Arcos en sus pies
Parecía
que esa imagen ya la había visto en un edificio antiguo…y sí, era la misma, lo
sabía. Dos arcos gemelos separados por
una columna, como dos manos haciendo concha en dirección al suelo, al mismo
tiempo que sus nudillos se tocan; era
un posición privilegiada de los ojos a
20 centímetros de la imagen. Belleza geométrica valorada en casi todas las
épocas de esplendor artístico humano,
casi tan perfecto como los ideales griegos, imponente como las esculturas de
Persia o claras como las pinturas bizantinas; curioso saber que las manos de
los hombres han tenido la misma composición en todas las épocas. Las formas y el tiempo tienen una relación de estira y afloja, pero el goce estético
permanece, porque es cierto también que nuestros ojos no han cambiado mucho
desde hace unos cinco mil años.
Ahora veía esos arcos en los zapatos de su compañera de cuarto. Eran dos también, y a diferencia de las estructuras
arquitectónicas, los arcos no circundaban vacío sino piel. Se preguntó si el
escultor de esos arcos no se había basado o inspirado en las líneas que
formaban los tirantes de los zapatos de dama (en los tirantes de “esa” dama, para ser más
exacto). Le preguntó a su compañera
si no le molestaban, porque parecía que
esos tirantes apretaban su piel, como si quisieran demostrar su verdadera
naturaleza de tirantes tiranos. Su
compañera le pidió que se acercara con un movimiento de cara que buscaba
complicidad. Lentamente él lo hizo sin
dirigir ni su mirada ni su cara ni su alma hacia las partes del cuerpo que más
le excitaban en ella. La mujer que tenía enfrente no le exigía mucho esfuerzo
intelectual ni corporal, era tan estática como los pilares que te saludan a la
entrada del recinto; bastaba con caminar y estar atento para poder cruzar el pasillo,
después los arcos, para encontrarse en un nuevo salón, más oscuro y
frío, pero cómodo como una cueva, ya olvidado el calor exterior.
El
goce estético del momento residía en el parecido de los arcos del edificio con
los que adornaban sus zapatos. Los quitó con precisión miedosa, ya que un
movimiento de más o tres de menos podían derrumbar no solo las curvas sino
también el edificio de su cuerpo. Los desabrochaba lentamente, con temor de
perder el deseo que provocaba en ella, y al mismo tiempo, de derrumbar el
edificio real, cuya inspiración había servido de resorte en sus movimientos de
aproximación.
El
“auch” que escuchó en voz de su compañera provocó en el hombre una sorpresa más repentina que
conmovedora; su cabeza retrocedió un poco, mientras que su cuello mantenía la
distancia respecto al cuerpo de la “otra”; no quería darse de topes contra la pared,
porque el golpe hubiera sido muy doloroso. Debido a su sorpresa los ojos se le abrieron en un círculo perfecto, como cuando lo hacen, de sopetón,
las ventanas de una mansión en la colina, debido a la acción del viento. Le
causó bastante impresión las heridas
provocadas en el pie de la compañera, los cuales eran pequeños raspones de dos
centímetros de largo por 23 milímetros de ancho. Recordó los temblores en las
grandes ciudades, donde el poco tacto de la naturaleza provocaba grietas en la
mayoría de las casas del centro, iguales, en proporción, a las de ella. Ni
siquiera un “perdón” en boca de él, logró menguar un poco el enfado de esta
mujer-monumento, tan próxima como el concreto que pisas todos los días con el
primero paso que das al salir de tu casa, y tan lejana como el conocimiento
(poco) que él tenía de los planos de un edificio contemporáneo.
No
esperó mucho para sentir de nuevo la lejanía del cuerpo de su compañera, el
cual se adelantó a las pretensiones de la mujer y se marchó del cuarto; al
hacerlo no dejó en el camino más que el
recuerdo de sus espaldas. Las súplicas
de él no surtieron efecto, en parte porque su voz tenía la misma fuerza para
derribarla como un brochazo de pintura lo tiene sobre las paredes de una casa
cubierta de concreto. Los zapatos
quedaron huérfanos de pies, a un costado de la cama. Uno estaba recostado en el
suelo y el otro mantenía su posición erguida, al mismo tiempo que el hombre los
miraba fijamente sin estar realmente consciente de lo que estaba haciendo. La
verdad era que él quería volverá a un cuarto obscuro, donde solo cupieran él y
su cuerpo, aunque las paredes del edificio ya estuvieran derrumbadas.
*
El olvido
Con un movimiento de mano
pendular y rápido limpio mi cómoda, luego apago la luz, pongo antes los libros en
orden…voy a la cocina, rompo la bolsa de pan, muerdo; veo la hora, salgo de
ahí...”en 15 minutos saldré de mi casa” me recuerdo a mí mismo como nota mental
mientras veo mi reloj…prendo la tele y escucho dos palabras del presentador
antes de apagarla. Me arreglo la corbata…vuelvo a la cocina, veo la puerta de
entrada, la abro para adelantar el trabajo de abrirla en 10 minutos, regreso a
mi cuarto a ver si no dejé la pluma negra en el escritorio. Me relajo un poco.
Enciendo nuevamente la radio (¿qué no era la tele?), escucho 15 palabras antes
de apagarlo. Me dirijo a la cocina y busco de nuevo la bolsa de pan. No está.
Veo la hora para saber si tengo tiempo de comprar pan en mi camino al trabajo y
mi reloj tampoco está. Para olvidar estos raros acontecimientos prendo la tele,
pero lo hago virtualmente, porque la tele tampoco está. Volteo a ver mi cuarto,
a ver si está ahí, y oh sorpresa, se lo han robado también. Lo único que no me
robaron es la memoria, y confirmo que todo fue debido a que dejé la puerta
abierta y no la vigilé. La puerta tampoco estaba. El ladrón aprovechó mi
descuido para robársela también. No soy ignorante del coraje que me causa no
haber mejorado mi capacidad de concentración, lo cual siempre me lo han
recordado mis padres, mis jefes, y ahora yo mismo…ahora, aparte de eso, ya ni puerta tengo para poder
salir de mi casa.
