El jazz según don Juan y otras silbables
ráfagas
La Zonámbula [2013]
Por Óscar Tagle
Por Óscar Tagle
Don Juan según Alain
Cómo empezar a leer, como empezar
a escribir la partitura de un libro de poemas con el jazz dentro, al trasfondo.
Porque todo se escucha en el silencio y Este tren no lleva leones; por ello no
hace falta musicalizar lecturas, los poemas son ritmo o no son, onoson de
sonoridades. Música para llevar su poética en el buen oído de un trayecto con
diversas escalas.
Silbos cautelosos que hacen sonar
el aire que desciende suave para ascender nuevamente. Escritura mediante
descargas progresivas. La primera parte y su forma del contagio: lecturas,
pausas sonoras: escucho escuchar al que escucha. Para mirar el ruido, entre grises
o tristes mixturas, el nombre del sonido es azul; ruidos irremediablemente
inasibles, nocturnas brasas crepitando, una rendija con viento que se cuela
sobre la tiniebla de mi sola soledad como requisito de lector. Y es que leer la
poesía de Derbez, terminar el poema, es seguir escuchándolo hasta que cae el
silencio. O intocable es el reposo que hubiera preferido estar leyendo un largo
blues inútil en algún sitio de sombra al aire libre. Tararear acaso la lluvia
terca sobre cualquiera de estos jazzsonetos.
Apuntar al calce la alineación del
cuadro que armó Derbez o viceversa, que lo armó a él, una oncena magistral antologable
con todo y banca para ir dando pistas del registro tónico: Parker, Sonny
Rollins, Armstrong, Mingus, Monk, Braxton, Barbieri, Dolphy, Evans, Davis,
Coltrane, Gismonti, West.
Si esto fuera improvisación pura pensaría
en matar la bola y hacerle los honores al canchero autor al medio tiempo, dejando
en el vestidor la decadencia atlantista, ambivalencia llamémosle: equipo en
exilio permanente, potros marinos, caballitos errantes de playa
quintanarroense; para mencionar la cadencia de lo que fueron momentos
memoriosos de esplendor: antologaría a Rafa Puente, Juan Ignacio Basaguren,
Calaca González, Amuchastegui, Vantolrá, Desachy, Gisleno, Tedesco, Orlando
Medina, y una racha de 15 partidos sin perder para luego hilvanar otra de 16
juegos sin ganar; con el posterior descenso en 76 y el blues azulgrana que
debió seguramente marcar al autor. Huella que lo mismo debió dejar la escuela
lavolpista que le dio la copa en 93, más afín al juego sincopado, quiero
imaginar, en búsqueda del free absoluto.
Jam session, antes de reanudar la
segunda parte, que me lleva a otras reminiscencias tapatías. Recuerdo a Alain
comiendo en La Alemana, previo a la presentación de su novela a cuatro manos: Usted soy yo, junto con Ángel Miquel.
Una noche después en el Primer Piso varios músicos se le unieron para sonar
como una banda de viejos conocidos. Algunos de ellos le contaron que aparecen
en El jazz en México (datos para una
historia). Qué tónica azulgrana y otros juegos de conjunto la de aquella
noche.
La
trompeta símbolo apocalíptico se transfigura en génesis de la recreación
universal: Del jazz y mis treinta años, escribe Derbez:
en los
primeros días cantó Armstrong y tocó la trompeta:
“un beso
para construir un sueño”.
yo quise tomar
nupcias con una canadiense
que
inventaba las voces que al acto de aparearse
le hacían
falta. debo de haber tenido, si mucho,
dieciséis.
años más
tarde
el amor
de mi vida toda una temporada
me dijo
“lo lamento” al dar por bien concluido
lo que a
efecto llevábamos.
yo colgué
la bocina luego de hacerle oír
“pr´um samba” de gismonti siete
noches …
Cierro el libro y voy a ver qué
bolería azarosa resuena de este jazztenorio de nostalgias donjuansincopadas. El
bien de amores del beso para construir un sueño: el París del mejor jazz del
mundo subterráneo, negros ruidos de túnel que viajan en una carta. Poemas de
maquillaje corrido y estrepitosas frescuras. Yo tengo el blues, lo pesqué ayer.
¿Estornudarlo, suspirarlo? Hemos de recorrer el tiempo que llega desde el
sueño. O lo que dura el amor y da vuelo a la segunda mitad del libro.
Kind of Blue, en el código de algunos poemas, es decir, algunas
piezas: los pianos y saxofones, batería, contrabajos. Como cuando te encontraste
el nombre de Miles en la página 18 de la novela En el camino de Kerouac
y lo hallaste citado, para hablar de Coltrane, en Último round,
mencionado también en El perseguidor. O la escritura jazzística de
Gaspar Aguilera, quien hace unos meses en este mismo salón me mostró un poema
suyo dedicado a Derbez y a Jazzamoart: Llegar al paroxismo al que llega el
hombre que hermafroditamente se ha posesionado del saxofón y de los dioses y la
persecución de absoluto no lo deja descansar en paz. En su instrumento se
encuentra el universo: la descripción de la muerte, las palomas, el cuerpo
femenino, el color, la historia, los sueños, el infinito, la textura, y hasta
ciertos sonidos aleatorios, que solo a su lengua sensual le está permitido
pronunciar.
Al respecto, Kerouac propuso para
la literatura: “No ‘seleccionar’ la expresión sino seguir libremente las
desviaciones de la mente en los límites que soplan sobre el sujeto en los
océanos del pensamiento, nadando en el mar del lenguaje sin más disciplina que
el ritmo de la exhalación, como un puñetazo cayendo sobre una mesa con toda su
expresión al detalle:
Baterista de jazz:
Oigo
Alguien está escuchando.
Entrevoz rasposa y rasguñada
sonoridad, primigenios gruñidos de rica dicción y saxofonía percutida en cuanto
a tonos se refiere, escandalosa como una risotada entre solemnidades. Imposible
separar la conversación con Alain, de la lectura de sus poemas y de escucharlo
al sax. Al unísono leehookeriano: One Bourbon, one Scotch, one Beer. Estupendo
en los tiempos rápidos, maneras relajadas, fluidas, amorosas. En este álbum de
poemas donjuanes hay un monólogo abierto que dialoga con otros músicos
monólogos. Beboperos, cool jazzianos, más gozo que lamento, voces del alma perdidas
en clubes sotaneros [y no me refiero al Atlante, sino a subtugurios].
¡Bendito sea el saxofón que gime!,
dijo Ginsberg. Y el saxofonista se volvió visible con sus poemas.
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