Orquesta de visibilidad: la poesía de
Laura Solórzano
Por Ángel Ortuño
Según
lo refiere Francois Cheng en su libro sobre la escritura poética china, fueron
los poetas de la época Tang quienes introdujeron en la poesía una noción
procedente del taoísmo: la concepción de lo vacío y lo lleno. Las palabras
llenas eran los verbos y los sustantivos; las palabras vacías, los pronombres,
proposiciones, comparativos y partículas.
Para García Calvo, esta distinción corresponde
a la que se establece entre “mundo en que se habla” y el “mundo de que se
habla”. Ya Eduardo Milán ha señalado como rasgo sobresaliente de la poesía de
Laura Solórzano “su buscada atematicidad”, lo cual ubicaría su escritura en el
terreno del “mundo en que se habla”, con marcada preferencia por las palabras
vacías y su condición de ser asemánticas, es decir, de no contribuir a la
densidad del significado de los enunciados. Lo que acercaría su escritura,
formal y estilísticamente, a los más arriesgados ejercicios de estilo de
escritoras como Gertrude Stein. Esto tal vez merezca una digresión.
En el parágrafo 500 de su Tractatus Logico-Philosophicus, Ludwig Wittgenstein anota:
Cuando se dice que una oración no tiene
sentido, no es que su sentido carezca de sentido sino que una combinación de
palabras está siendo excluida del lenguaje, retirada de circulación.
A
partir de esta cita, Marjorie Perloff señala que en la escritura de Gertrude
Stein no hay una negativa a que las frases tengan sentido, ni siquiera “una
predilección por lo insensato”. Lo que hay es un ejercicio donde “se prolongan
implicaciones semánticas específicas que no suelen estar presentes en el
discurso” de que se trate.
Tal es la exclusión que opera sistemáticamente
a lo largo de todas las combinaciones de palabras que en Nervio náufrago son retiradas de la circulación, es decir
desvinculadas de sus referencias paradigmáticas —marcadamente, las convenciones
del lirismo— por medio de la operación sintagmática gracias a la cual tenemos
oraciones gramaticalmente impecables, en un idioma que suponemos el nuestro
pero que son formuladas en el momento mismo de apartarse de esa circulación
informativa, desposeídas de apelaciones incluso a códigos simbólicos o
retóricos que nos permitirían estabilizar aquello que leemos bajo el membrete
inane de “poesía”:
La nación que navega sin el néctar, que
inunda sin ahondar
que no surge, que no sale, que no
sostiene el núcleo
porque no suelta la secuencia de servir
y someter
su piedra preciosa al paso del
narcótico
y pierde el norte.
Sin dejar de ser cierto, me parece que lo
anterior admite matices. Particularmente en el caso de Nervio náufrago. Matices que ya señalara también Ricardo Castillo
al prologar Un rosal para el señor K:
“pronombres personales, verbos y sustantivos (aparecen) afectados por la
variación o modificados al ampliar su campo semántico”. Más que una ampliación
del campo semántico, propongo que la estrategia de escritura de Laura Solórzano
en este libro se fundamenta en la circulación entre lo semántico y lo atemático
(para recuperar los términos empleados tanto por Castillo como por Milán). La
frontera entre las palabras vacías y las palabras llenas se vuelve lábil, de
ahí el que una lectura superficial de la escritura de Laura pudiera acercarla
al delirio verbal de la libre asociación surrealista. Lo que, a mi juicio, no
es exactamente el caso. Los poemas que componen Nervio náufrago no son adivinanzas ni ejercicios de paráfrasis,
tampoco mensajes cifrados del subconsciente para evadir la represión
consciente. Eso sería —estamos de acuerdo— demasiado fácil. Y este poemario
reivindica la orgullosa divisa de Lezama: sólo lo difícil es estimulante.
En una escritura tan radicalmente reacia a ser
abducida por el discurso crítico-analítico lo más que se puede aventurar son
conjeturas. Y, ¿por qué no comenzar por el principio? Empecemos, pues, por el
título.
La palabra “nervio”, de acuerdo con sus
acepciones consignadas por la RAE, puede interpretarse también como “el vigor
de la razón”, asunto que no nos cuesta trabajo identificar, en términos de
funciones del lenguaje, con la de comunicar y explicar; lo que se conoce como
el componente informativo del lenguaje, donde las palabras y su orden son el
vehículo para la transmisión de contenidos unívocos. Las palabras del discurso
racional van, pues, llenas de significado (la convención más estrecha del
lenguaje) para configurarse como sentido (acumulación no contradictoria de la
relación de significados).