*
Matar no es
malo
“Te digo que matar no es tan malo, sí, estoy de acuerdo es un tabú de la sociedad, es una acción
cargada de cuestiones éticas y morales, que casi todas tienen que ver con el
temor de un Dios padre que nos castiga, pero en realidad ¿alguna vez Dios te ha
dicho con argumentos razonables las razones principales por las que matar no es bueno? Es más, ¿te ha dado
las razones para argumentar por qué lo bueno es bueno?”
No, no me ha dado las razones, pero tus argumentos no me parecen válidos
tampoco, no puedo creer que solo porque quieras matar a ese par de animales
indefensos me tengas que venir con un
discurso sofista y lleno de contradicciones para justificar tu próxima acción.
No mates, olvidemos ya las razones éticas y morales que planteas: matar es malo
porque te hace sentir incómodo ¿no te basta esta razón? No es pretenciosa pero
a mi entender es convincente.
“No, bueno, la verdad no me basta esa razón y yo pienso que si matamos como jugamos creo
que el juego perdería su sentido lúdico,
así como el asesinato perdería su
connotación agresiva. Creo que tanto el juego como el asesinato están
sobrevalorados: uno como acto de recreación y el otro como suceso destructor.
Bueno, hay gente sin escrúpulos que asesina y corta cabezas para colgarlas en
un puente, sin embargo cuando hablas con ellas de literatura artes y fútbol son
las personas más agradables que te puedas imaginar”.
Sus ojos habían adquirido una redondez y una expresión que por varios
segundos creí desconocerlo. El café era un lugar oscuro, solitario, pero las
duras palabras de mi compañero le transfirieron un eco estruendoso difícil de
callar. No había personas que fueran espectadores del teatro de sus palabras,
pero estas tenían un matiz tan perturbador que yo estaba convencido de que esta
conversación no podía quedarse solo como una simple charla de café sino que
tenía que ser conocida por algún medio. Sin embargo ya no quise discutir más con mi amigo y salí del negocio lo más
rápido que pude.
La plática me seguía dando vueltas
en la cabeza durante el trayecto a mi hogar. Veía en todas las personas un
rostro de asesino en potencia, porque a fin de cuentas no es tan descabellado
pensar que en algún momento de su vida ellos pensaron como lo hace mi amigo, a
quien, por cierto, conozco desde hace muchos años. He tenido millones de
discusiones con él, sin embargo nunca lo había escuchado hablar con tanta
seguridad sobre un tema tan tabú. No lo desconocía tampoco ya que en él veía la
misma expresión que cuando teníamos 18 años, y la manera en que defendía sus
puntos de vista no era tan distinta ahora a la de esa época. Pero ahora los temas inocentes eran cosa del pasado.
Ya en mi casa, con la cabeza hinchada hasta el techo de curiosidad me puse a leer cuentos que trataban sobre la
conveniencia o no de matar para poder coexistir en este mundo con nuestros semejantes. Los libros en donde publicaron
esos cuentos tenían títulos muy bizarros ya que manejaban en su discurso una
lógica dicotómica confusa y por lo mismo contradictoria. Lo digo porque combinaban las recomendaciones para
vivir una mejor vida con la consigna, aparentemente ordenada desde algún
lugar, de poner siempre al acto de matar
como uno noble y sin peligro de ser causa de remordimiento. “Cómo matar y tener
una vida sana”, “Tú puedes mejorar tu vida y acabar con la de otro”, o “El
poder de la mente y el pensamiento positivo por encima de la existencia del
otro”. Los autores de los libros eran psicólogos, terapeutas, filósofos….era
curioso que no estaban escritos ni por
narcos ni por pistoleros de líderes políticos y estudiantiles. ¿Cómo hacerle
caso a ese tipo de discursos? ¿Cómo
tomarme en serio títulos así?
Eran libros muy raros, él nunca había conocido cosas así; su sorpresa era mayúscula, casi como la que
tenía cuando conversaba con su amigo, porque si bien estaba sorprendido ,
todavía, mientras lo tenía enfrente de sí, tenía la sensación de estar colgado al hilo de realidad que una simple
charla de café proporciona a sus protagonista; ahora, por el contrario, se
preguntaba si en realidad había o no tenido esa charla; un nuevo mundo se le
revelaba, por lo que decidió sentarse en su silla y escribir toda la
conversación, desde el principio hasta el final, con sus comas, puntos y pausas
convenientes; necesitaba plasmar en papel la impresión que le había causado el
descubrimiento de una moral alternativa a la conocida por la mayoría de los
seres occidentales. No dejó de considerar la reacción de los lectores, quienes pudieran tener la duda de
si este cuento está regido por leyes morales y éticas distintas al resto de las
personas, y usa para tal fin, el pretexto de crear un mundo paralelo en el cual
el acto de matar no tiene la connotación negativa que siempre ha tenido en el
imaginario humano. Nuestro protagonista buscó en internet todas las páginas
posibles que hicieran referencia a esta teoría “nueva” para su conocimiento, ya
que tenía la sospecha de que el nuevo orden mundial estaba ya sucediendo y los
actores de esta obra ya lo estaban representando en el mundo exterior, y
mientras tanto él, tranquilo en su casa, apenas estaba entrando al teatro como
espectador y no tenía más que dos minutos acomodándose en su butaca mientras en
el escenario las nuevas leyes de convivencia humanas hacían su aparición
después de romper el telón.