Escuchar la canción
a la que le pusimos copyright sin derecho ni papeleo alguno;
hojear las páginas del libro que cuenta la historia de un Bastián trepado en un
Fújur; comer otra vez arroz con leche en esa tacita floreada de bordes
maltratados por el descuido. Aferrarse al pasado, dicen, es dañino para la salud
emocional. ¿Sí? Cazar nostalgias definitivamente puede resultar tan mortal como
cazar cocodrilos, pero ¿es posible no recurrir diez mil veces al archivero y
buscar inconscientemente en los días pasados, en los eventos que nos han hecho
tomar forma de persona? Las memorias son las cuerdas que atan nuestra cabeza a
la espiral del calendario. No hay modo de escapar de esos lazos, del recuerdo
que salta ora para advertir peligro, ora para enchinarte la piel y ponerte
ansioso.
Lo
que ya pasó se vuelve un mecanismo de defensa que se relaciona mucho con el
instinto más animal y más necesario de un hombre. “Una imprecisa inquietud
despertaba en mi interior, como lo hace un pequeño dolor de muelas del que aún
no sabe uno si procede de la parte izquierda o de la derecha, de la mandíbula
inferior o de la superior.” Así describe Zweig a la sensación que nace del
recuerdo olvidado, de las migajas que dejaste en tu cerebro después de haber
intentado desaparecer la experiencia vivida. Puedes pretender tirar el pasado
como si fuera posible, pero resulta una pérdida de tiempo porque siempre viene
el mismo final: “Lo olvidado, como el pez en el anzuelo, resurge de un brinco
de la fluida y oscura superficie, vivo y coleando.” Y muchas veces no es que
nos dé miedo rencontrarnos con ese pez herido, es sólo que los viajes en el
tiempo salen muy caros y las turbulencias son seguras.
A
final de cuentas, lo que uno recuerda del recuerdo son los sentimientos. No
importa tanto la acción, la compañía, el hecho mismo; lo que cala o reconforta
es volverte a sentir como ahí, como “aquella vez”. Vendamos cada centímetro de
la memoria con el afán de engañarla, de taparle los ojos y la boca con tal de
que no nos cuente un chiste viejo y conocido. Y luego, cuando llega un día en
el que un objeto o un aroma nos provocan ese dolor de muelas que menciona
Zweig, queremos arrancar el vendaje cuanto antes. “Él no disponía más que de la
magia del recuerdo, de aquella memoria incomparable que, en realidad, sólo
había podido ejercitarse y formarse de aquella manera diabólicamente infalible
por medio del eterno secreto de cualquier perfección: la concentración.” Nos
enfocamos entonces en eso, en ser buenos enfermeros y en aprender a tener el
control de nuestras gasas. Ponerlas y retirarlas a gusto, como si se tratara de
una actitud voluntaria.
Pero
vamos, si ni siquiera a nuestra curiosidad masoquista, que sabemos acabará
convirtiéndose en una expedición por algún agujero negro y largo, controlamos.
Nos hormiguea hasta el intestino con tal de cubrir nuestra necesidad básica de
recordar. Y el remate ya todos lo conocemos: aun con las memorias más lindas,
con la visita del tranquilo pasado; uno cae sin paracaídas y siente el débil
aliento de lo que será una náusea aguda. Pero, ¿quién verdaderamente puede
calificar esa sangre que baja veloz a los pies o esa tiritona de los huesos
como algo bueno o malo? “Y entonces me paso la mano por la cara con un gesto
distraído y el perfume del tabaco en mis dedos te trae otra vez para arrancarme
a este presente acostumbrado, te proyecta antílope en la pantalla de ese lecho
donde vivimos las interminables rutas de un efímero encuentro.”
(Cortázar) Como una bofetada repentina seguida de una paz adormecedora. ¿Será
precisamente ese contraste lo que nos hace sentir hipnotizados por la nostalgia
del recuerdo.
Sufrir sentimientos contrarios despierta el interés en la persona porque significa violar completamente la afirmación Aristotélica, que aún sin saber sus orígenes y fundamentos, por “mero sentido común” defendemos. Básicamente se trata de que NADA puede ser una cosa y al mismo tiempo, en el mismo espacio y sentido ser algo diferente. O Ari olvidó a las memorias, o son éstas la excepción que valida su principio. Al narrar el momento pasado, nuestro presente se ve tocado por emociones que pueden ser opuestas y que no tienen que ver con la actual realidad. El famoso flashback burlón que te pone muy sonriente en un funeral o muy triste en el amor.
Sufrir sentimientos contrarios despierta el interés en la persona porque significa violar completamente la afirmación Aristotélica, que aún sin saber sus orígenes y fundamentos, por “mero sentido común” defendemos. Básicamente se trata de que NADA puede ser una cosa y al mismo tiempo, en el mismo espacio y sentido ser algo diferente. O Ari olvidó a las memorias, o son éstas la excepción que valida su principio. Al narrar el momento pasado, nuestro presente se ve tocado por emociones que pueden ser opuestas y que no tienen que ver con la actual realidad. El famoso flashback burlón que te pone muy sonriente en un funeral o muy triste en el amor.
El
caos de la mente, de un modo irónico, representa una estructura ordenada que
hace permanecer al entendimiento vivo en la persona. Un laberinto que encierra
en su interior al raciocinio y a la imaginación; reúne al bien y al mal en un
solo lugar y encajona las emociones que se pelean por salir todas al mismo
tiempo y sin filas indias. La mente es la contradicción más grande que hay y
está siempre acompañándonos a todas partes, cargando sus maletas llenas de
recuerdos llenos de información llena de sensibilidad.
En
dos mentes no habrá nunca memorias iguales. El desorden que escondemos por
miedo a que nos crean locos, todos lo tenemos. Un desorden que si bien la
totalidad de la gente lo acomoda patas arriba, esas patas son completamente
singulares y ni el que tienes al lado, adelante o debajo lo va a percibir como
tú. Entonces, lo fascinante de los recuerdos no está solamente en el absurdo de
los contrarios, sino que también se halla en lo inimitables que son. “Todo lo
que es único resulta día a día más valioso en un mundo como el nuestro, que de
manera irremediable se va volviendo cada vez más uniforme.”
Vivir
el presente es cosa de recordar el pasado. Tenerle miedo, enojo,
agradecimiento, amor o inquina a los días arrancados no está mal; es natural
recurrir a ellos ya que justo ahí se gesta nuestra humanidad. La nostalgia va a
exteriorizarse siempre, pidiendo a suspiros la añoranza de lo que está flotando
en el agua. Aunque la mitad se halle debajo, siempre vas a poder sentir la otra
fracción que se asoma en la superficie; y verla, ésa sí por completo. “Cierro
los ojos y aspiro en el pasado ese perfume de tu carne más secreta, quisiera no
abrirlos a este ahora donde leo y fumo y todavía creo estar viviendo.”
(Cortázar).