Gustavo Jiménez Aguirre
El hielo
Para cubrir los peces del
fondo, que agonizan
de frío, mis piadosas ondas
se cristaliza,
y yo, la inquietüela, cuyo perenne
móvil
es variar, enmudezco, me
duermo, quedo imóvil.
¡Ah, tú no sabes cómo
padezco nostalgia
del sol bajo esa blanca
sábana siempre fría!
Tú no sabes la angustia de
la ola que inmola
sus ritmos ondulantes de una
mujer, su sonrisa,
al frío, y que se vuelve,
mujer de Lot, banquisa:
ser banquisa es ser como la
estatua de la ola.
Tú ignoras esa angustia; mas
yo no me rebelo,
y ansiosa de que en todo mi
Dios sea loado,
desprendo radiaciones al
bloque de mi hielo,
y en vez de azul oleaje soy
témpano azulado.
Mis crestas en las noches
del polo son fanales,
reflejo el rosa de las
auroras boreales,
la luz convaleciente del
sol, y con deleite
de Serafita, yergo mi
cristalina roca
por donde trepan lentos los
morsos y la foca,
seguidos de lapones
hambrientos de su aceite…
¿Ya ves cómo se acata la
voluntad del cielo?
Y yo recé: -Loemos a Dios,
hermano Hielo.
Amado Nervo escribió la Hermana Agua en París. A 110 años de su publicación, este poema fluye ahora en un cauce propio, independiente, porque la poesía como la materia de este poema, se pliega en diversas formas hacia el lector. Además de volver a escuchar “esas gotas incesantes y sonoras de un torrente lírico” que ha sobrevivido prolongadas sequías de la crítica.
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