20140331

Tres cuentos de Adolfo González Ramírez

Arcos en sus pies

Parecía que esa imagen ya la había visto en un edificio antiguo…y sí, era la misma, lo sabía. Dos arcos gemelos separados por una columna, como dos manos haciendo concha en dirección al suelo, al mismo tiempo que sus nudillos se tocan; era un posición privilegiada de los ojos a 20 centímetros de la imagen. Belleza geométrica valorada en casi todas las épocas de esplendor artístico humano, casi tan perfecto como los ideales griegos, imponente como las esculturas de Persia o claras como las pinturas bizantinas; curioso saber que las manos de los hombres han tenido la misma composición en todas las épocas. Las formas y el tiempo tienen una relación de estira y afloja, pero el goce estético permanece, porque es cierto también que nuestros ojos no han cambiado mucho desde hace unos cinco mil años.
 Ahora veía esos arcos en los zapatos de su compañera de cuarto. Eran dos también, y a diferencia de las estructuras arquitectónicas, los arcos no circundaban vacío sino piel. Se preguntó si el escultor de esos arcos no se había basado o inspirado en las líneas que formaban los tirantes de los zapatos de dama (en los tirantes de “esa” dama, para ser más exacto). Le preguntó a su compañera si no le molestaban, porque parecía que esos tirantes apretaban su piel, como si quisieran demostrar su verdadera naturaleza de tirantes tiranos. Su compañera le pidió que se acercara con un movimiento de cara que buscaba complicidad. Lentamente él lo hizo sin dirigir ni su mirada ni su cara ni su alma hacia las partes del cuerpo que más le excitaban en ella. La mujer que tenía enfrente no le exigía mucho esfuerzo intelectual ni corporal, era tan estática como los pilares que te saludan a la entrada del recinto; bastaba con caminar y estar atento para poder cruzar el pasillo, después los arcos, para encontrarse en un nuevo salón, más oscuro y frío, pero cómodo como una cueva, ya olvidado el calor exterior.
El goce estético del momento residía en el parecido de los arcos del edificio con los que adornaban sus zapatos. Los quitó con precisión miedosa, ya que un movimiento de más o tres de menos podían derrumbar no solo las curvas sino también el edificio de su cuerpo. Los desabrochaba lentamente, con temor de perder el deseo que provocaba en ella, y al mismo tiempo, de derrumbar el edificio real, cuya inspiración había servido de resorte en sus movimientos de aproximación.
El “auch” que escuchó en voz de su compañera provocó en el hombre una sorpresa más repentina que conmovedora; su cabeza retrocedió un poco, mientras que su cuello mantenía la distancia respecto al cuerpo de la “otra”; no quería darse de topes contra la pared, porque el golpe hubiera sido muy doloroso. Debido a su sorpresa los ojos se le abrieron en un círculo perfecto, como cuando lo hacen, de sopetón, las ventanas de una mansión en la colina, debido a la acción del viento. Le causó bastante impresión las heridas provocadas en el pie de la compañera, los cuales eran pequeños raspones de dos centímetros de largo por 23 milímetros de ancho. Recordó los temblores en las grandes ciudades, donde el poco tacto de la naturaleza provocaba grietas en la mayoría de las casas del centro, iguales, en proporción, a las de ella. Ni siquiera un “perdón” en boca de él, logró menguar un poco el enfado de esta mujer-monumento, tan próxima como el concreto que pisas todos los días con el primero paso que das al salir de tu casa, y tan lejana como el conocimiento (poco) que él tenía de los planos de un edificio contemporáneo.
No esperó mucho para sentir de nuevo la lejanía del cuerpo de su compañera, el cual se adelantó a las pretensiones de la mujer y se marchó del cuarto; al hacerlo no dejó en el camino más que el recuerdo de sus espaldas. Las súplicas de él no surtieron efecto, en parte porque su voz tenía la misma fuerza para derribarla como un brochazo de pintura lo tiene sobre las paredes de una casa cubierta de concreto. Los zapatos quedaron huérfanos de pies, a un costado de la cama. Uno estaba recostado en el suelo y el otro mantenía su posición erguida, al mismo tiempo que el hombre los miraba fijamente sin estar realmente consciente de lo que estaba haciendo. La verdad era que él quería volverá a un cuarto obscuro, donde solo cupieran él y su cuerpo, aunque las paredes del edificio ya estuvieran derrumbadas. 


