20130909

El jazz de Alain

El jazz según don Juan y otras silbables ráfagas
La Zonámbula [2013]

Por Óscar Tagle


Don Juan según Alain
Cómo empezar a leer, como empezar a escribir la partitura de un libro de poemas con el jazz dentro, al trasfondo. Porque todo se escucha en el silencio y Este tren no lleva leones; por ello no hace falta musicalizar lecturas, los poemas son ritmo o no son, onoson de sonoridades. Música para llevar su poética en el buen oído de un trayecto con diversas escalas.
Silbos cautelosos que hacen sonar el aire que desciende suave para ascender nuevamente. Escritura mediante descargas progresivas. La primera parte y su forma del contagio: lecturas, pausas sonoras: escucho escuchar al que escucha. Para mirar el ruido, entre grises o tristes mixturas, el nombre del sonido es azul; ruidos irremediablemente inasibles, nocturnas brasas crepitando, una rendija con viento que se cuela sobre la tiniebla de mi sola soledad como requisito de lector. Y es que leer la poesía de Derbez, terminar el poema, es seguir escuchándolo hasta que cae el silencio. O intocable es el reposo que hubiera preferido estar leyendo un largo blues inútil en algún sitio de sombra al aire libre. Tararear acaso la lluvia terca sobre cualquiera de estos jazzsonetos.
Apuntar al calce la alineación del cuadro que armó Derbez o viceversa, que lo armó a él, una oncena magistral antologable con todo y banca para ir dando pistas del registro tónico: Parker, Sonny Rollins, Armstrong, Mingus, Monk, Braxton, Barbieri, Dolphy, Evans, Davis, Coltrane, Gismonti, West.
Si esto fuera improvisación pura pensaría en matar la bola y hacerle los honores al canchero autor al medio tiempo, dejando en el vestidor la decadencia atlantista, ambivalencia llamémosle: equipo en exilio permanente, potros marinos, caballitos errantes de playa quintanarroense; para mencionar la cadencia de lo que fueron momentos memoriosos de esplendor: antologaría a Rafa Puente, Juan Ignacio Basaguren, Calaca González, Amuchastegui, Vantolrá, Desachy, Gisleno, Tedesco, Orlando Medina, y una racha de 15 partidos sin perder para luego hilvanar otra de 16 juegos sin ganar; con el posterior descenso en 76 y el blues azulgrana que debió seguramente marcar al autor. Huella que lo mismo debió dejar la escuela lavolpista que le dio la copa en 93, más afín al juego sincopado, quiero imaginar, en búsqueda del free absoluto.
Jam session, antes de reanudar la segunda parte, que me lleva a otras reminiscencias tapatías. Recuerdo a Alain comiendo en La Alemana, previo a la presentación de su novela a cuatro manos: Usted soy yo, junto con Ángel Miquel. Una noche después en el Primer Piso varios músicos se le unieron para sonar como una banda de viejos conocidos. Algunos de ellos le contaron que aparecen en El jazz en México (datos para una historia). Qué tónica azulgrana y otros juegos de conjunto la de aquella noche.

La trompeta símbolo apocalíptico se transfigura en génesis de la recreación universal: Del jazz y mis treinta años, escribe Derbez:

en los primeros días cantó Armstrong y tocó la trompeta:
“un beso para construir un sueño”.
yo quise tomar nupcias con una canadiense
que inventaba las voces que al acto de aparearse
le hacían falta. debo de haber tenido, si mucho,
dieciséis.
años más tarde
el amor de mi vida toda una temporada
me dijo “lo lamento” al dar por bien concluido
lo que a efecto llevábamos.
yo colgué la bocina luego de hacerle oír
“pr´um samba” de gismonti siete noches …

Cierro el libro y voy a ver qué bolería azarosa resuena de este jazztenorio de nostalgias donjuansincopadas. El bien de amores del beso para construir un sueño: el París del mejor jazz del mundo subterráneo, negros ruidos de túnel que viajan en una carta. Poemas de maquillaje corrido y estrepitosas frescuras. Yo tengo el blues, lo pesqué ayer. ¿Estornudarlo, suspirarlo? Hemos de recorrer el tiempo que llega desde el sueño. O lo que dura el amor y da vuelo a la segunda mitad del libro.
Kind of Blue, en el código de algunos poemas, es decir, algunas piezas: los pianos y saxofones, batería, contrabajos. Como cuando te encontraste el nombre de Miles en la página 18 de la novela En el camino de Kerouac y lo hallaste citado, para hablar de Coltrane, en Último round, mencionado también en El perseguidor. O la escritura jazzística de Gaspar Aguilera, quien hace unos meses en este mismo salón me mostró un poema suyo dedicado a Derbez y a Jazzamoart: Llegar al paroxismo al que llega el hombre que hermafroditamente se ha posesionado del saxofón y de los dioses y la persecución de absoluto no lo deja descansar en paz. En su instrumento se encuentra el universo: la descripción de la muerte, las palomas, el cuerpo femenino, el color, la historia, los sueños, el infinito, la textura, y hasta ciertos sonidos aleatorios, que solo a su lengua sensual le está permitido pronunciar.
Al respecto, Kerouac propuso para la literatura: “No ‘seleccionar’ la expresión sino seguir libremente las desviaciones de la mente en los límites que soplan sobre el sujeto en los océanos del pensamiento, nadando en el mar del lenguaje sin más disciplina que el ritmo de la exhalación, como un puñetazo cayendo sobre una mesa con toda su expresión al detalle:

Baterista de jazz:
Oigo

Alguien está escuchando.

Entrevoz rasposa y rasguñada sonoridad, primigenios gruñidos de rica dicción y saxofonía percutida en cuanto a tonos se refiere, escandalosa como una risotada entre solemnidades. Imposible separar la conversación con Alain, de la lectura de sus poemas y de escucharlo al sax. Al unísono leehookeriano: One Bourbon, one Scotch, one Beer. Estupendo en los tiempos rápidos, maneras relajadas, fluidas, amorosas. En este álbum de poemas donjuanes hay un monólogo abierto que dialoga con otros músicos monólogos. Beboperos, cool jazzianos, más gozo que lamento, voces del alma perdidas en clubes sotaneros [y no me refiero al Atlante, sino a subtugurios].

¡Bendito sea el saxofón que gime!, dijo Ginsberg. Y el saxofonista se volvió visible con sus poemas.

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