Pero este nervio es náufrago. Y la palabra se
refiere a quien ha sufrido un naufragio, es decir que ha sufrido “pérdida o
ruina de la embarcación”. El fragmento 2 del poema “(tierra)” lo formula a la
manera de lo que Ricardo Castillo ha llamado “la duda, la interrogación orientada
al conocimiento”:
¿Se puede preguntar a la poesía por la
postura de la persona y amar la dinamita del desorden en la duela del párrafo?
La
pulida duela donde cada fragmento se ensambla con sentido de orden y totalidad,
el párrafo como construcción autosuficiente de sentido, es el lugar donde se
escenifica el procedimiento de la escritura de Laura Solórzano. Y no está de
más recordar que esta noción, procedimiento, es capital en el arte
contemporáneo, incluso por encima de la anterior noción de obra considerada
como un objeto de admiración terminado en sí mismo. El procedimiento de su
escritura, decía antes de la digresión, que tiene estos elementos:
-la
postura de la persona
-la
dinamita del desorden
-la
duela del párrafo
“La
postura de la persona” remite al ineludible Yo lírico, esa construcción
retórica a partir de la cual se enuncia el poema, predominante desde Arquíloco
de Paros hasta la fecha.
“La
dinamita del desorden” es una bella advocación de la Beatriz de Mallarmé, la
destrucción; el descoyuntamiento sintáctico, la disolución semántica, la
evaporación de lo sólido en el aire.
“La
duela del párrafo” es un pulido vestigio de una noción de orden que la mera
enunciación del poema nos muestra como ilusoria. Se supone que el párrafo
delimita la expresión completa de una idea, mediante su formulación parcial a
través de frases cuyo sentido se va sumando al total para indicar
inequívocamente un determinado contenido. Un funcionamiento similar al de la
estrofa en tanto que parte de la composición lírica a la que se concibe como
separada del resto por razones estructurales, pero finalmente integrada en la
dirección de la configuración total. El hecho, pues, de aludir al párrafo y no
a la estrofa dentro del discurso poético de Laura Solórzano podría servirnos
para conjeturar otra circulación, esta vez entre delimitaciones formales: frase
y verso. Donde deliberadamente se renuncia a la licencia poética como
justificación; de hecho, se renuncia a toda justificación, incluida la de la
licencia poética.
Aquí, sucinta, la historia de la ruina de la
embarcación alguna vez bautizada como sentido. Su ruina que ocurre,
paradójicamente, para depurarla y ganar nitidez, como se asienta en la parte 1
del poema “(ars combinatoria”):
Yo diría: existen puentes que maduran
en lugares vacíos y son intangibles conexiones que van fundiendo mente, mano ,
marchas y maneras que fecundan el decir con figuras que aparecen en la
distancia y unen con su pleamar de nombres las orillas más imprecisas.
El
naufragio del nervio lo libera de sus constricciones perceptivas y preceptivas:
usa el lenguaje para desprogramar al lector y desarticular sus inercias
interpretativas, obligándolo a nadar, a aferrarse a los restos del naufragio
pero también a evitar hundirse con ellos. Estos puentes fecundan el decir con maneras que aparecen en la distancia, como en
el poema “(mantel)”:
habrá que hacer una orquesta
de visibilidad traída por las brasas
condensada en leche madura
para extender un mantel
y comer juntos.
La
visibilidad, volvamos al diccionario, es la “mayor o menor distancia a que,
según las condiciones atmosféricas, pueden reconocerse o verse los
objetos”. Y aquí es importante
hacer una distinción entre claridad y nitidez. La claridad —exigida a la poesía
por algunas almas cándidas— no es sino una condición de permutabilidad de
sentido: esto quiere decir aquello. La nitidez presenta los objetos verbales,
nos permite reconocerlos, es decir: volverlos a conocer, despojados de los
lastres interpretativos y asociativos de la impuesta univocidad, para
entregárnoslos como únicos y múltiples a la vez. Eso es, en sentido profundo,
un verso: una formulación verbal necesariamente invariable en su dicción pero
gozosamente inestable en sus posibilidades de lectura. De ahí la orquestación
de lo invariable verbal que provoca la desarticulación de lo convencional para
afinar la lectura, como se limpia el aire después de una intensa lluvia, y
permitirnos volver a ver las cosas y las palabras.
Si son ustedes tan gentiles de concederle
credibilidad a mi experiencia de lector, con apenas un ligero barniz de teórico
aficionado, leerán cuanto antes Nervio
náufrago y no dudo de que coincidirán conmigo en que la poesía de Laura
Solórzano es —como lo he confirmado con cada nuevo libro suyo— uno de los
proyectos de escritura más radicales, potentes y perturbadoramente elegantes en
este momento de las letras mexicanas.
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