*

El olvido


Con un movimiento de mano pendular y rápido limpio mi cómoda, luego apago la luz, pongo antes los libros en orden…voy a la cocina, rompo la bolsa de pan, muerdo; veo la hora, salgo de ahí...”en 15 minutos saldré de mi casa” me recuerdo a mí mismo como nota mental mientras veo mi reloj…prendo la tele y escucho dos palabras del presentador antes de apagarla. Me arreglo la corbata…vuelvo a la cocina, veo la puerta de entrada, la abro para adelantar el trabajo de abrirla en 10 minutos, regreso a mi cuarto a ver si no dejé la pluma negra en el escritorio. Me relajo un poco. Enciendo nuevamente la radio (¿qué no era la tele?), escucho 15 palabras antes de apagarlo. Me dirijo a la cocina y busco de nuevo la bolsa de pan. No está. Veo la hora para saber si tengo tiempo de comprar pan en mi camino al trabajo y mi reloj tampoco está. Para olvidar estos raros acontecimientos prendo la tele, pero lo hago virtualmente, porque la tele tampoco está. Volteo a ver mi cuarto, a ver si está ahí, y oh sorpresa, se lo han robado también. Lo único que no me robaron es la memoria, y confirmo que todo fue debido a que dejé la puerta abierta y no la vigilé. La puerta tampoco estaba. El ladrón aprovechó mi descuido para robársela también. No soy ignorante del coraje que me causa no haber mejorado mi capacidad de concentración, lo cual siempre me lo han recordado mis padres, mis jefes, y ahora yo mismo…ahora, aparte de eso, ya ni puerta tengo para poder salir de mi casa.


