20111213

Una poesía elemental que pertenece a la cosmogonía del aire: Viento habitable, de Raúl Caballero García.

 Por Azucena Hernández

La primera impresión que nace al tener el libro Viento habitable (La Chintola, La Zonámbula 2011), de Raúl Caballero García, en las manos, se dirige directamente a la vista ya que la imagen de portada es un elemento para-textual importante, el cual siempre colabora en ofrecer un horizonte de interpretación al lector. Esta imagen es un fragmento del óleo Corazón inmigrante, de Waldo Saavedra. Representa un corazón alado cuya trayectoria, precisamente, se encuentra proyectada en la lectura de los poemas, en la atmósfera de lo habitable y lo cotidiano; de ahí el título, bastante acertado en mi opinión, que en conjunto con la pintura logra configurar en un todo el poemario de Raúl Caballero García.  
La voz poética que vive en esta obra es una voz migrante que ha pernoctado en diferentes ciudades, con estados emocionales y de conciencia acordes al espacio que canta. Sean lugares íntimos o externos, reales o imaginarios, tanto de México como de Estados Unidos, hay un itinerario de viajes discernible a lo largo del libro. Así dice el poeta con los versos:
He vuelto de un viaje donde los días y el aire
hicieron crecer un absurdo desapego
altaneros incendiaron el eco de mi voz (42)

Es una voz conmovida por las implicaciones del viaje. Las piezas que en él muestran el ‘espíritu migrante’ (como el mismo poeta lo ha denominado) son, quizá, un tumbleweed “entre coyotes”, la imagen que recorre todo el poema. Y el matorral migrante avanza así sobre el desierto para sublimar, en el trayecto que el viento provoca, los sentimientos de soledad, melancolía y ausencia:
matorrales fantasmas
que dejan a su pesar la raíz en las grietas de la tierra
en la llanura el viento los arrastra de un lado a otro
cruzan los desiertos del Norte
con la indiferencia de los perros salvajes
matorrales resecos
compañeros de las ventiscas de arena
sinónimos de soledad (43)

Es también el viento habitable el que transporta y arrastra a ras de tierra a esta planta que, como la voz del poeta y el poema mismo, suelta su semilla en la diáspora. Porque, finalmente, la verdadera poesía es aquella que algo le dice a su lector con la evocación de imágenes y sentimientos a través del lenguaje. Es así como la poesía se afianza en quien la recibe, es entonces cuando comienza a ser germinada.
El motivo del viaje en la poesía de Raúl Caballero siempre es fructífero. El itinerario nos llevará también por ciudades que se quedan grabadas en la memoria y en el corazón, como lo es “Tita sin fin, blues”, poema melancólico que cuenta una pequeña historia motivada por la espera y la soledad. La voz poética añora el regreso de la amada, y en la preparación del recibimiento y la bienvenida se intuyen o imaginan el equipaje y los recuerdos de ese tú amado hacia quien se dirige el poema:
Saltimbanquis aturdiendo el aire/
payasos con metáforas en versos y manos/
trovadores jazzistas dándole un concierto callejero a ti
                                  y a tus amigas después de la cena/
el nieto del blues y su abuelo negros que te hicieron
                                                          llorar en la plaza/
el canto de los niños que te iluminó en la catedral/
la soledad del hotel/

Todo, cada escena, es equipaje para este blues (21)

“Guanatos, río de piedras” es una fina pieza que narra el trayecto en un paisaje invernal que no únicamente permanece en lo descriptivo: el poema es una postal interior que, a fuerza de la repetición de estructuras y de metáforas novedosas, logra retratar un estado de la naturaleza tanto como el de una conciencia receptiva y sensible que retorna a un lugar cuya carga emotiva evoca los orígenes. “Guanatos, río de piedras” simboliza, en esta bitácora poética de cartas y de postales, de confesiones y esperas que es Viento habitable, el viaje mítico de un nosotros a un lugar que parece ser, al mismo tiempo, de la vida y de la muerte. Así lo dice el poeta:
Nos adentramos hacia el río de piedras adonde hemos de volver
Los harapientos árboles crepitan en la noche su desnuda osamenta
Los harapientos árboles alucinan el incendio del bosque
                       sueñan cataratas de pájaros
                                                                        rayos del sol
                       su falta de razón disemina los insomnios
Sus descarnados dedos
reciben de la luna un puñado de recuerdos (51)

La poesía de Raúl Caballero en Viento habitable es, por principio, una poesía elemental. Con esto quiero decir que, si bien a veces se muestra contemporánea y hace referencia al universo urbano, cotidiano e íntimo, los elementos naturales, especialmente el viento y el aire, tienen una presencia constante en todo el poemario. El viento o las metáforas aleves o etéreas otorgan cohesión semántica a esta colección de poemas.
“Dafne poseída” es la pieza que abre Viento habitable, poema de una delineada sencillez y un lenguaje espontáneo. En él se le da al lector una probada de lo que viene luego y que he mencionado antes: el logro de transmitir en imágenes la simbología de un elemento natural y violento como el viento, el cual finalmente se ve domesticado por el amor, pero esto no lo hace pasivo, sino que, en la unión con lo erótico, su expansión es absoluta:
me enloqueces y te penetro
te arrebato
me hundo en tus aromas
alcanzo tu néctar
y al final
tu dulzura
me vuelve música de flauta
aire acondicionado
tu deleite, frágil Margarita (7)

La poesía de Raúl Caballero, entonces, adquiere la metáfora de ser etérea y de pertenecer a la cosmogonía del aire. Así, la poesía salva la duda, ilumina la sinrazón y el temor, se vuelve “traductora del olvido”. El viento es la voz poética con su vértigo de palabras, pero tampoco debemos olvidar que, simbólicamente, el aire es el medio propio de la luz y del vuelo, de la comunicación entre la tierra y el cielo, entre la memoria y el presente. Por eso, Viento habitable también es poesía amorosa, y en este sentido, el amor se convierte en un viaje de dos, de esperas y de reencuentros, de compañías y de nostalgias, de tristezas compartidas. Así lo dice el poeta en “Carta”, poema que, como el título lo muestra, es la confesión amorosa de echar de menos al otro:
Ayer tiré mis huaraches viejos y tus zapatillas blancas, juntos
iban en una bolsa de Sun Harvest
me sentí sumamente humble con ellos.
Mis labios extrañan tus manos y tus piernas
mis manos extrañan tus nalgas y tus pechos
mis dientes extrañan tus labios y tu entraña
mis ojos, tu alma
mi corazón tu mirada
mi soledad la tuya
aguárdame Ita/(29)

Existe una riqueza de sentimientos y conceptos que el poeta capta a través de recursos como metáforas, símiles, repeticiones, la inclusión de giros novedosos e imágenes que por salirse del lugar común atrapan al lector y reconfiguran el sentido de esta poesía que, como el viento, trasciende las fronteras, tanto regionales como íntimas y temporales. Es entonces cuando escribir se convierte en un acto para acortar distancias porque representa una forma de volar y unir así la soledad propia con la soledad de la otredad.
Azucena Hernández estudió la Licenciatura en Literatura Hispanomexicana en la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez (México). Cursa la Maestría de Literatura Hispanoamericana de la Universidad de Texas en El Paso, en donde es miembro del consejo de redacción de la Revista de Literatura Mexicana Contemporánea. Ha publicado cuento y ensayo en revistas mexicanas y norteamericanas. Esta reseña se publicó originalmente en Somos en Escrito, revista en la red: somosenescrito.blogspot.com.

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