El libro Cuando los cempoales florezcan de Francisco Espinoza de los Monteros, te lleva a pensar que la lectura de una novela la hace rica cuando cada uno de sus personajes son interesantes en todos sus aspectos, pero pasa que se suele tener el favorito, y en este caso el protagonista Rubén lo fue, por algo es el protagonista ¿no?
La especie de película que va formando en tu pensamiento en el transcurso de la lectura hace que visualices con todo detalle a los personajes, de hecho hasta empiezas por adjudicarles la etiqueta ya sea "del bueno" o "del malo", pero siempre te llevas sorpresas al final del camino, y es que aquí terminé por confundirme debido a que ya no supe si eran "buenos" o "malos", pero lo único que sí supe fue que todos eran una pieza clave en la vida y destino de Rubén.
La historia consta de un buen ritmo, desarrolla la historia de todos los personajes a su tiempo donde poco a poco sus vidas van sufriendo cambios radicales. En sí, se manejan temas complejos por así decirlo, que incluso te pueden producir esa espinita de indagar en tales temas como la "transmutación" o simplemente investigar sobre el tema de las plantas y sus poderes. Surgen preguntas como si sería posible que este tipo de situaciones podrían ser reales, pero como dice Don Anastasio, otro de los protagonistas: "Hay muchas cosas que no podemos entender y, sin embargo, existen". Pero profundizar en ese tema ya sería decisión de cada quien, en este caso no lo haré, pero sí hago la referencia de que no pude evitar sentir curiosidad.
En cuestión de la trama, me lleva a reflexionar. Al principio, la descripción de la vida de Rubén no deja mucho que desear, una vida complicada, sin muchos medios para sobresalir y sin un futuro alagador, pero sobre todo percibes una vida desolada empezando porque Rubén sentía que le faltaba algo, como todo ser humano, a veces nos sentimos incompletos sin saber hasta qué punto y entonces nos damos a la tarea de aferrarnos a encontrar eso que sentimos que nos pertenece. Rubén se aferró y no precisamente lo logró, pero se encontró a sí mismo. A mí una sabia señora me dijo: “el destino consta de una sincronía”, y en efecto, cuando de repente todo está perdido es ahí donde el destino empieza a hacer su trabajo, claramente esto toma su tiempo. El libro es algo corto y por consiguiente a Rubén no le tomó tanto tiempo ir a dar con ese algo que le hacía falta. Por otra parte, respecto al desenlace, lo admito, esperaba otro final, dejarme llevar por los típicos desenlaces de las historias según cómo vas hilando los hechos me tomó por sorpresa lo que al final de cuentas pasó, y es que nunca sabes cuándo los patos le van a tirar a las escopetas.
Leer este libro en especial te puede cansar la vista ya que no dejas de parpadear poniéndote al borde de las dudas con cada línea que avanzas (léase esto como un elogio), pero que al final terminan aclarándose.
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