*

Matar no es malo


“Te digo que matar no es tan malo, sí, estoy de acuerdo es un tabú de la sociedad, es una acción cargada de cuestiones éticas y morales, que casi todas tienen que ver con el temor de un Dios padre que nos castiga, pero en realidad ¿alguna vez Dios te ha dicho con argumentos razonables las razones principales por las que matar no es bueno? Es más, ¿te ha dado las razones para argumentar por qué lo bueno es bueno?”
No, no me ha dado las razones, pero tus argumentos no me parecen válidos tampoco, no puedo creer que solo porque quieras matar a ese par de animales indefensos me tengas que venir con un discurso sofista y lleno de contradicciones para justificar tu próxima acción. No mates, olvidemos ya las razones éticas y morales que planteas: matar es malo porque te hace sentir incómodo ¿no te basta esta razón? No es pretenciosa pero a mi entender es convincente.
“No, bueno, la verdad no me basta esa razón y yo pienso que si matamos como jugamos creo que el juego perdería su sentido lúdico, así como el asesinato perdería su connotación agresiva. Creo que tanto el juego como el asesinato están sobrevalorados: uno como acto de recreación y el otro como suceso destructor. Bueno, hay gente sin escrúpulos que asesina y corta cabezas para colgarlas en un puente, sin embargo cuando hablas con ellas de literatura artes y fútbol son las personas más agradables que te puedas imaginar”.
Sus ojos habían adquirido una redondez y una expresión que por varios segundos creí desconocerlo. El café era un lugar oscuro, solitario, pero las duras palabras de mi compañero le transfirieron un eco estruendoso difícil de callar. No había personas que fueran espectadores del teatro de sus palabras, pero estas tenían un matiz tan perturbador que yo estaba convencido de que esta conversación no podía quedarse solo como una simple charla de café sino que tenía que ser conocida por algún medio. Sin embargo ya no quise discutir más con mi amigo y salí del negocio lo más rápido que pude.
 La plática me seguía dando vueltas en la cabeza durante el trayecto a mi hogar. Veía en todas las personas un rostro de asesino en potencia, porque a fin de cuentas no es tan descabellado pensar que en algún momento de su vida ellos pensaron como lo hace mi amigo, a quien, por cierto, conozco desde hace muchos años. He tenido millones de discusiones con él, sin embargo nunca lo había escuchado hablar con tanta seguridad sobre un tema tan tabú. No lo desconocía tampoco ya que en él veía la misma expresión que cuando teníamos 18 años, y la manera en que defendía sus puntos de vista no era tan distinta ahora a la de esa época. Pero ahora los temas inocentes eran cosa del pasado.
Ya en mi casa, con la cabeza hinchada hasta el techo de curiosidad me puse a leer cuentos que trataban sobre la conveniencia o no de matar para poder coexistir en este mundo con nuestros semejantes. Los libros en donde publicaron esos cuentos tenían títulos muy bizarros ya que manejaban en su discurso una lógica dicotómica confusa y por lo mismo contradictoria. Lo digo porque combinaban las recomendaciones para vivir una mejor vida con la consigna, aparentemente ordenada desde algún lugar, de poner siempre al acto de matar como uno noble y sin peligro de ser causa de remordimiento. “Cómo matar y tener una vida sana”, “Tú puedes mejorar tu vida y acabar con la de otro”, o “El poder de la mente y el pensamiento positivo por encima de la existencia del otro”. Los autores de los libros eran psicólogos, terapeutas, filósofos….era curioso que no estaban escritos ni por narcos ni por pistoleros de líderes políticos y estudiantiles. ¿Cómo hacerle caso a ese tipo de discursos? ¿Cómo tomarme en serio títulos así?
Eran libros muy raros, él nunca había conocido cosas así; su sorpresa era mayúscula, casi como la que tenía cuando conversaba con su amigo, porque si bien estaba sorprendido , todavía, mientras lo tenía enfrente de sí, tenía la sensación de estar colgado al hilo de realidad que una simple charla de café proporciona a sus protagonista; ahora, por el contrario, se preguntaba si en realidad había o no tenido esa charla; un nuevo mundo se le revelaba, por lo que decidió sentarse en su silla y escribir toda la conversación, desde el principio hasta el final, con sus comas, puntos y pausas convenientes; necesitaba plasmar en papel la impresión que le había causado el descubrimiento de una moral alternativa a la conocida por la mayoría de los seres occidentales. No dejó de considerar la reacción de los lectores, quienes pudieran tener la duda de si este cuento está regido por leyes morales y éticas distintas al resto de las personas, y usa para tal fin, el pretexto de crear un mundo paralelo en el cual el acto de matar no tiene la connotación negativa que siempre ha tenido en el imaginario humano. Nuestro protagonista buscó en internet todas las páginas posibles que hicieran referencia a esta teoría “nueva” para su conocimiento, ya que tenía la sospecha de que el nuevo orden mundial estaba ya sucediendo y los actores de esta obra ya lo estaban representando en el mundo exterior, y mientras tanto él, tranquilo en su casa, apenas estaba entrando al teatro como espectador y no tenía más que dos minutos acomodándose en su butaca mientras en el escenario las nuevas leyes de convivencia humanas hacían su aparición después de romper el telón.

