Volver es una fuga. Funerales de Fresno
de Mauricio Ramírez
Jorge
Orendáin
No sé si sea muy característico de los tapatíos que cuando
conocemos a alguien le preguntemos en dónde vive. Ésta parecería una pregunta
obvia en cualquier parte. Pero para mí, en este mundo tapatío la pregunta —o,
mejor dicho, la respuesta— es muy significativa porque de alguna manera ya nos
puede decir mucho de las personas. Desde luego, gran parte de estas interpretaciones
que hace el tapatío que pregunta, está llena de prejuicios. Por ejemplo, si respondes
que vives en colonias como Providencia, Chapalita, Ciudad del Sol, Lomas de
Guevara, etc., más de alguno te puede juzgar de burgués, clasemediero, fresa,
júnior, etc.; si respondes que vives en Valle Real, Puerta de Hierro, o Colinas
de San Javier, podrán pensar de primera que eres empresario, narco, teco,
legionario de Cristo, ratero de cuello blanco, nuevo rico, etc. Pero si
respondes que vives en la colonia del Fresno, quizá se imaginarán que eres obrero,
ferrocarrilero, menudero, árbitro de futbol llanero, narco de tiendita,
bandolero, mariguano, grafitero, tornero, robacarros, travesti venido a menos,
sepulturero, futbolista de medio pelo, albañil, chiva, bodeguero, bicicletero,
trailero, chelero, toncho, darketo, pandillero... y un largo etcétera. Lo más
seguro es que nadie te imagine como poeta, pintor, médico, actor, académico
universitario, editor, ecologista, ingeniero, dentista, arquitecto, etcétera.
Así como se dice “dime con quién andas y te diré
quién eres”, parece que el decir “dime dónde vives y te diré quién eres” tiene
sus grados de verdad. Tengo la impresión de que vivir en la colonia del Fresno
no da ningún prestigio; pero vivir en Santa Teresita o el Santuario, sí lo es.
Desde luego, son múltiples las respuestas para explicarlo. Quizá con la ayuda
de la historia tengamos una respuesta.
La del Fresno nació en la década de los treinta como
una colonia industrial. Era la época del rompimiento, del inicio de la
industrialización de México y del famoso desarrollo estabilizador. Por esos
años se instalaron grandes fábricas a lo largo de la vía del tren y,
posteriormente, se fue desarrollando como una colonia obrera y de pequeños
talleres. Ahí vivían trabajadores, pero también torneros, carpinteros, plomeros
y ebanistas. Algunos decires me comentan que se vivía bien en la del Fresno, a
pesar de las fábricas y la vía del tren.
Hoy, como todos saben, la identidad de la colonia del
Fresno es, entre otras, la delincuencia y el narcotráfico. Incluso sé que
existe por ahí un narcocorrido y un grupo de rap que se hace llamar los hijos
de la “Colombia del Fresno”. En una de sus letras dice: “Somos los dueños de
Guanatos, Jalisco... listos para la border, tapatíos, orgullosamente de Guanatos,
aztecas, casta de delincuentes...”
El problema de pandillas y drogas no es nuevo en esta
colonia; hace como 20 años, la investigadora del ITESO, Rossana Reguillo,
especialista en temas sobre violencia social, inició un estudio de campo sobre
la “Banda Los Olivos” formada por 50 jóvenes. “Los Olivos mantenían una
actividad no sólo de tomar cerveza y consumo de marihuana y tonsol, sino que
también llegaba la gente a comprarles droga”. Para la investigadora, la
diferencia en el Fresno es que hace dos décadas, entre las bandas había un
pacto implícito en el que no se “tocaba” a los vecinos de la colonia. Pero eso
ya no sucede.
Han sido varios los intentos para tratar de
solucionar este problema social. Jorge Aristóteles Sandoval, junto con su
administración, decidió actuar para contrarrestar la problemática llevando a la
colonia el Programa Intervención por Objetivos (PIO), el cual ya antes había
sido implementado en la colonia Santa Cecilia. En una nota informativa señalan
que preveían invertir 21 millones 500 mil pesos para realizar actividades.
