, pero teme que el efecto será permanente.
“¡Carmen, por caridad, ayúdame!”, exclama Marcela, “¿con qué cara me presento ante mi marido?”