20140328

Texto de Martha Cerda sobre Ernesto Flores

Homenaje a Ernesto Flores

Martha Cerda


Hablar de Ernesto Flores es un reto porque no existe un solo Ernesto, en él convivían el poeta, el ensayista, el narrador, el maestro, el editor, el amante de la música y el promotor cultural. Yo me voy a permitir hablar del Ernesto cuentista y cómplice de aventuras literarias, con el que compartí momentos jubilosos acompañados de una buena taza de café y de un trozo clandestino de pastel, que Ernesto tenía prohibido. En todas esas ocasiones abrevé de su sabiduría en sabrosas pláticas donde el humor no se nos escatimaba y el buen chisme literario tampoco.
 Como cuentista Ernesto era riguroso, exigente, nunca estaba satisfecho con lo que escribía y corregía una y otra vez, por eso no se atrevía a publicar sus cuentos. Recuerdo que nos reuníamos a tallerear en su casa, en la mía o en la de Gloria Velázquez y nos contaba anécdotas de donde salían sus cuentos.
 Por fin se animó a publicar sus textos en un libro titulado Nubes que pasan, publicado por la editorial La Zonámbula, Conaculta y el gobierno de Nayarit, en el año 2010.
 Nubes que pasan reúne seis cuentos: La guadaña, El balcón, Dignidad, Los ojos de la noche, Fuego y Sibelis. La mayoría de estos cuentos son realistas y autobiográficos, inspirados en la infancia de Ernesto en su natal Santiago Ixcuintla. Son cuentos trabajados con esmero, meticulosa y minuciosamente, en los que Ernesto se revela como un gran cuentista.
 El primer cuento, La guadaña, nos habla de Salomé y Juan el Bautista. Con gran maestría Ernesto nos pinta los paisajes pero, donde se muestra más artista es cuando describe la escena del baile de Salomé, Cito:
 “Sonaron las flautas y vino una ola de música que se mezcló con el aroma de la mirra y los comentarios al oído sobre la trayectoria de aquella mano ondulante que se elevó como una serpiente. La silueta en reposo apenas se adivinaba palpitante. Luego Salomé siguió con su mirada enigmática la danza ascendente de la otra mano, hasta que ambas se rozaron por encima de su cabeza.
 “Osciló después perezosamente y los invitados contemplaron el hermoso perfil cuando la espalda se dobló hacia atrás tocando el piso con la cabellera. Hasta ese momento apenas era una sugerente danza del torso. A una frase alada de la flauta, el pie se levantó delicadamente más alto de lo que parecía posible. A pesar de que la música aceleraba, los movimientos de Salomé fueron ampliándose y haciéndose más lentos. Luego la bailarina cerró los ojos ebria de música, y giró abriendo los brazos arqueados, que al deslizarse cruzaron frente a su rostro como nubes”. Fin de la cita. Esta bellísima escena, exquisita y elegante nos hace mirar a Salomé bailando en pleno éxtasis. Es una página brillante de Ernesto.
 El segundo cuento, El balcón, es estremecedor, nos habla de la muerte de una niña por tétanos y el estupor de un amiguito, probablemente Ernesto de niño, ante la contemplación del cadáver a través del balcón, como se acostumbraba seguramente en los pueblos en aquella época. Cito:
 “Voces pálidas de mujeres:
 –Mira, un angelito.
 –Se abrió la gloria.
 –Arriba hay fiesta.
 –¡Cuánta alegría!
 Luego ningún ruido. Las voces dejaron de sonar. Y Ernesto remata con una imagen contundente: Nada se movió en esa eternidad”. El niño se quedó toda la tarde viendo a la niña muerta, hasta que al anochecer su padre va por él. Cito:
 –Ande mi muchachito. Ya es tiempo. Vámonos a la casa. Su mamá lo espera.
 –¿Eh?... ¿Cómo?
 Joel hizo un esfuerzo inútil, sus manos permanecieron rígidas apretando las rejas. No las sentía. Oyó otra vez aquel susurro grave soplando en su oído.
 –Suelta la reja, mi hijo. A ver, ¡Joel!
 Ayudado sintió cuando destrababan sus dedos. Imaginó un gemido desbarrancado yéndose en un pozo interminable: Noooo
 Joel soltó las rejas y se desplomó” Fin de la cita.
 Con el cuento Dignidad me parece estar oyendo a Ernesto hablar de su madre y de su padre. Ella una mujer enérgica que no dudaba en ir a sacar a su marido de los lugares non sanctos que frecuentaba y él un hombre recio, que había sido capitán en las tropas del general Buelna. Rubio, alto, ojo azul, que en cuestión de amores no dejó títere con cabeza. Ernesto describe cariñosamente al personaje de su madre, Cito:
 “Nadie hubiera adivinado tal capacidad de celos en aquella mujercita risueña… su boca pequeña y rugosa: su color claro teñido por el paludismo y la quinina; la nariz corta como la de una niña. Pequeña y nerviosa, era móvil como una llama. Al platicar, sus manos describían vuelos y regresaban para apoyarse con fuerzas en sus caderas… Reía con todo el cuerpo graso, las espaldas, el vientre el torso”. Fin de la cita.