Entre las promesas estaban la creación de espacios de convivencia,
pavimentación, parques, la rehabilitación del mercado, reordenamiento del
comercio ambulante, entrega de créditos a jefas de familia, aumentar el número
de árboles, más patrullajes dirigidos a puntos de alto riesgo, fomento del
deporte, desarrollo de habilidades artísticas, atención psicológica a niños y
niñas, dotación de despensas, asesoría jurídica, entrega de útiles escolares,
lentes, módulos de transvales, y más y más y mas promesas. Por ahora no tengo
datos precisos de los resultados. Pero espero que al menos se cumpla el 50 por
ciento de los juramentos que el ayuntamiento le hizo a los cerca de 22 mil
habitantes que conforman esta colonia.
Desde niño conozco la colonia, pues mi padre tenía un
negocio de distribución de productos lácteos en la calle Olmo esquina con
Mezquite, lugar donde aún habitan algunos de mis familiares. Es verdad, no es
una colonia de la que uno ande presumiendo. Al contrario. Hace como 20 años, en
más de alguna ocasión me preguntaban que dónde vivía; mi respuesta era: “muy
cerca de la glorieta de Niños Héroes”. Esto para evitar ser catalogado con los
adjetivos que mencioné líneas antes. Hoy, luego de haber vivido en diversas zonas,
muy diferentes entre sí, veo que ha sido uno de los mejores lugares donde he
estado, pese a tantas cosas. Aunque es una colonia “amurallada”, sobre todo del
lado norte, su ubicación me gusta porque te puedes mover en transporte urbano
con cierta facilidad a diversos puntos de la ciudad. Eso sí, para usar la
bicicleta no es tan recomendable, sobre todo si quieres entrar por Washington o
por Mariano Otero.
En Guadalajara es ya legendaria la frase “De la
Calzada para allá”, la cual resalta las diferencias sociales entre el oriente y
poniente; pero, aunque en otras dimensiones, me parece más la diferencia que
marca la vía del tren y las avenidas Washington y Mariano Otero. Para terminar
de aislarla, el Tren Ligero puso el otro muro. Como alguien dijo, es “una
colonia ajena al espacio público, y dueña, como ninguna otra, del espacio de
nadie”.
Funerales
de Fresno de Mauricio Ramírez es un buen
libro porque refleja mucho la esencia de lo que es y ha sido esta colonia y sus
habitantes. Sus personajes y sus muertes van dialogando con nosotros en primera
persona. Estos “fresneros” nos hablan de sus dolores, esperanzas, alegrías,
traiciones, pecados y demás. Me parece que Mauricio consiguió darles voz propia,
asunto que no es fácil para lograr la verosimilitud. Pero al mismo tiempo,
siento que todas esas voces reunidas son una sola: una voz que dibuja
atmósferas diversas con tintes de tristezas, abandonos, desesperanzas Además,
de alguna manera también se rescatan algunos ritos y ceremonias propias del barrio.
Por otra parte, me pareció acertado el lenguaje que
Mauricio utiliza, pues lo siento cercano a la forma de hablar de la gente de
este barrio.
Vale decir que estos poemas de Mauricio no son
propiamente una memoria, pero sí un buen camino para tomarle el pulso a lo que
es y ha sido Guadalajara.
No son tantos los poetas de Guadalajara que han
dedicado libros enteros de poemas para hablar de algún barrio o colonia en
particular. Por ahora recuerdo a Alejandro Zapa con Analco, Blas Roldán y Dora
Moro con Providencia, Raúl Bañuelos con Santa Teresita. Otros autores han
tocado el tema pero más enfocado a Guadalajara, como es el caso de Ramiro
Lomelí.
Termino con un poema Mario Benedetti que para mí
refleja mucho de lo que significa la colonia del Fresno cada vez que regreso, y
que me parece a Mauricio le sucede lo mismo.
EL BARRIO
Volver al barrio siempre es una huida
casi como enfrentarse a dos espejos
uno que ve de cerca / otro de lejos
en la torpe memoria repetida
la infancia / la que fue / sigue perdida
no eran así los patios / son reflejos /
esos niños que juegan ya son viejos
y van con más cautela por la vida
el barrio tiene encanto y lluvia mansa
rieles para un tranvía que descansa
y no irrumpe en la noche ni madruga
si uno busca trocitos de pasado
tal vez se halle a sí mismo ensimismado /
volver al barrio siempre es una fuga
Capilla Elías Nandino,
ex Convento del Carmen,
7 de noviembre, 2012
No hay comentarios:
Publicar un comentario