EL
MOVIMIENTO REBELDE EN “ALFABETO DEL AIRE” DEL POETA JONATHAN BERUMEN.
Por Martín Mérida*
“¿Es nube todo, todo es hoja, viento?”
O. Paz
Porque el viento es aire en movimiento rebelde-desbaratador de estatuarias, sólo
el amor se le parece. ¿Acaso habría vida sin aire?.. Y, ¿sin amor que queda?.. No
apresuremos las respuestas, mejor por el momento toquemos las puertas del aire
y cuando lo experimentemos sintámonos en el
amor. Ahora, contemplemos como el
aire lo cambia todo a pesar de no
tener color ni forma. Si, en efecto, en estos instantes de lo sin instantes del
tiempo impuesto, podemos mirar nuestra nada y estructura de existencia es
sostenida por el aire al menos mientras
nos experimentamos siendo árboles en un tiempo y espacio que no tendría
por qué ser delimitado. Árboles en cuyas creaciones fue fundamental la
intervención del viento. Pero, mejor, al menos ahora, dejémonos de preocupar
por quienes no saben volar y, cuando nos cale el dolor o alegría o ambos
sentimientos al mismo tiempo, como los niños, abramos las puertas del aire (que
es uno de los árboles hospitalarios más gigantes vistos en y sobre la tierra)
como bien lo sabe hacer el poeta Jonathan Berumen en su poemario “Alfabeto del
aire.” Poemario cuya presentación, en este “Ágora del Ex Convento del Carmen” hoy
nos reúne para ver las consecuencias de una relación amorosa y por amorosa,
rebelde. ¡Qué Ágora éste tan en complot con el aire, pues en lugar de tratar
asuntos mercantiles, nos vuelve asamblea para volar en poesía!
Siendo,
pues, asamblea alada: en esta noche del
20 de septiembre de 2012, sintiendo nueva energía y movimiento, gracias
al Alfabeto del aire, escuchemos como
entra el ayer del poeta Jonathan Berumen junto a hojas donde se puede mirar esa
realidad humana a quien el poeta no puede dejar de amar a pesar de su terca ausencia.
Es doloroso ver como esa realidad le ha sacudió las ramas y ha desprendido la corteza
del poeta y todas-todas las ramificaciones de ese otro árbol que fue. Con este
aire haciéndonos el favor, podemos también darnos cuenta de hojas diferentes a
ese tiempo de angustia, pues en estas otras maravillas en blanco miramos como el
poeta ha encontrado la fórmula para que más allá de “lo tangente” la realidad humana amada nunca más le
abandone. Más allá de “lo tangente” y de las formas de normalización impuestas
por el mundo; claro (porque la “normalización es “symbolic monstrosity” como bien dice Julia Kristeva en su Sense
and Non-Sense y para referirse
a la estúpida normalización que nos impone el capitalismo). Sólo así, al filo de esas hojas el poeta abre las puertas del aire
(donde nos ha invitado a entrar y
estamos acompañándolo). Miren, entonces, como vuelto ráfaga, el poeta entra
junto a nosotros a un tiempo y espacio conformando el único alfabeto con el
cual se puede escribir el nombre que revive el rostro más amado. Y, entonces, tanto
poeta como la amada realidad humana se convierten en otra suerte de historia ya
no efímera; pues, pese a todo, con su mano izquierda Jonathan sostiene el encuentro
amoroso ahora no sólo recuerdo sino presencia (aunque les duela a los
positivistas lógicos de seguir paseándose en la terquedad de que hay una sola
realidad; postura pendeja con la que creen sostenerse en una malísima tontería)
después de experimentar los laberintos de la nada.
“Del alfabeto
la B
Así puedo
nombrarnos
Mi apellido y
tu nombre
en la brisa
en el saludo
inicial
que marca la
rotación del viento.”
Ahora, en esa rotación del viento el yo poético
viaja junto a la realidad humana amada asumiendo las consecuencias de este acto
transgresor. Acto de amor porque el amor es rebelde como el aire y el aire es
amor; lo hemos por demás expresado. Acto-viaje contra la banalidad del mundo. Viaje
donde también reaparecemos todos. Se trata de hojas en blanco para lo nuevo.
“Será el
viento
nadie más
quien al
final me cierre los ojos
me borre las lágrimas
y entregue mi
cuerpo
a lo
invisible.”
Gracias a
la magia de la poesía, la persona amada por nuestro poeta, está brotando de
este poemario sin importarnos tanto
su “tangencial” presencia desgastándose en la cotidianidad mundanal (al menos así podemos
testificar en lo expresado de contundente manera en este Alfabeto del aire de
Jonathan), y es en estos rumbos donde la poesía ha recreado al hombre-poeta para
volverle fiel acompañante, pues no podemos negar la amistad de la poesía debido
a que, poco a poco hasta la realidad en apariencia dividida, no será más una
carga que tanto había penetrado en la soledad del poeta.
“No sabes de tus ojos
el verde que pobló el invierno
de innumerables bosques
ni de aquel faro
que reveló el mar:
espejo entre nosotros.
No sabes de mis ojos
el color de las ramas
que se rompen
con tu recuerdo.”
Es
cierto, en la división no cuántica de los espacios, tuvo cabida la vacilación, el enojo, el reproche y tantas otras
programaciones impuestas por el logos.
Pero, menos mal: cuando “el amor no es amado” (expresión, entrecomillada, y tantas veces pronunciada por el poeta
Francesco de Assisi) queda la
opción de abrir las puertas del aire para asumir la libertad del otro junto a
la propia.
“Ahora que quieres hablar
me buscas
pero esa sabiduría que tuve de escuchar
hoy está repartida
en todos los sonidos del mundo.”
A estas
alturas, por demás asombrosa, la realidad humana que es también el poeta Jonathan
Berumen (como lo somos, por el viento, todos los asambleístas que estamos aquí
volando) ya sin reproches, pronto nos muestra un tesoro que guarda bajo la almohada (un tesoro y no ratas como
suelen encontrar los enemigos de quienes creen defender la vida). Se trata de
dones sagrados surgidos de la relación con quien tanto ama. Dones a no
derrumbarse mientras brille un sol más alto que el irremediablemente roto.
¿Cuál es ese tesoro?, pues el poeta en su “Alfabeto del aire” hace alusión a referentes
de constatar grandiosa a la amada realidad humana: su nombre que sigue vivo en sus labios, el viento bufanda de sus brazos, el perfume carísimo que distingue su piel, su rostro que tiene la forma del aire, sus ojos donde ambos permanecen intactos; etcétera.
Al final
del poemario Alfabeto del aire, nos
sabemos conscientes del noble triunfo del poeta quien, viéndolo desde la
perspectiva poética (por supuesto) puso más en su amorosa relación. Y es en
este final (el final siempre es principio
de algo nuevo; al menos desde una existencial perspectiva filosófica) donde
podemos encontrar resonancia con el poema “Epigrama” del poeta nicaragüense
Ernesto Cardenal, como cuando dice: Al perderte yo a ti tú y yo hemos perdido: / yo porque tú eras lo
que yo más amaba/ y tú porque yo era
el que te amaba más.
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*Martín Mérida es poeta nacido
en Motozintla de Mendoza, Chiapas. Y es filogenética y ontogenéticamente –y todo lo demás-- renacido en Guadalajara, Jalisco, como en el cosmos que todos
consciente o inconscientemente compartimos. ¿Para qué decir más?
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