 El caso es que un día doña Sarita, que así se llamaba, se topa en el camión con una mujer de la vida alegre, a la que le decían La Vaca Echada y con la que al parece su marido había tenido queveres. Indignada, doña Sarita le dice: “En donde yo voy no irá ninguna piruja como usted”.
 Con el tiempo, paradójicamente La vaca Echada va a pedirle ayuda a doña Sara porque no tiene a nadie a quien acudir. Cito: “Doña Sara, estoy muy enferma. Tengo una deuda con el casero. Me amenaza con echarme a la calle. No me alcanza ni para lo necesario. No hay quien me ayude…
 –¿Qué tienes? (pregunta doña Sara y sigue narrando).
 Ella me describió los síntomas de una enfermedad vieja. Sentí compasión, pero permanecí de piedra. Y ella también: Era el diálogo entre dos mujeres separadas por un muro.
 Pero nobleza obliga y doña Sara finalmente dijo:
 Dile a tu casero que venga a verme. ¿Cuánto necesitas para vivir? Te mandaré al doctor Pernas y las medicinas que necesites. (Los Flores tenían una farmacia en Snatiago).
 La historia termina de forma conmovedora: cuando doña Sara muere, La Vaca Echada muestra su agradecimiento. Una empleada de la botica dice:
 Toda la noche esa mujer a la que doña Sara le decía La Vaca Echada, se quedó en la plaza, frente a la botica”. Fin de la cita.
 El siguiente cuento, Los ojos de la noche, está inspirado en el cuento El otro, de Borges, donde el personaje viejo se encuentra con él mismo de joven. Ernesto contaba que Borges se había apropiado para escribir este cuento, de uno de un escritor desconocido, no recuerdo su nombre, y que esto solía pasar entre los escritores reconocidos. Al final del cuento, Lucio, el personaje joven, se encuentra con su yo viejo y Ernesto termina diciendo: “Y desde sus quevedos lo observó con la curiosidad de un hombre que se contempla desde el espejo”.
 En el quinto cuento del libro Ernesto maneja a una moderna Medea que mata a sus hijos, pero con sutileza Ernesto evade las escenas violentas y sugiere la tragedia. En este libro hay una frase que alude al título del libro, cito: “Goces que ahora veía pasar como nubes”.
 Aquí la protagonista, Amparo; envenenada por los celos al ver que Antonio, su hombre, la deja por otra, acaba con la vida de sus niños. Chole, una alcahueta a la que Amparo le pagaba para que le llevara chismes de Antonio, descubre el asesinato y corre a decírselo a Antonio. Cito:
 –“¡Sus niños!
 Se ahogaba y no podía hablar.
 –¡Sus chiquitos, don Toño!
 Él se puso lívido y adivinó”.
 Y Ernesto remata diciendo: Arriba las estrellas disminuyeron su vértigo.
 El último cuento del libro es otro texto memorable, se titula Sibelis y es la historia de una prostituta casi niña, que induce al personaje masculino, también casi niño, a su primera experiencia sexual. Con una prosa clara, sin rebuscamientos, Ernesto narra en un tono coloquial estas anécdotas con mucha intensidad, Cito:
 “Vi su yema tocarme la mejilla, rozar apenas el vello del bozo, seguir la línea de mi labio. Dibujó con deleite la curva del párpado y el nacimiento del pelo y jugó con el pabellón de mi oído…la vi acercar sus labios hambrientos y posarse en mi cuello y resbalarlos hasta mi espalda…Oí el chasquido de su boca húmeda en mi oreja; quise contenerme, por vergüenza, mas fue inútil. Aquellas manos me desabotonaron y echaron atrás mi camisa. Cerré los ojos cuando ella deslizó su lengua en mi hombro…Vino un sismo, una marejada, un estallido que oscureció todo y me precipitó en la muerte…Luego fue muy delicada, tan sabia que no recuerdo ni cómo sucedió aquello…Fue como abrir los ojos en otra vida. Así debe sentirse uno en el cielo”. Fin de la cita. Este es un ejemplo de erotismo fino.
 No cabe duda de que Nubes que pasan es un libro con una gran riqueza conceptual y formal, además del valor sentimental que tiene para quienes quisimos a Ernesto Flores. Desgraciadamente se quedaron algunos cuentos en el tintero. Ernesto decía que quería escribir un cuento sobre el pozo de Orvieto y contaba de cuando estuvo ahí y de la impresionante escalera de caracol que llevaba al fondo. No sé si por fin lo escribió, sería importante rescatarlo.
 En estas páginas está Ernesto Flores, el maestro y entrañable amigo. Termino con sus palabras: “Siempre se vuelve al mundo de los niños. Acaba uno por regresar al punto de partida. Otra vez en Santiago”.


20140323

Homenaje a Ernesto Flores

FCE
Guadalajara, 20 de marzo, 2014


Jorge Orendáin

1

Tuve la fortuna de conocer al maestro Ernesto Flores en su casa a finales de la década de los ochenta. Para mí ese día me abrió muchas puertas en el mundo de la literatura, además de que empecé a conocer la trayectoria y vida de don Ernesto, en especial su excelente trabajo como editor, maestro y gran conocedor de la música. Nunca olvidaré la grata impresión que me dio ver tantos discos y libros en la pared de su casa, y sobre todo, la siempre amable Carmen, su esposa.
Pocos son los maestros con quienes uno se identifica en diversas facetas, tanto de vida como de oficios. Con Ernesto Flores me he identifiqué, y aprendí mucho, con su trabajo como editor de revistas y de libros, con su poética y con la docencia. Él quizá no lo supo, pero constantemente recurro a observar las revistas que ha editado, con el fin de “plagiarle” algunos aspectos de diseño, de contenido, ilustraciones y demás. Claro, aunque he participado en ciertas revistas de Guadalajara que han tenido cierta aceptación, como Trashumancia y Luvina, no ha sido fácil imitarlo. Tampoco ha sido fácil copiarle su precisión de palabras y en sus imágenes y ritmos de su poesía. Ni tampoco ha sido fácil adquirir su gran talento que tuvo para conversar, en especial cuando recordaba anécdotas que tuvo con grandes escritores y músicos de México, y lo mismo con sus historias de viaje. En el terreno de la poesía, son muchos mis agradecimientos por sus excelentes recomendaciones: Placencia, González León, Olivia Zúñiga, Paula Alcocer, Rulfo, Arreola, Yáñez, los poetas franceses y un etcétera largo. También no será fácil olvidar sus atinados consejos acerca de mi obra, ni tampoco las excelentes charlas que mantuve con él cuando trabajamos juntos en el Departamento de Estudios Literarios y en la Sogem de Guadalajara.
No está de más citar algunas palabras que Guillermo García Oropeza dijo del maestro:

Ernesto Flores es otro de los héroes de la cultura y, en particular, de las letras y de la música en Guadalajara. Por muchos años el maestro en la Universidad de Guadalajara ha sido un importante, casi único, promotor literario. Y es por eso que lo nombro héroe de la cultura, ya que el trabajo de la promoción literaria es uno de los más ingratos que yo conozca y Ernesto lo ha practicado en grado heroico.

Sin duda, don Guillermo tiene razón. El trabajo de la promoción literaria es ingrato, pero estoy seguro que fue de los más satisfactorios para don Ernesto porque con el paso del tiempo vio madurar a muchos escritores, editores, investigadores y promotores literarios. Y muchos de ellos han seguido un camino similar. De verdad, qué gusto que don Ernesto haya sido un pésimo estudiante de odontología.

2

En la obra poética de Ernesto Flores un río pasa cargado de imágenes, y un cauce nos descubre variadas dimensiones. Su obra tiene diversos matices en sus temas, ritmos, imágenes, lenguaje, recursos e intenciones. No fue un poeta de pocos lectores, fue de aquellos que saben que la palabra poética tiene múltiples caminos que se deben descubrir más allá de lo que captan los sentidos.
Sus poemas se construyen con palabras precisas, llenas de cadencia y cobijadas de un tinte nostálgico.  De su obra me gusta la brevedad, su música interna, sus símbolos y su callado decir.
No es fácil señalar en pocas palabras los temas más importantes en sus poemas, pero puedo decir ahora que indaga la parte oscura del hombre, los aspectos cotidianos, personajes, infancia, reflexiones sobre la vida, una crítica a la modernidad, el amor y desamor, la nostalgia, el pasado, la esperanza, la muerte y la palabra misma.
Arturo Rivas Sáinz, otro de nuestros grandes editores y críticos literarios, escribió:

Un libro de Ernesto Flores es una plétora de formas estructurales que puede ejemplificar muchas maneras de hechura, que por inexplicables razones no mencionan los retóricos, ni juegan los preceptistas, ni ahora los teorizantes de las letras, pues no son esquemas de ahora, porque lo fueron de siempre. […] Ernesto Flores —además de otras cualidades— es un gran metaforista.

3

Muchas generaciones estamos agradecidos con Ernesto Flores porque fue siempre puerta abierta para recibirnos en su casa o aceptar una larga charla en algún café de la ciudad.
Don Ernesto, no es exagerado decir, fue un héroe de la cultura en nuestro país por sus revistas, por el trabajo de investigación y por abrir varios caminos a las nuevas generaciones.
Para mí es un honor haber sido más allá de uno de sus aprendices. Me supe su amigo porque siempre me ofreció un sincero abrazo y un consejo cotidiano.

4

Por último quiero comentar que cuando inicié con el proyecto de La Zonámbula, en varias ocasiones quise ir a la casa de don Ernesto para pedirle un libro para publicarle. He de confesar que me daba mucha pena porque no creí que él me pudiera entregar algún original, pues él ya había publicado en el Fondo de Cultura Económica, en la UdeG e incluso fuera de México. Pero la vida hizo posible que gracias a Jorge Souza y a Alma Vidal, le pudiera publicar no sólo un libro, sino dos. Uno de poesía llamado El agua pasa, pero el cauce queda, que Souza antologó, y su primer libro de cuentos intitulado Nubes que pasan. Una de las últimas veces que estuve en casa de don Ernesto, me comentó que tenía dos grandes ilusiones: una, que el FCE editara su libro sobre Alfredo R. Placencia; el otro, que se publicara su libro de cuentos. Afortunadamente pudo ver esos libros. Para mí, es y será siempre un honor, entre otras cosas, haberle publicado uno de esos dos libros. Lo digo con toda sinceridad, algo que no será fácil superar.

Siempre serán muchas las palabras, anécdotas, personas y viajes que se entretejen en el pasado de una amistad. Hoy no es fácil decir tantas cosas. Pero sí es fácil extender mi admiración al maestro Flores y a todo ese gran universo que construyó en su vida. También muchas gracias a su familia por ser parte esencial de todo esto.

20140307

Marasú

Por Karla Salazar


¿Marasú? Lo admito, no se me vino nada a la cabeza a la hora de leer dicho título del libro. Después, mi percepción emprendió un viaje que me llevaba a los lugares más recónditos que en la vida real tal vez nunca he visitado, sin embargo, llegas a tener una noción gracias a lo que ves en Películas o fotografías. Estas son la ventajas de leer este tipo de cuentos.

Los personajes son frescos, las historias, nada predecibles, nunca sabes cuál será el final y cuando éste llega, la incógnita puede apoderarse de ti y por consiguiente tienes que releer ese cuento. 
Entre las temáticas distintas que tocan los cuentos, el autor logra con sus textos provocarte incontables sentimientos. Toda historia se desenvuelve a la vez en un escenario de "Pueblo", lo percibes gracias al vocabulario que utilizan, te imaginas lugares donde la rutina consta del trabajo, deberes, contextos meramente familiares y al mismo tiempo problemáticos. Los personajes que protagonizan ciertas historias llegan a ser admirables por la manera en la que te los describe. 
Algunos cuentos pueden comenzar con tintes dramáticos y terminan haciéndote carcajear , o todo lo contrario. Ese toque es lo que hace que las historias sean ricas a la hora de leerse. 




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